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Tribuna
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El 'oscar'de aquí

Y el Oscar va a... Tremenda tensión. La televisión se regodea en las caras de los cinco aspirantes que disimulan de mala manera los nervios y los sobacos sudados. ¡Madrid! El clamor es general. A muchos kilómetros de allí, de madrugada debido a la diferencia horaria, vuelan las zapatillas y los saltos de cama, corre el cava y se despiertan los niños llorando y sin entender de qué va la inesperada fiesta. Álvarez del Manzano, alcalde de la ciudad premiada, se levanta parsimonioso, besa a su señora y, con la tez pálida, se dirige al estrado. En el eterno camino hasta el escenario todavía tiene tiempo para observar las caras de sus contrincantes, que aplauden de mala gana. El que menos puede disimular su decepción es el máximo representante de Atenas. El griego había presentado una candidatura impecable. Tiene la ciudad patas arriba, sus taxistas son los más golfos, desagradables y falsos de todo el continente, el estado del Partenón es imposible de empeorar, sus hinchas son los más peligrosos y los camareros de los restaurantes de la Plaka han seguido un curso de choriceo donde casi todos lograron la matrícula de honor. ¿Cómo es posible que haya perdido?Álvarez del Manzano prosigue su camino. Julia Roberts le sonríe mostrándole su maravillosa dentadura. El alcalde está a punto de desmayarse. Sube los cinco escalones que le sitúan a la vista de los asistentes y de los aproximadamente 1.000 millones de espectadores que se calcula están siguiendo en directo el acontecimiento. Recibe la estatuilla de manos de Sean Connery, al que le habría gustado que el Oscar se lo llevase Marbella. Manzano saca del bolsillo un papel arrugado. No quiere olvidarse de nadie. De los cuatro millones de habitantes, en especial de los que viajan solos en su coche, de los propietarios de perros cagones, de los que dejan los vehículos en doble fila, de los dueños de restaurantes donde dan mal y cobran bien, del que ideó el nudo de Manoteras, de la mafia de, los taxistas del aeropuerto, de los que ponen la radio a todo volumen, de los adolescentes que confunden la juventud con el desmadre, de Matanzo, de los motoristas inconscientes, de los que se llevan a los ciclistas por delante, del que ha dejado a medio hacer las torres KIO...

Silencio. Comienza el discurso. "Gracias a la Academia por habernos elegido como la ciudad más hospitalariamente caótica". ¡Qué grandes somos!

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