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Defraudan los 'patasblancas'

Barcial/Padilla, Guerra, González

Cinco novillos de Barcial (uno rechazado en el reconocimiento), muy bien presentados y mansos; 6º, flojo. 2º, de Palomo Linares, de gran trapío, descastado y peligroso.

Juan José Padilla: estocada atravesada que asoma (ovación); pinchazo hondo perpendicular (ovación). Julián Guerra, que debutaba en Madrid: metisaca, y estocada trasera caída (más pitos que palmas cuando saluda); pinchazo sin soltar y estocada (ovación). Rafael González: tres pinchazos sin soltar, media perpendicular -aviso- y descabello (ovación con algunos pitos); pinchazo sin soltar y gran estocada (ovación).

Plaza de Las Ventas, 20 de marzo. Casi media entrada.

La expectación que creó el regreso de los clásicos patasblancas de Cobaleda a Madrid, plaza rara avis en la actualidad por su desenfrenado amor por el toro toro, demudó en el transcurso del festejo en triste decepción por el mal juego de estos bicornes. Los cohetes que, en forma de restallantes palmas, se dispararon en algunos sectores del coso en honor al excelente trapío que lucían los novillos se convirtieron en apesadumbrado y plúmbeo silencio, cuando no en pitos, al arrastre de los mismos. Esta catadura de mansos se manifestó desde los primeros capotazos hasta el último tercio, pasando por la escasa pelea en varas, donde se repucharon en demasía.

El segundo, de Palomo Linares, casualmente de estampa similar a los de Barcial, excepto en las patas, añadió un estilo facineroso, furibundo e insondable, amén de descastado, que desbordó a Julián Guerra, impidiéndole soñar con el éxito en su debú venteño. Pasó las de Caín, aunque salvó la imagen con el quinto, muy quedado y renuente a embestir, pero que le permitió dibujar algunos arabescos con la flámula, mayormente en redondos. Por cierto que un espectador retrechero y bien informado espetó al término de la labor de Guerra: "Bueno, esto es como el congreso de los socialistas. Guerra ya ha cumplido; a ver qué hace ahora González".

Valor sereno

Y el susodicho aplicó relajo, tersura y buen gusto, siempre con un valor sereno e inasequible al desaliento ante la problemática de sus enemigos. Hubo de rebobinar en segundos muchos de los arcanos que aprendió en la escuela taurina de Madrid, de la que se constituyó en uno de sus mejores paladines, de sus más adelantados alumnos, y brilló por encima de sus complicados enemigos. En el sexto, un coladero por el pitón-devanadera derecho, se hartó, a extraerle naturales con el asta sumisa a su mágica muletilla.

Padilla apuntó detalles de máximo interés y relevancia táurica, como la buena colocación, el excelente manejo de brazos, su entrega espectacular en banderillas en el cuarto y un estilo clásico cercano al pellizco. Con similares características labró en bronce varios capotazos y muletazos. Poco más podía hacerse que eso y, al igual que sus compañeros, merece una repetición frente a ganado más propicio.

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