La renovación permanente
Madrid
Felipe González le recordó ayer al partido de dónde viene y a dónde va. Y le explicó, mientras repasaba los últimos congresos, que todos los caminos conducen a la renovación, síndrome que padece y disfruta el Partido Socialista Obrero Español desde Suresnes. Y lo hizo con un tono mesurado, leyendo un texto, huyendo del mitin, evitando ahondar en las heridas abiertas y apelando a la responsabilidad y al sentido común. No había la menor vibración en sus palabras, tal vez porque es consciente de su poder de convicción en las bases partidarias, de su hegemonía entre los cuadros medios del partido. Pero si el tono era deliberadamente moderado, el fondo era contundente: desprecio para aquellos que mantienen "silencios tácticos", y agradecimiento para aquellos que han expuestos sus ideas con "sinceridad y claridad". Y dio una definición para la pequeña historia del partido: "Lo que caracteriza al, PSOE no son los valores que proclamamos, sino la capacidad que venimos demostrando para adaptar nuestras ideas a una realidad compleja y cambiante con el fin de llevar nuestros valores a la realidad". El cambio del cambio.
González más que rendir cuentas de una gestión presentaba un programa de Gobierno. Apoyo a la pequeña y mediana empresa, aumento de la productividad, incremento de la competitividad, acabar con el fraude fiscal y en las prestaciones sociales. Estas palabras, que sin duda serían compartidas por cualquier dirigente centrista, venían, sin embargo, de un dirigente indiscutido de un partido de izquierdas con cuatro victorias electorales consecutivas. "Mi convicción profunda es que nuestra obligación es aumentar la base productiva del país, para que haya más empleo". Los cimientos del Estado de bienestar descansan en una competitiva economía de mercado.
Y por si alguien no se había enterado de dónde están los aliados políticos del partido socialista en la etapa actual de España, González lo dijo con claridad: en los nacionalistas moderados, catalanes concretamente, con los que ha iniciado la tarea de comprometerlos en la gobernabilidad de España. González dibujaba así el arco de una estrategia política que descansa en dos pilares: una admirable capacidad de adaptación a la realidad y un instinto rápido para aglutinar mayorías.
La corrupción, la huelga general, el fracaso en el diálogo con los sindicatos estuvieron ausentes en las palabras de González. Tal vez porque sea los que más duelan.
No hubo apenas aplausos que interrumpieran las palabras del líder y los que sonaron al final fueron cálidos, cariñosos, pero no triunfales. El rito de los congresos exige comienzos fríos. Felipe González demostró ayer que no va a necesitar escenografías de crisis para que su mensaje sea asumido por el congreso. La renovación tiene al frente a Felipe González y los que quieran seguirle deberán ponerse ya en marcha.
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