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GUERRA EN LOS BALCANES

Paz por agotamiento en Bosnia central

Casi nadie confía en la frágil tregua entre croatas y musulmanes

Ramón Lobo

ENVIADO ESPECIAL En Bosnia central casi nadie confía en la paz entre croatas y musulmanes. Ni siquiera los cascos azules encargados de defenderla. "Es tan sólo un descanso", advierten con pesimismo. La tortuosa carretera que une Prozor con Busovaca, y en la que hace tan sólo 15 días se libraban feroces combates, parece hoy tranquila. Las calles de localidades derruidas con saña, como Gorni Vakuf, se han inundado de gentes que pugnan por recuperar el derecho a una bocanada de aire fresco. Y saludan con la mano quieta, como embobados de sí mismos. De su repentina suerte. De estar vivos, aunque sea sólo un poquito. En algunas casas, las que lograron conservar los muros, ondea húmeda aún la última colada. En las cuerdas se amontonan los vestidos negros y los uniformes de camuflaje. Es el destino de un pueblo de viudas y soldados.

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"Nunca había estado esto así, lleno de gente", exclama emocionado el sargento Malm, un sueco de 25 años del batallón nórdico, acostumbrado a transitar cada semana en posición de combate por las calles de Gorni Vakuf. Esta vez los niños corren y brincan alrededor de los camiones y de los blindados. Dando saltos. Muy cerca de las ruedas. Sus madres, supervivientes de tanto espanto, ni siquiera se inmutan ante el posible peligro. Están atentísimas a la cabalgata. Sin perder comba.

Hace un sol espléndido, de primavera. Dos carros británicos, tipo Warrior, están apostados en la calle principal. Justo en la curva, donde los edificios están mucho más destrozados porque en verano fueron objeto de intensísima lucha. Los Warrior pintados de blanco por la ONU no dan miedo a los pobladores de Gorni Vakuf. Una nube de curiosos, aprendices de Rambo, plastas sin otro afán que el de hacerse notar, tratan de columpiarse de sus agarraderas. Los soldados, acostumbrados al suplicio, no se inmutan.

Quinientos metros más atrás, no muy lejos de la fiesta, hay un control del Consejo de Defensa Croata (HVO). Una oxidada caseta de policía hecha a base de remiendos y dos milicianos educados en la más sórdida impertinencia. Éste es el control que delimita la antigua línea del frente. Uno de los croatas juega, de pie, a cargar y descargar su pistola. Suena metálico, casi con eco. Al otro, sentado con un subfusil en los brazos, se le escapa un tiro al suelo justo antes de llegar el convoy sueco. Los dos ríen divertidos la gracia.

Gorni Vakuf es, yendo hacia el sur, la puerta natural de la localidad croata de Prozor. Quien domina la primera controla la segunda. En su nombre, croatas y musulmanes se han matado las siete vidas por un palmo de terreno, pugnando enloquecidamente por las dos fichas del dominó. Al final nadie tenía razón. La Armija posee Gorni Vakuf, aunque sólo su casco urbano, y el HVO Prozor y todo el valle del bello lago Lanisko.

Entre Gorni Vakuf y Rankovici, de camino hacia el Norte, hay que pasar las bombon village, como las denominan irónicamente los cascos azules suecos. Bistrica, Koprivnica, Pavlovica o Lisac son algunos de los pueblos de montaña por los que pasan los convoyes humanitarios. Cuando uno de ellos aparece, la carretera se puebla de decenas de niños rubios, ojos claros y desdentados por la falta de calcio, que claman con la fuerza de un adulto: "Bombón, bombón". "Son los franceses quienes les han estropeado dándoles golosinas", asegura molesto el soldado Anderson, un casco azul sueco encargado de la ametralladora del blindado de escolta del convoy humanitario. Del mismo convoy sueco surgen manos caritativas que reparten galletas de chocolate.

Hasta hace un mes y medio el paso por estos pueblos de mayoría musulmana y de apariencia calma e inocente era, cuando menos, complicado. Los lugareños colocaban trampas, como árboles caídos, o simulaban aludes con montones de nieve con el sólo objetivo de detener a los convoyes. Al parar éstos, salía en un santiamén una marabunta de viejos y jóvenes empuñando todo tipo de utensilios de faena. En pocos minutos desvalijaban buena parte de las pertenencias de los camiones, burlándoselas a los musulmanes de Tuzla o a los croatas de Vitez.Aeroplanos de bolsillo

De un extremo a otro del enclave de Vitez no debe haber más de 50 kilómetros. Controlado por los croatas, ha sido objeto de duros combates. Las rayas de separación de carriles, inexistentes en casi toda Bosnia, son aquí visibles. Son rojas y blancas. "Es para que puedan bajar los avioncitos", dice uno de los cascos azules. Y añade: "Es un secreto que todo el mundo sabe: los croatas han logrado sostener el enclave gracias al armamento traído en aeroplanos de bolsillo". Otros afirman que la resistencia se ha debido a los 5.000 soldados croatas enviados desde Zagreb por el presidente Franjo Tudjman para luchar contra el infiel musulmán.

Antes de alcanzar Vitez, que da nombre a la región, se pasa por vanos pueblos de carretera que se apellidan machaconamente Bila, como Stari Bila. Muchas de sus casas se conservan milagrosamente intactas. Sin huellas de metralla o de disparos. Otras no. Otras están dinamitadas de abajo arriba, con odio. Ennegrecidas por el fuego. Eran, dicen, de los musulmanes, que fueron obligados a huir. Según se avanza por el enclave la destrucción aumenta. Al lado del cuartel principal de los cascos azules británicos, en Nova Bila, la gente no se ufana en saludar. Los niños, en vez de pedir bombones, gritan 'fuck off ' (jódete).

En Busovaca, a 14 kilómetros al sureste de Vitez, se ha cambiado tanto de bando en 11 meses de guerra que las iglesias católicas tocan campanadas de misa a las horas más disparatadas, pero nunca en punto. La gente, divertida, lleva su propia contabilidad en la compleja relación con Dios. El mal de Busovaca es el de Bosnia entera. Ya nadie sabe a quién rezar ni por quién sufrir. Es la paz por agotamiento.

En Tomislavgrad, en una pared interior del cuartel del regimiento británico de ingenieros, encargados de mantener abierta la ruta humanitaria, una pintada resume el sentimiento general: "La OTAN os hace libres". Ahora sólo hay que esperar a que alguien se dé cuenta.

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