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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Casa no tan blanca

BILL CLINTON parece dispuesto a reafirmar que un buen presidente no es necesariamente el más respetuoso con la ley. El escándalo que le involucra tiene que ver con oscuros manejos en una compañía de desarrollo inmobiliario llamada Whitewater Development Corp: una historia de compras y ventas de terrenos a precios crecientes que arranca en 1978 y con la que se lucra sobre todo Hillary Clinton. Negocios que, a su vez, tienen que ver con los posteriores intentos de salvamento del banco Madison Guaranty Savings and Loan (cuyo dueño era socio de los Clinton en la cuestión inmobiliaria); que a su vez podría tener que ver con la financiación ilegal de las campañas políticas para la reelección de Bill Clinton como gobernador de Arkansas. Y a los tres sazona la intervención en cada tema de la firma de abogados Rose (uno de cuyos socios era Hillary Clinton). Con estos antecedentes, parece cuando menos posible que, pese a las vehementes proclamaciones de inocencia y a la decisión presidencial de que todo sea investigado sin trabas, haya habido algún cohecho, alguna prevaricación, alguna actividad no totalmente limpia por parte del presidente y de su esposa. El suicidio de Vincent Foster, uno de los abogados de la firma Rose que se había trasladado a Washington paratrabajar en el equipo del nuevo presidente, unido al hecho de que se ha sabido de pronto que sus papeles estaban siendo destruidos sigilosamente, unido al hecho de que al menos otros dos socios de Rose (entre ellos, el fiscal general adjunto, Webster Hubbell) habían dejado la firma para trabajar en la Casa Blanca, contribuye poderosamente al mal olor que ahora despide toda la cuestión.Pero, además, la cada vez menos hábil intervención de la Casa Blanca para emborronar la investigación de las actividades privadas del matrimonio Clinton cuando vivían y trabajaban en Arkansas está creando un verdadero maremoto jurídico. Como afirmaba hace pocos días el columnista William Safire, ,,en la historia del escándalo político moderno el encubrimiento es siempre peor que el crimen".

Durante su viaje a Europa el pasado mes de enero, Clinton, harto de los picotazos que estaba recibiendo con este tema, reunió a sus inmediatos colaboradores y les dijo que quería "seguir adelante con el trabajo de mi presidencia", y que se hiciera lo necesario para que la investigación de Whitewater siguiera adelante sin interferencias. Él no quería volver a ser molestado por este problema. Difícil misión les encomendaba. Desde entonces, las interferencias de la Casa Blanca se hicieron más, y no menos, frecuentes.

Hoy, el escándalo del encubrimiento de Whitewater -bautizado con escasa originalidad como Whitegate- ha tomado proporciones inesperadas al ponerse de manifiesto el descaro con que el equipo de la Casa Blanca parece dispuesto a interferir en el curso de la justicia. Una vez más ha sido la prensa la que, persiguiendo incesantemente la verdad, ha acorralado a la Casa Blanca. Tanto, que sus portavoces, encabezados por el vicepresidente Gore, no han tenido más remedio que reconocer graves errores en el manejo de esta investigación por parte de la Casa Blanca, aun cuando insisten en no ver en la actuación de los Clinton "evidencia alguna de delito".

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Es curioso que, mientras tanto, el crédito del presidente ante los ciudadanos no ha dejado de aumentar, como corresponde a un mandato que está teniendo nervio, éxitos y cada vez más liderazgo. Cerca ya las elecciones primarias para la renovación del legislativo y de varias gobernadurías de Estado en otoño, los sondeos indican que los demócratas van claramente por delante de los republicanos. Los norteamericanos se fían de la capacidad de la Administración de Clinton para afrontar los problemas del país. Esto demuestra quizá un divorcio entre la opinión de la nación y los medios políticos y periodísticos de Washington. Pero, en todo caso, Clinton debería refirmar que, aun reforzado en su mandato por una mayoría de los norteamericanos, tiene que cumplir su deber de acatar las leyes y no entorpecer a la justicia.

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