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El auge objetor

Enrique Gil Calvo

¿Tiene derecho el Estado (única asociación política obligatoria) a obligar a sus ciudadanos? Para no divagar, pensemos en algunos casos concretos: los impuestos, el código de la circulación, los idiomas oficiales, la enseñanza obligatoria y el servicio militar obligatorio. El circular (en coche) por la derecha es una obligación universalmente aceptada y obedecida por todos. Pero no es éste el caso de las demás obligaciones: pagar impuestos es una necesidad aceptada, pero muchas veces desobedecida. La obligación de prestar el servicio militar es cada vez más objetada. Y algo parecido podría estar sucediendo con la obligatoriedad (en Cataluña) de aprender en catalán. No entraré, por supuesto, en disquisiciones constitucionales. Sólo recordaré que sin enseñanza universal obligatoria no hay Estado moderno, aunque ya resulte más discutible cuántos años deba durar la obligación (¿hasta los 14 o los 16?) y qué contenidos deba incluir (¿catalán, informática, inglés, álgebra, latín?).Ahora bien, mientras la enseñanza obligatoria es civilizatoria y constructiva, es decir, civil, el servicio militar obligatorio es de suyo incivil y potencialmente destructivo, cosa que contribuye a explicar el creciente auge de la objeción de conciencia., El sociólogo inglés Martin Shaw, en su libro Post-military society (Cambridge, Polity Press, 1991), predice el final del militarismo popular institucionalizado en el servicio militar obligatorio: los ejércitos dejarán de ser nacionales y pasarán a ser cada vez más pequeños, tecnificados, profesionales y ajenos a la sociedad civil. Y así, conforme se va produciendo esta transición posmilitar, disminuye crecientemente el militarismo popular que fundaba y consentía la obligatoriedad del servicio militar. Ésta es la razón de que la objeción al servicio militar crezca en toda Europa continental (pues los anglosajones ya lo han suprimido). Pero en España el súbito auge de la objeción es incomparablemente superior a la media europea: ¿por qué?

La clave explicativa parece residir en la debilidad histórica de la conciencia nacional española. Ese militarismo popular, que justificaba la obligatoriedad de servir en el ejército nacional, se alimentaba de un patriotismo nacionalista sólo construido a fuerza de guerras externas en tre las naciones, como las dos grandes que destruyeron Europa durante el siglo XX. Y el nacionalismo militarista era tanto la causa como el efecto de estas guerras: para un francés, servir a la patria era algo obligado por su odio al alemán y al inglés (lo que, tras 1945, parece haber pasado ya a la historia). Pues bien, esto no sucedió entre nosotros, porque, desde el hundimiento del poder español durante el siglo XVII, España nunca ha participado en las guerras internacionales europeas: por eso no ha surgido una conciencia nacional española, sólo definible por oposición bélica a potencias rivales externas. El neutralismo internacional de España es lo que explica que no haya apenas nacionalismo español: ni, por lo tanto, patriotismo militarista capaz de obligar en conciencia.

Pero si España no ha participado en guerras internacionales, sí ha padecido, en cambio, guerras civiles cruentas: las carlistas, en el siglo pasado, y la del 36, hace apenas una generación. Por eso, si en España no ha surgido una conciencia nacional (sólo posible por oposición al exterior), sí han surgido, en sustitución, conciencias nacionalistas (derivadas de las guerras carlistas que opusieron a unos territorios frente a otros) y conciencias de clase (derivadas de la última guerra civil), que todavía explican la división política entre las dos Españas (manifestada como infranqueable divisoria electoral y expresada en la insólita frecuencia de las huelgas generales). De ahí que pocos se sientan obligados en conciencia a prestar servicio en un ficticio ejército nacional. Y que, en cambio, muchos se nieguen a obedecer en conciencia determinadas obligaciones impuestas, como puedan ser un ejército extraño o una lengua ajena.

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