Mercadería
La paz siempre es producto de una pérdida. Los señores de la guerra miden sus fuerzas en ristras de cadáveres, y esos despojos se amontonan en la morgue, adonde acude el cronista para el recuento. En la pizarra de los jefes se hace la suma que al día siguiente usted lee en la página correspondiente de su periódico.Medio mundo ha respirado de alivio cuando, con un retraso que manchará de vergüenza la historia de la nueva Europa, la OTAN decidió reaccionar militarmente contra las tropas serbias a raíz de la matanza del mercado de Sarajevo.
Para los que ya seguimos con rabia el servilismo europeo a la iniciativa de Bush en Irak, resulta de nuevo indignante ver en los políticos europeos a un conjunto de habilidosos y locuaces negociadores, inagotables para hablar de aranceles, pero incapaces de actuar políticamente sobre la base inmaterial de la ética.
Y lo más terrible es sospechar que tanto nuestros representantes como el Gran Hermano yanqui, después de habernos machacado durante meses con el manido estribillo "Si conocieseis, votantes impacientes, la verdadera complejidad del conflicto entre serbios, croatas y musulmanes, no nos pediríais intervenir", sólo reaccionaron cuando el paquete de víctimas aportó de golpe el sumando más alto: 68 muertos y 200 heridos.
Tal vez hasta el hecho de que cayesen en un mercado aguzó el olfato de unos hombres tan finos a la hora de fijar los precios del pescado y los cítricos. El futuro de esos ciudadanos de la antigua Yugoslavia es aún incierto, pero al menos se ven estos días las fotos de mujeres erguidas en el paseo y niños que no juegan al camuflaje.
Ellos saben que deben su frágil paz a los vecinos o hijos muertos que un día desbordaron la pizarra de los cuarteles generales. Nosotros hemos equilibrado la balanza de nuestra conciencia con el peso neto de la carne de 68 cuerpos despedazados.
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