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Crítica:DANZA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Humor desnudo

El pasado mes de octubre María José Ribot mostró un avance de esta producción compuesta de dos partes independientes. Las breves 10 piezas distinguidas abren la velada y dejan un sabor de boca entre ácido y desconcertante, pero con la ratificación del talento de la hilarante bailarina. Si se trata de encontrarle parangón en el panorama local, sencillamente no se encuentra.No está demasiado claro, pero parece que Ribot quiere someter al espectador militante -pues ese es su perfil de público- al trabajo en serie continuada, un poco al estilo de Kei Takei en sus Ligth allá por los años 60 en el convulso Nueva York del posmodernismo, y que Anderson definió en su momento como "viñetas secuenciales".

La Ribot Danza

10 piezas distinguidas y Los trancos del avestruz: coreografía: María José Ribot; música: Fernando López-Hermoso. Con Juan Loriente. Teatro Pradillo, Madrid. 4 de marzo.

Aquí en Pradillo la posible secuencia formal se rompe en sus aspectos lineales por la diversidad de temas y tratamientos -algunos de orden anecdótico- con que la artista ilustra su contenido corporal, porque de haberlo, hay contenido en ese cuerpo dotado, elástico y hasta maleable; allí está la base tangible de su trabajo, su movimiento y causa estética. ¿Dónde se asienta este trabajo curioso y tangente? En el histrión. Su bastión es el arte solista con miga y dobles lecturas, apoyándose en recursos actuales muy cercanos a la performance y a un teatro-danza hermético, duro, donde no hay tiempo para aburrirse o abstraerse, pues ella tiene una fuerza escénica descomunal y acierta en la brevedad de las exposiciones.

La segunda parte, Los trancos del avestruz, es un experimento donde aparecen sus constantes estéticas: el desnudo, la silla plegable de madera, la vocalización gutural. Con esos elementos y una luz verde esmeralda que lo baña todo a manera de universo vegetal, la pareja de actores recrea el contacto animal; los dos indagan en la atracción primitiva y en el comportamiento de la bestia. Hay sutiles motivaciones íntimas que no quedan claras, y es por ello que por momentos, roza el error. El trabajo junto al actor Juan Loriente le aporta una complicidad creíble pero a la vez encuentra limitaciones en la pura expresión corporal.

Se sigue extrañando que María José Ribot no se arme de valor y baile de verdad. No es un defecto de este espectáculo en concreto, sino una carencia amorosa de quienes la saben técnica y espiritualmente capaz de hacerlo, algo que, ciertamente, no abunda en una danza contemporánea española que se debate entre mirarse en ombligo e imitar a los cangrejos. El público, que llenaba la sala, aplaudió con calor.

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