"¿Eres el golfo o su hijo?"
El soez y amenazante lenguaje de un cobrador en su presion a un moroso
Cuando Emilio Cutillas leyó en el periódico que un bilbaíno pensaba organizar la Asociación de Afectados del Cobrador del Frac (véase EL PAÍS del pasado 17 de febrero) se puso en contacto con él inmediatamente. A buen recaudo guarda una cinta que, después de días enteros de llamadas desagradables a cualquier hora, se decidió a grabar. A esa cinta, que él ha autorizado publicar [aunque se han suprimido algunas expresiones muy vejatorias] están unidos aquellos días de febrero de 1993 cuando lo único que hacía era beber whisky, fumar y desesperarse porque el teléfono en su piso de Fuenlabrada sonaba a cualquier hora y lo cogía, por ejemplo, Sergio, de 18 años, uno de sus tres hijos.
Comunicante. ¿Eres tú el muñeco de Putillas?
Sergio. No, no soy muñeco, yo soy su hijo. ¿Algún problema?
C. Hombre, eres el muñeco [sube el tono] ¡vividoooor!, ¿cuándo vas a pagar?
S. ¿Qué te pasa?
C. Estoy diciendo que cuándo vas a pagar. No me pasa nada.
S. No le oigo, de verdad.
C. ¿Qué eres, el hijo del golfo o el golfo?
S. ¿Cómo?
C. ¿El Putillas grande o el Putillas pequeño?
S. No le entiendo, no se oye apenas.
C. Ya, ya veo que me estás oyendo y estás oyendo lo que te estoy diciendo. Sois una familia de vividores y de golfos, y soy joven y tengo muchos años para cobrar esto; es más, como no lo quiero cobrar, tengo más tiempo todavía.
S. Que qué dice.
C. Vamos a estar aquí lo que haga falta, me da lo mismo; este expendiente lo voy a tener de hobby, me da lo mismo cobrar o no cobrar. Hoy, mañana, pasado, a las cinco y a las tres, a cualquier hora. Bueno, señor Putillas, voy a llamar más tarde.
Emilio Cutillas y Regina Estébanez están detrás de la barra de El Cerro. Es éste un bar restaurante de un polígono industrial de Getafe. La firma de una exclusiva con una marca de cerveza y su posterior ruptura inició su relación con El Cobrador del Frac. El primero que llegó, y que dijo que era un abogado de la cervecera, tenía unos 30 años, alto, con gafas y era "faltón". Reclamaba facturas. Ahí empezó el desencuentro. Las llamadas, también, como la que atendió la esposa de Cutillas, de un tal Manuel.
Regina. ¿Qué quiere usted?
Comunicante. Hablar con el señó Putilla.
R. Yo soy su mujer; oiga, si lo que tenga que decir me lo puede decir a mí, en mi casa no hay secretos para nadie...
C. ¿E usté la señora Putilla?
R. Soy la señora Cutillas, con C.
C. Putilla.
R. Lo que usted quiera, como su puta madre.
C. Es puta usted, con ese apellido, señora putilla. Usté es la que se mete el dedo...
La conversación se corta.
A Regina se le saltan las lágrimas cuando habla de su hija menor, Susana, de 14 años. El miedo la invadió. Su tutora escribió en un informe: "Susana llegó al colegio el día 9 de febrero llorando. Me contó, muy nerviosa, que tenía miedo porque unos hombres estaban amenazándoles en su casa, insultando a su padre y golpeando la puerta de la vivienda. Estaba, además, muy asustada, porque pensaba que esos hombres podían encontrarla en la calle y hacerle algo". La chica ha estado dos meses con tratamiento psiquiátrico.
En otra ocasión llamó un tal Salvador y fue muy amable: esperó a que Emilio Cutillas saliese del servicio y le dijo que ya había preparado un documento por valor de medio millón de pesetas "para dejar zanjado este asunto". La conversación telefónica transcurre normalmente hasta que Emilio le dice que no tiene ni "idea de nada" y que el comunicante habría hablado con otra persona.
Comunicante. [Cambia radicalmente el tono de voz]. Oye, Putillas, que estabas en el water machacándotela, que tu mujer no te echa un polvo...
Emilio. Me parece que era Konrad Adenauer hablando con Juan Ramón Jiménez.
C. ¿Es el señor Putillas? Señor Putillas, que estabas en el water machacándotela; ¿es que no te funciona?, no te la machaques más. Putillas, vividooooor, vividooor... [sigue una cruda amenaza de violación]
E. ¿Qué creías, que iba a caer en la tentación? ¿Eres homosexual?
C. [La voz sigue por debajo, ininteligible] ... me pones cachondo, Putillas; ay, muñeco...
E. Que si eres homosexual [lo repite varias veces, tapando a intervalos lo que dice el comunicante].
C. Dile a tu mujer que no se meta tanto el dedo por el chocho; si no le echas un polvo, como no sabes... [ininteligible], que luego cuando va a cocinar sabe a vagina todo.
E. Te veo sofocao, ¿qué te pasa?
C. Yo quiero que pagues.
E. Te veo sofocao.
C. Yo quiero que pagues.
E. Te veo sofocao.
C. Que me haces una putada.
E. Te va dar el infarto.
Fue Emilio, esta vez, quien ganó el pulso al ardiente comunicante. Después de una parrafada, se hizo el silencio.
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