La verdadera historia de Anesio Vázquez
El conductor del primer trolebús madrileño fue también aviador republicano en la guerra civil
"Anesio Vázquez, inspector de primera clase, funcionario de notables condiciones fotogénicas, cuyo bigotito recortado, muy a la moda de un tiempo de trolebuses, no debe ser desconocido de las generaciones venideras". Éste es el texto que apareció en el rotativo semanal Dígame el 4 de abril de 1950 debajo de la fotografía del primer conductor de trolebuses de Madrid. Anesio Vázquez, un octogenario que vive en un modesto piso de la calle de López de Hoyos, guarda como oro en paño esta prueba fotográfica que le acredita como protagonista de una historia que no es fácil de resumir. Aquel sábado de abril, Anesio se sentó al volante del trole recién estrenado, donde viajaban las máximas autoridades de la capital. Si el alcalde, el conde de Mayalde, o el entonces director de la Empresa Municipal de Transportes, Miguel Ojeda, hubieran conocido las peripecias de aquel sonriente gallego, es probable que Anesio hubiera tenido que salir corriendo.En 1939, al finalizar la guerra civil, Anesio Vázquez, con dos tatuajes de bala -recuerdo de la contienda- cruzó como tantos exiliados la frontera francesa. Un piloto francés que había participado como voluntario en el enfrentamiento civil español le buscó un trabajo en la fábrica lionesa de trolebuses Vetra Berlier, donde Anesio se familiarizó con el manejo de estas máquinas, sin saber que este aprendizaje le permitiría convertirse 11 años después en el conductor más avezado del transporte público madrileño.
Campo de concentración
Hasta 1942 permaneció en Francia, año en el que el cónsul español en Toulousse le animó a regresar a su patria. "Me dijo que él mismo me recogería en la frontera y todavía le estoy esperando", ironiza Vázquez. Quien sí le dio la bienvenida fue la Guardia Civil. Tras ser detenido, Anesio pasó tres meses en el campo de concentración de Reus, donde se libró de trabajos forzados "gracias al cocinero, que era paisano mío y me solicitó como pinche". La conocida facilidad gallega para superar el más estricto interrogatorio le libró también de la pena de muerte. Mientras, un complejo entramado de amistades y paisanajes -que le dio la oportunidad de comprobar que une más el terruño que la ideología- hizo posible que Anesio, con 20 kilos menos a causa de una dieta a base exclusiva de boniatos, abandonara el campo de prisioneros.
Una nueva alianza del azar le llevó a trabajar, en 1943, en la Sociedad Madrileña de Tranvías. Cuando surgió el proyecto de instalar trolebuses, Anesio había ascendido a inspector y jefe de estación. Al ser el único que sabía conducir troles, le tocó enseñar al resto del personal de la empresa y coger el volante de la línea inaugural, que cubría el trayecto Puerta del Sol-El Viso. Casualmente, los trolebuses habían sido fabricados por la empresa francesa donde Anesio trabajó en su exilio. Pero este "barato, cómodo y poco ruidoso" medio de locomoción topó con la inexperencia de los técnicos.
"El vehículo", explica, "tomaba la corriente de dos barras o troles, de donde le viene el nombre, que le permitía un desplazamiento de siete u ocho metros a cada lado. Cada trolebús disponía además de 24 baterías para continuar el recorrido en caso de avería. La idea en sí era estupenda, pero los desastres se acumularon. A los 15 días habían robado prácticamente todas las baterías, y encima habían montado mal el tendido eléctrico, de forma que las poleas se salían y armaban una zapatiesta tremenda. Para colmo de males, se les ocurrió poner líneas en zonas que no eran adecuadas, como la del centro de Madrid, donde en las calles estrechas era muy difícil sortear obstáculos. Fue terrible".
Aun así, los trolebuses continuaron funcionando hasta 1966, y, a juicio de Vázquez, su retirada "fue la mayor equivocación que se cometió". "Los mandaron todos al desgüace, y los cables del tendido aéreo, que eran de un material especial, carísimo, traído de Suecia, lo cortaron para venderlo como chatarra. No me explico cómo hicieron algo así".
¿Volverán los troles?
A principios de 1980, cuando José Luis Martín Palacín era concejal de Circulación por el Partido Comunista, se elaboró un informe para estudiar la incorporación de trolebuses a la flota de la EMT. A finales de 1981, los periódicos daban casi por hecho que los troles volverían a circular, al menos en la línea 27, que recorre la Castellana, y la opinión pública recibió con agrado la noticia. El entonces delegado de Circulación y hoy portavoz de IU en el Ayuntamiento madrileño, Francisco Herrera, describía en EL PAÍS las ventajas de este medio de transporte: "La vida útil de los trolebuses es sensiblemente superior a la de los autobuses". "Su implantación tiene un efecto inducido del crecimiento del número de viajeros en un 5%". "Beneficia claramente las exigencias medioambientales, tanto en materia de contaminación atmosférica como de ruidos".No fue éste el único intento. Hace apenas cinco años, el diario El Independiente informaba que la concejal de Medio Ambiente, Esperanza Aguirre, "aconseja buscar elementos menos contaminantes para Madrid, como pueden ser los trolebuses".
Tomás Burgaleta, gerente de la EMT, aclara que la razón por la que finalmente no se pusieron en funcionamiento fue el elevado coste de la infraestructura eléctrica, pero no descarta que en un futuro se instalen. "El trolebús tiene unas posibilidades tremendas, que pueden compensar la fuerte inversión inicial. De hecho, en muchas ciudades europeas los han recuperado".
Quizá Anesio Vázquez, al que en 1972, cuando tenía 59 años, obligaron a jubilarse con motivo de una reestructuración de plantilla, pueda de nuevo, esta vez como viajero, subir a un trole madrileño. Para un gallego como él, nada es imposible.
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