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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Irresponsabilidad

EL GOBIERNO de Atenas está actuando en sus relaciones con Macedonia como si se hubiese olvidado de que ocupa, durante el presente semestre, la presidencia de la Unión Europea. Esta condición debería al menos haber inducido a Grecia a actuar con moderación y evitar actuaciones susceptibles de agravar un conflicto que dura ya muchos años. Tomando el curso opuesto, el presidente Papandreu, en un momento de máxima tensión internacional, ha adoptado el 16 de febrero dos medidas muy graves: clausurar su consulado de Skopje, capital de Macedonia, rompiendo las ya escasas relaciones oficiales entre los dos países, y cerrar el puerto griego de Salónica para el comercio de su vecino septentrional, cuyos suministros pasan casi en su totalidad por este gran puerto del mar Egeo. Ayer, en abierto desprecio a las críticas que estas acciones despertaron entre sus socios de la UE, Atenas cerró todos sus puestos fronterizos con esta joven república.Grecia se niega a que Macedonia sea reconocida enla vida internacional mientras siga usando este nombre, que los griegos consideran patrimonio exclusivo suyo. Cuando Macedonia ingresó en la ONU, en abril de 1993, lo hizo con el barroco nombre de "Antigua república yugoslava de Macedonia". La ONU convenció a las partes para que negociaran una solución al conflicto. Nada más llegar al poder, Papandreu rompió esa negociación, y ahora radicaliza su hostigamiento contra este. pequeño país al imponerle un verdadero bloqueo. La desestabilización de Macedonia, ya con agudos problemas sociales y étnicos, es un peligro real e inminente y podría ser el detonante de una guerra balcánica general. Que Grecia fomente este peligro merece una condena clara de sus socios europeos. La irresponsabilidad helena ya no sólo supone un daño real para los propios intereses griegos al incrementar la amenaza de que la guerra se extienda hasta su propia frontera. Socava directamente los esfuerzos pacificadores de la comunidad internacional en la región.

Con su intransigencia, Papandreu además sólo cosecha fracasos: en los últimos meses, Rusia, Estados Unidos, Alemania, Francia, Italia, el Reino Unido, los Países Bajos y Dinamarca han establecido relaciones diplomáticas con Macedonia. Incomprensiblemente, España aún no se ha sumado a ellos. Ahora, con su huida hacia adelante, Papandreu coloca a la Unión Europea ante la obligación de estudiar alguna fórmula para salir de una situación imposible.

Mientras toma medidas contra la diminuta y paupérrima Macedonia, Grecia adopta una línea cada vez más netamente proserbia en la crisis de los Bálcanes, cada vez más abiertamente antagónica a la posición europea. Las gestiones de su ministro de Exteriores, Papulias, en Belgrado han tenido una orientación exactamente contraria a la que preconiza la Unión Europea. Se crea así una situación anormal.

El presidente (por turno) de la UE tiene que actuar en nombre de los Doce y expresar sus decisiones. Pero Grecia se desengancha ya sistemáticamente de las decisiones colectivas (por ejemplo, en el ultimátum para levantar el cerco a Sarajevo). La situación no tiene precedente: el país que preside la UE actúa en la escena internacional en sentido contrario al de la UE. Los otros 11 miembros no pueden consentirlo. No han pasado aún dos meses desde que asumió Grecia la presidencia, y Papandreu ya ha conseguido dar la razón a todos aquellos que temían este semestre griego. Con esta política y manifestaciones nacionalistas callejeras, Atenas sólo logrará fortalecer a aquellos que siempre han dudado de la sabiduría de haberla aceptado como socio en el exclusivo club europeo. Grecia puede y debe desmentir estas voces con su política, no con lamentaciones. La UE debe exigir una inmediata recapitulación de las medidas tomadas contra Macedonia.

Es como poco imprudente que un país tan dependiente de los fondos de la UE ignore las reglas internas comunitarias. Por cierto, con medidas unilaterales de dudosa legalidad al interferir unilateralmente el comercio exterior comunitario. Esto deberá estudiarlo el Tribunal Europeo de Justicia. La pertenencia de Grecia a la UE debiera servir para europeizar la política en los Balcanes, pero, en todo caso, no puede permitirse que balcanice la política de la UE.

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