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Las europeas existen

Las europeas existen, yo las he visto. Existen y quieren hacerse notar. Sospecho que esta afirmación puede parecer sorprendente y que necesita ser explicada. Al decir esto me refiero al grupo de mujeres pertenecientes a todos los países de la Unión Europea (UE) que, desde todas las instancias, se han propuesto conseguir superar uno de los grandes déficit democráticos a los que ésta debe enfrentarse; se trata, en este caso, del déficit de representación. Una democracia es un sistema político basado en la representación parlamentaria de los ciudadanos. En los albores de la democracia y por razones socioculturales de todos conocidas, en los primeros parlamentos la mitad de la población (las mujeres) carecía no sólo de representación, sino incluso de voto. Con el paso del tiempo, y en virtud de los cambios socioculturales, esta perversión del sistema ha ido corrigiéndose, y hoy, en los países democráticos, las mujeres no sólo tienen derecho al voto, sino que la conciencia colectiva acepta este hecho como algo connatural.Hoy, las europeas, en una acción conjunta, se han planteado dar el segundo paso. Al igual que en su momento lucharon y exigieron el voto cada una en su país, hoy luchan y exigen conjuntamente el equilibrio en los puestos de decisión, y concretamente quieren que el próximo Parlamento Europeo, que será el primer Parlamento de la Unión Europea, sea no sólo democrático en cuanto disponga del poder que hasta ahora le había sido negado y cuya carencia desvirtuaba absolutamente los principios democráticos, sino que, además, en él estén representadas equilibradamente las dos partes que constituyen el género humano, ya que de lo contrario los historiadores del futuro podrían encontrar un cierto paralelismo entre el Parlamento de África del Sur de 1992, cuando aún imperaba el apartheid, y el primer Parlamento de la Unión Europea.

El planteamiento de las europeas tiene como bases fundamentales las siguientes:

Nuestros respectivos países, que han bebido en las mismas fuentes filosóficas, religiosas y científicas, en un ininterrumpido trasvase de conocimientos, tienen, en estos momentos, por ejemplo, distintos niveles de vida, algunos han puesto en marcha medidas más avanzadas contra la contaminación, a favor de determinados colectivos, o han profundizado más en su desarrollo democrático; la Unión Europea tiene que tender lógicamente a la uniformidad en éstos y otros importantes aspectos, lo cual no implica en ningún caso cuestionar la diversidad cultural.

Y puesto que nadie debe renunciar a ningún logro, los Estados miembros tendrán que conseguir equipararse, teniendo siempre como modelo los más avanzados, en una búsqueda conjunta de lo mejor para todos y cada uno de los ciudadanos de la Unión.

Para ello, para conseguir este equilibrio necesario en todos los órdenes, el Parlamento Europeo, la Comisión y el Consejo dedican al debate y a la controversia todo su tiempo y esfuerzo.

Es, pues, en este orden de cosas donde debe circunscribirse la iniciativa de la Comisión, que en el marco de su Tercer Programa de Acción (1991-1995) se ha fijado como objetivo promover la participación de las mujeres en el proceso de toma de decisiones a todos los niveles y en todos los dominios de la sociedad.

Entendiendo que sólo a través de la participación activa en los procesos de decisión será una realidad la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, la Comisión ha puesto en marcha una campaña a favor del equilibrio hombre-mujer en el próximo Parlamento Europeo. En el actual, el desequilibrio es ciertamente complejo, ya que, por una parte, y en cifras globales, la participación femenina se sitúa en un 19,3%, siendo, sin embargo, muy desigual dicha participación por países, que va desde un 4,7% de la griega hasta un 33% de la danesa. La desigualdad por grupos es tal vez más llamativa; aquí nos encontramos con un desfase todavía mayor, ya que las mujeres pertenecientes al Partido Verde alemán están muy cerca del equilibrio, con un porcentaje del 41,4%, mientras que en el grupo de la Alianza Democrática Europea las mujeres representan un exiguo 4,5%.

Las europeas, a partir de la Declaración de Atenas de 3 de noviembre de 1992, aspiran a que el primer Parlamento de la Unión Europea sea auténticamente democrático, y ello no sólo en aras de la democracia, lo que sería una razón definitiva, sino también por razones pragmáticas:

- Las mujeres representan la mitad de los talentos y cualificaciones potenciales de la humanidad, y su subrepresentación en los puestos de decisión constituye un menoscabo para la sociedad en su conjunto.

-Una participación equilibrada de las mujeres y los hombres en la toma de decisiones es capaz de engendrar ideas, valores y comportamientos diferentes en el sentido de un mundo más justo y más equilibrado para la sociedad en su conjunto.

Y creo que nadie debe, o mejor dicho, que nadie tiene razones objetivas para escandalizarse por esta demanda de equilibrio parlamentario, aun cuando sabemos que a muchos grupos o personas les parece una exigencia aberrante. De hecho, el anuncio de los socialistas franceses (aprobado en su último congreso) de que sus listas para el Parlamento Europeo se basarán en. el principio de la paridad ha provocado desmesuradas reacciones tanto entre los hombres como entre las mismas mujeres. Y realmente es sorprendente, tal vez no tanto entre los hombres, ya que el acceso al poder de una mujer más es un hombre menos. Pero entre las mujeres es mucho más difícil de comprender. El que algunas mujeres opinen que esta medida supone un insulto para el género femenino resulta muy duro de entender. Que las mujeres sean así elegidas en función de su sexo y no de sus méritos y competencias ¿presupone que los hombres son naturalmente competentes y valiosos?

¿Encontrar en toda España 32 mujeres es arriesgarse a que nuestra representación en el Parlamento Europeo esté formada por analfabetas e incompetentes?

Y el otro argumento que a muchos les parece definitivo: si las mujeres están representadas, ¿por qué no los obreros o los minusválidos ... ? Bien, porque las mujeres no somos una categoría social, somos, sencillamente, la mitad de la humanidad.

Está por ver cómo van a reaccionar los partidos políticos españoles a esta iniciativa, pero hay algo de lo que estoy completamente segura: en el próximo siglo causará tanta extrañeza el desequilibrio en los parlamentos actuales como ahora nos asombra la prohibición del voto femenino en los inicios de la democracia.

Francisca Tarazaga es presidenta de Mujeres por Europa y vicepresidenta de la Unión de Federalistas Europeos en España.

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