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Las dos caras de Louis Farrakhan

El líder de la Nación del Islam en EE UU 'vende' la no violencia mientras su portavoz ataca a los judíos

Es negro, cultivado y bien vestido, lleva gafas cuadradas de montura negra y lanza elaborados discursos acerca de las virtudes de la raza ante miles de seguidores. No es Malcom X. Es Louis Farrakhan, el líder de la Nación del Islam, una agrupación de carácter semirreligioso que asegura tener millones de seguidores en EE UU y que pretende que los afroamericanos tomen las riendas- del poder económico.Pero si Farrakhan, y sobre todo su ayudante, Khalid Abdul Muhammad, han saltado a la primera plana de los medios de comunicación no es por haber recuperado el mensaje de Malcom X, sino por haber contribuido a revivir el espinoso conflicto entre las comunidades negra y judía en EE UU y provocado un escándalo que obligó a Farrakhan a destituir a Muhammad.

El penúltimo capítulo de este enfrentamiento arranca el 29 de noviembre pasado, en una conferencia de Muhamad en una universidad de Nueva Jersey. Muhamad se refirió entonces a los judíos como "chupadores de sangre de la nación negra" que controlan el sistema financiero del país. Más aún, llamó a Juan Pablo 11 "loco inútil". Además de recomendar a los negros de Suráfrica que maten a la población blanca de ese país, Muhamad arrambla contra personalidades negras como Nelson Mandela, el ex alcalde de Nueva York, David Dinkins, y el director de cine Spike Lee.

Incluso el Grupo Parlamentario Negro y la NAACP (Asociación Nacional para el Avance de la Gente de Color) se distancian de las declaraciones de Muhamad. Benjamin Chavis, director ejecutivo de la NAACP, afirma que está "horrizado porque un ser humano caiga al nivel de hacer tales declaraciones antisemitas que invitan a la violencia".

Por su parte, el reverendo Jesse Jackson utiliza palabras como rcista, antisemta, falso y escalofriante" para adjetivar el discurso de Muhamad. El revuelo es tal que el pasado 3 de febrero, Farrakhan calificó el discurso de Muhammad de "vil, repugnante, malintencionado", y anunció su destitución.

Louis Farrakhan, conocido por afirmar en 1984 que el judaísmo es una "religión de cloaca", se había mantenido hasta entonces casi en la sombra durante todo el revuelo. En una charla en Nueva York acerca del orgullo negro, en diciembre, había rechazado las acusaciones de racista y antisemita, pero conservaba la munición para una multitudinaria concentración que tuvo lugar en Harlem el 24 de enero.

Esa noche, 10.000 hombres negros e hispanos se reunieron en un antiguo depósito de armas del conflictivo barrio neoyorquino al calor del recargado discurso de Farrakhan.

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Una decena de guardaespaldas rodeaban un escenario desde el que Farrakhan pronunció un discurso aparentemente pacificador con frases como: "No sirve al mejor interés de la nación el matar a hombres negros, y no sirve a nuestro mejor interés el matamos los unos a los otros para servir al interés de aquellos que se regocijan en la muerte de nuestros hermanos". Otra: 'Tos judíos no quieren que Farrakhan haga lo que está haciendo. Están conspirando mientras yo hablo". Mientras habla, la policía disuelve en el exterior una concentración de judíos que protestan por el acto, que se ha congregado allí para protestar y que está teniendo roces con miembros del equipo de seguridad de la Nación del Islam.

En su hasta ahora última comparecencia pública, Muhamad ha vuelto a pasar la pelota al campo contrario. En una alocución en la Universidad de Florida respondió así a un grupo de 250 manifestantes que protestaban por su visita: "¿Cómo tenéis valor de llamarme antisemita? ¿Cómo tenéis valor de llamarme intolerante? El Estado de Florida está en la lista de honor del racismo".

Louis Farrakhan, que en ningún momento ha desacreditado a Muhamad, ha anunciado que convocará otro un nuevo mitin en la ciudad de Nueva York. Sus palabras son tan sólo una brisa que mantiene v ivo el incendiario discurso de Khalid Abdul Muhamad, pero si el ayuntamiento vuelve a facilitarle el uso de un edificio público, la fricción puede llegar a encender la mecha de un cóctel que ya está cargado de gasolina.

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