El 'chip' de los domingos
Medio centenar de inmigrantes dominicanos dedica las tardes festivas a aprender informática
Los domingos, después del café, tienen una cita con el ordenador. Medio centenar de inmigrantes dominicanos acude en las tardes festivas, de octubre a febrero, a un local de San Blas donde reciben clases de informática. La mayoría son licenciados o graduados medios. Sus títulos no les libran de la penuria que azota su país. Y cruzaron el charco. Aquí trabajan en el servicio doméstico, como fontaneros o peones. Los libros pesan más en los días de asueto. Pero esperan que esta iniciativa de sus compatriotas de la Asociación de Mujeres Dominicanas en España (AMDE) les ayude a mejorar su situación.Rubén, un ingeniero electrónico de 33 años, es uno de los alumnos. En Santo Domingo trabajaba como inspector de servicios en la empresa estatal de electricidad. Un buen empleo, en principio. "Pero ganaba al cambio unas 40.000 pesetas al mes cuando el alquiler de una vivienda cuesta unas 3.000", explica.
"Ante esa situación sólo tienes dos vías: o corromperte y aceptar sobornos o pluriemplearse. Yo elegí la segunda, y por las tardes ayudaba a un pariente mío electricista", añade. Hace dos años tomó un tercer camino: emigrar para ahorrar dinero. Llegó a Madrid, donde trabaja de fontanero, sin contrato, ya que no tiene permiso de trabajo, aunque espera obtenerlo pronto.
"Siempre espero regresar y todo lo que estudie me ayudará aquí y allí", apostilla. Así que los domingos, él y su novia, Sandra, de 27 años, licenciada en mercadotecnia y empleada como asistenta de un dentista, cogen los apuntes y el tren desde Fuenlabrada, donde viven. Ambos critican los sistemas de cooperación internacional. "Nada se da por solidaridad, sino para conseguir mercados u otro tipo de ventajas; a los países pobres nos imponen las reglas del juego", aseguran. "Los técnicos españoles que se envían a la República Dominicana a través de esos convenios trabajan allí junto a nosotros, los técnicos autóctonos, pero ganan muchísimo más", añaden molestos.
A las clases asiste también una española, Manuela Fernández, de 36 años. Supo de la iniciativa a través de una compañera de piso dominicana. Y decidió apuntarse. Había un centenar de solicitudes para 47 plazas y la suya fue una de las admitidas al curso. "Al principio venía un poco tensa porque el ambiente es distinto y porque creía que me iban a echar en cara que estaba ocupando una plaza que podría destinarse a una dominicana", explica. "Pero esos miedos se me quitaron y me siento a gusto; eso sí, las clases me resultan difíciles porquee el nivel es alto y yo he obtenido el graduado con 30 años", añade esta madrileña, que trabaja con un contrato temporal en la limpieza de oficinas.
Dinero y 'papeles'
Jemi, de 39 años, también se encontraba rara al principio. "Soy dominicana, pero llevo 18 años aquí", asegura. Llegó como estudiante, se casó con un español y se quedó. Licenciada en Criminología por la Complutense, trabaja en una fábrica. "Venir a las clases me parte en dos el domingo, pero he perdido la posibilidad de otro empleo mejor por no saber informática y no quiero que vuelva a ocurrir"explica.Lo que más desea Aquilina, de 28 años, es regresar junto a sus dos hijos. Acabó el bachillerato, su marido se desentendió de ella y de los niños, y decidió venir a Madrid, donde su madre trabaja como asistenta de una anciana. Lleva tres años de interna en una casa del Parque de las Avenidas y gana 75.000 pesetas mensuales, pero carece de papeles. "Vine para ahorrar dinero y poder construir una casa para mis hijos", afirma. Ya sólo le falta el tejado. Y piensa en regresar. "Aprender informática me puede ayudar cuando vuelva porque en mi país hay poca gente que sepa manejar ordenadores", concluye.
María Paredes, presidenta de AMDE, coordina este curso. En 1992 organizaron otro de tres meses. "En Madrid hay inmigrantes dominicanos con muy bajo nivel de estudios, pero también existe un buen grupo de licenciados y técnicos medios que se ven forzados a trabajos marginales para subsistir", explica. "Nos pareció que hacía falta organizar estos cursos para que la gente no se estanque, para que siga formándose", asegura. "Elegimos a aquellas personas con un nivel de formación que les permitiese seguir bien las clases; entre ellas una española, porque nos parecía bueno que hubiera intercambio; también viene una chica ecuatoriana y otra peruana", concluye.
Todo es gratuito y basado en la buena voluntad. Pero también profesional. Los tres monitores son técnicos informáticos que ofrecen sus servicios sin cobrar nada, por amistad con las organizadoras. El local y los ordenadores los cede el Instituto de Estudios Políticos para América Latina y África, una organización no gubernamental que trabaja en la cooperación con el Tercer Mundo. Las clases se celebran en dos turnos de dos horas de duración cada uno. En medio, un cafelito para cambiar impresiones.
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