El 'Juicio final' de la Capilla Sixtina, restaurado tras, cuatro años de trabajo
El fresco más grande del mundo, obra de Miguel Ángel, se 'inaugura' el 8 de abril
La restauración del imponente Juicio final, la pared central de la Capilla Sixtina, de 19 metros de alto y 13 de ancho, el fresco más grande del mundo, de 200 metros cuadrados y mas de 400 figuras, esta para concluirse tras cuatro años de minucioso y polémico trabajo. El 8 de abril caerá el telón que lo cubre, durante una ceremonia solenme presidida por el Papa. Y las 20.000 personas que cada día desfilan por los Museos Vaticanos podrán finalmente extasiarse ante la belleza agresiva de aquel mundo de figuras creado de mala gana por la genialidad de Miguel Ángel.
El pasado sábado fue la última vez que el minúsculo montacargas que durante estos años ha subido a los restauradores a los siete pisos de andamiaje levantados para realizar el trabajo, condujo hasta arriba a una docena de críticos y periodistas internacionales, entre ellos a EL PAÍS, para poder ver y tocar con la mano lo que allí ha pasado en estos años durante los que ocho millones de visitantes de la Sixtina han tenido que resignarse a volver a sus casas sin poder contemplar la majestad de El juicio final.
Hacía un cierto efecto pensar que aquel rústico montacargas, que sube como una carreta y que no resiste más que el peso de cuatro personas, ha llevado a los mayores críticos de arte del mundo para observar y vigilar la atrevida hazaña de Gianluigi Colalucci, director responsable del equipo de restauradores vaticanos, y su equipo. Entre ellos, la comisión, creada por voluntad del papa Wojtyla, de 18 expertos de Europa y Estados Unidos, para que le diesen su parecer tras las críticas, a veces feroces, que se han levantado contra la obra de los restauradores acusados de haber violentado la obra de Miguel Ángel.Mugre de siglos
Abajo, en la Sixtina, desde lo alto del séptimo piso de andamiajes, se podía oír el murmullo de los turistas, a quienes un altavoz en cuatro idiomas pedía inútilmente silencio. Arriba, ocultos tras el gran telón que cubre El juicio final, Colalucci respondía con paciencia a las críticas y provocaciones de los periodistas. No se cansó. de decir que ellos no han restaurado, sino simplemente limpiado el magnífico fresco de la mugre de tantos siglos, y que ahora lo que se ve -una explosión de colores de los que destaca el azul lapislázuli del cielo que Miguel Ángel hacía traer ex profeso de Venecia- no es otra cosa que la "materia virgen original". Y para que permanezca como sello indiscutible de la limpieza hecha, los restauradores han querido dejar un triángulo en lo alto a la derecha del fresco sin restaurar. Visto de cerca parece una mancha negra al lado del resto resucitado en sus colores vivísimos.
Colalucci sabe que es la única y última vez que vamos a tener el privilegio de estar a unos centímetros de aquellos frescos creados por el gran Miguel Ángel, y se vuelve de espaldas para que podamos damos el gusto de rozarlos con los dedos como si fuesen un talismán. Los toca como el que comete un pecado hasta el serio Enzo Siciliano, el escritor pasolliniano que no esconde su admiración y su emoción. Desde cerca, las figuras casi te aplastan. Son como gigantes de mil colores tremendamente carnales. Sobre los negros taparrabos que cubren las vergüenzas de algunos de ellos, sobre todo masculinos, Colalucci ha trazado una cruz con tiza blanca. Son algunos de los desnudos mandados tapar por los Papas y que van a ser sacados a la luz. Van a ser sólo unos 15 de los 40, porque el resto no son ya recuperables, ya que los restauradores pasados, más papistas que el Papa, como Danielle di Volter, habían raspado con cincel los genitales antes de cubrirlos de pintura. Sólo unos senos imponentes de mujer, con sus grandes pezones erguidos, en una figura anónima al lado de San Juan Bautista, se salvaron de la quema. Se ve que ningún restaurador se atrevió a mutilarlos ni a ocultarlos.Trazos visibles
A su lado, sí fueron, sin embargo, tapadas en parte las enormes posaderas provocadoras del apóstol San Andrés desnudo. Desde cerca se pueden observar todos los detalles del trabajo que realizara Miguel Ángel cuando tenía ya 60 años. Por ejemplo, el trazo con la punta del pincel del entorno de las figuras como si fueran trazadas a lápiz. En alguna ocasión se nota cómo después, al usar la pintura, corregía el trazo que queda aún visible. Han quedado también los agueros de los clavos que Miguel Ángel usaba para sujetar los cartones. Y el tener delante de los ojos, de cerca, la expresión de las caras, por ejemplo, de los condenados, hace pensar que Miguel Ángel se anticipó a algunos de nuestros tebeos modernos.Nuestra mayor sorpresa, dice Colalucci mientras nos empuja delicadamente hacia el montacargas -porque, dice, "ya han estado ustedes más de una hora"-, es que nos hemos encontrado con unos frescos purísimos, realizados con colores delicadísimos, estudiados para ser vistos con la luz natural que penetraba por las 12 ventanas de la Sixtina, y añade que más tarde, cuando las filtraciones de agua, la humedad, el humo de las velas del altar y el polvo fueron cubriendo de mugre el fresco, fue necesario iluminarlo artificialmente, falseando así su visión.
Una explosion de color
Más aún que los frescos de la bóveda, figuras que han sido durante siglos testigos mudos y amenazadores de los misterios e intrigas de los cónclaves que eligieron a tantos papas, y de las lunetas de la Sixtina, ya terminados y que tantas polémicas habían creado, lo que va a llamar la atención de El juicio final cuando se destape a primeros de abril va a ser su explosión de color.El pasado sábado, día de la visita de los periodistas y críticos a la Capilla Sixtina, Roma había amanecido de cristal, azotada por ese viento de tramontana que raja la piel pero hace transparentes hasta las piedras milenarias y que te acerca a los ojos, como un espejismo, los monumentos como recién pintados. "Eso es exactamente lo que ha ocurrido con la restauración de El juicio final", dice Colalucci, respecto a la labor de los restauradores que han trabajado durante años para devolver la originalidad de los colores de Buonarrotti
Están todos los colores: azules, verdes, rojos, naranjas, color siena, ocres, violetas, amarillos, y también blanco y negro. Algunos amarillos, como los del pelo del Cristo juez, son como oro. Los colores de El juicio final, explica Colalucci, son calientes y sugestivos". La gama cromática usada en este fresco, pintado 30 años después del de la bóveda, más que florentina, como aquéllos, es veneciana.
Hay infinidad de verdes, desde el esmeralda al verde botella. Y otros tantos azules, que es el color dominante de El juicio final, porque es el del cielo. El rojo va desde la sangre de las llagas del Cristo al naranja, pasando por todos los rosas. Los azules están construidos esencialmente por piedras de lapislázuli machacadas, muy caras, que se las llevaban a Miguel Angel desde Venecia. Los verdes son de tierras verdes y los rojos de ocres rojos y de laca roja. Los ocres están hechos de tierra de sombra y de tierra de Siena quemada.
El estudio del estado del color y de la presencia de sustancias extrañas fue realizado, antes de empezar la restauración, por un equipo externo al Vaticano, presidido por Marisa Laurenzi Tabasso y por Ernesto Borelli, del Instituto Central de Restauración de Italia. Para el análisis de los pigmentos se ha usado la espectrometría en absorción atómica a llama (AAS) y la de absorción atómica con horno de grafitos (AAS HGA), además del examen microscópico.
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