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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Balladur, en cuestión

LOS ÚLTIMOS sondeos publicados en Francia indican un fenómeno completamente nuevo: Balladur, el jefe del Gobierno que bate desde hace 10 meses todos los récords de popularidad, ha empezado a perder puntos en una proporción apreciable. Según Gallup, el 52% de las personas interrogadas aprueban en febrero la gestión de Balladur, mientras que en enero el porcentaje era el 59%. Este descenso de un 7% en el índice de popularidad se añade a otros datos indicativos de que se agota la etapa de entusiasmo por el milagro Balladur.

Es lógico ver en este descenso de popularidad la consecuencia de los graves conflictos sociales que han tenido lugar los últimos meses, y de modo más directo el de los pescadores, que en diversas ciudades de Bretaña ha motivado manifestaciones masivas contra la política del Gobierno. Balladur se presentó en Rennes el 4 de febrero dispuesto a hacer concesiones económicas a los protestatarios para obtener el fin de la agitación en la calle. Tal ha sido su táctica en los conflictos sociales, bastante numerosos, de los últimos meses. Ha combinado una política de austeridad, que descontenta a capas amplias de la población, con gestos generosos que parecían, hasta ahora, ganarle la simpatía de los franceses.

De todos los conflictos, el de la enseñanza es el que ha jugado un papel más relevante: el Gobierno había aprobado una ley anulando normas básicas de la enseñanza laica, uno de los valores más arraigados en la sociedad francesa. Ello le ha costado a Balladur dos derrotas seguidas: primero, el Tribunal Constitucional declaró esa ley inconstitucional, lo que obligó al Gobierno a retirarla. Pero, al mismo tiempo, se ha bía levantado en todo el cuerpo de enseñantes, y en tre amplias capas populares, una enorme indignación que se plasmó en una manifestación gigantesca en París el 16 de enero. Fue el despertar de la izquierda sociológica, casi hundida en las catacumbas después del tremendo fracaso electoral de 1993.

A partir de ese momento, dos procesos políticos se han puesto en marcha, con un ritmo aún lento pero que podría acelerarse en circunstancias favorables. Por un lado, en la derecha, los chiraquianos manifiestan su disgusto por el obvio propósito de Balladur de prepararse a ser candidato a la Presidencia de la República. Es un puesto que Jacques Chirac, como jefe del partido, se tiene reservado. Aunque la campaña presidencial sólo se perfila en el horizonte, los chiraquianos han empezado ya a criticar a Balladur con el argumento de que no ha sido capaz de realizar una política nueva: por ello hace falta una política de derecha de verdad, con Chirac en el Elíseo.

El otro fenómeno, más novedoso, se produce en la izquierda: cuando los vencedores en las elecciones creían que tenían al Partido Socialista derrotado para muchos años, éste da signos de vitalidad. No se trata sólo del fervor con que los franceses han salido en defensa de la enseñanza pública. En dos recientes elecciones parciales, una en París y otra en Blois, los candidatos socialistas han ganado, con diferencias de votos considerables en relación con las elecciones del año pasado.

Por otra parte, Rocard ha puesto en marcha, con una Asamblea por la Transformación Social celebrada en París, un reagrupamiento de las fuerzas de izquierda con un éxito evidente. A esa asamblea han concurrido comunistas, verdes y personas sin partido, pero que se identifican con la izquierda. Es evidente que, con vistas a la elección presidencial, Rocard tendrá que lanzar de alguna forma sus anzuelos entre las fuerzas del centro: es una operación compleja, y aun no se perfila cómo va a desarrollarse. Pero en la izquierda ha reaparecido una esperanza que parecía enterrada, estimulada a la vez por lo que ocurre en la derecha: el enfrentamiento de Chirac y Balladur empujará seguramente a otros candidatos a jugar su suerte.

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