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GUERRA EN LOS BALCANES

Francia-EE UU: extraña alianza en la hora crítica de la OTAN

Lluís Bassets

El ultimátum de la OTAN para el levantamiento del cerco sobre Sarajevo ha sido el resultado de un liderazgo nada habitual en la historia de la Alianza Atlántica. Francia, el país con mayores recelos respecto a la OTAN, no integrado en su estructura militar, que ni siquiera envía a su ministro de Defensa a los consejos de ministros, de planificación, ha sido el que ha decidido poner en marcha la máquina militar para levantar el cerco de Sarajevo. Enseguida ha encontrado la colaboración estadounidense, que no podía faltar en una alianza basada principalmente en el compromiso de Washington en la defensa europea.Francia ha podido realizar este gesto, ante todo, porque es el país que tiene más fuerzas sobre el terreno: 5.793 cascos azules, de los que 4.077 están en Bosnia, además de unos 4.200 soldados más desplegados en la flota del Adriático y en la aviación. Es el que cuenta, por tanto, con mayor autoridad e interés en liberar a sus dos batallones desplegados en Sarajevo.

París tiene también los medios para imponer sus puntos de vista. Cuenta con una diplomacia experimentada y de gran tradición, fruto de su antiguo papel de potencia mundial, y tiene todavía los reflejos políticos propios de un país que ha contado en el reparto del mundo.

Para el habilidoso primer ministro, Édouard Balladur, es un motivo más para cultivar su popularidad, después del éxito cosechado en la negociación comercial del GATT. En esta tarea, además, el Gobierno conservador cuenta incondicionalmente con el presidente François Mitterrand y con un amplísimo consenso parlamentario, a excepción de los mermados comunistas y los aislados lepenistas.

La ocasión es, además, excepcional desde el plano político. Francia demuestra que es todavía el país central en la construcción europea: si en lo monetario funciona el eje con Alemania; en lo militar, su relación privilegiada es con Estados Unidos. Los dos vecinos y rivales en la dirección del continente, Alemania y Reino Unido, han quedado en un discreto segundo plano. Bonn porque no puede mandar a sus soldados a Bosnia debido a una prohibición constitucional. Londres porque desde el primer día ha adoptado una actitud minimalista ante el conflicto.

La iniciativa francesa no hubiera funcionado por sí sola. De ahí que se haya producido después de una tanda de discusiones, a veces en tono airado, entre Washington y París. Washington acusaba a París de apadrinar una presión inmoral sobre los bosnios, el bando más débil y más legitimado para el uso de la fuerza, con el objetivo de que aceptaran un plan de paz que significa la, partición, el reconocimiento de la limpieza étnica y la gratificación del uso de la fuerza para el cambio de fronteras.

París acusaba a Washington de inhibirse con la idea de levantar el embargo sobre Bosnia, haciendo así el juego a quienes quieren que la guerra quede en manos de los solos combatientes, y dando razón a los temores de un puente estadounidense a los aliados de un continente en el que primordialmente contaría a partir de ahora el interlocutor ruso. La pelea ha dado el resultado de estrechar un pacto y producir un tándem excepcional en la dirección de la OTAN.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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