_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El congreso del PSC

El desarrollo del Congreso del Partit dels Socialistes de Catálunya (PSC-PSOE) en Sitges habrá sorprendido a mucha gente. El PSC tiene fama merecida- de ser un partido sólido, tranquilo, no atravesado por ninguna línea divisoria del tipo de renovadores contra guerristas, y con una dirección coherente que siempre aporta ideas nuevas al debate político. Sin embargo, el congreso de Sitges ha dado una imagen distinta. Crispaciones, inseguridades, querellas personales, una dirección cuestionada por la mayoría de los congresistas y un repliegue del partido en sí mismo que le ha alejado de los problemas y (le las expectativas de muchas gentes.Bueno, pues, ni tanto ni tan calvo. Ni tanto de lo primero ni tanto de lo segundo. El PSC ha llegado a este congreso con los mismos problemas que aquejan a todos los partidos políticos: los cambios abruptos en la política mundial, la necesidad de repensar la acción y la estructura del Estado de bienestar, la urgente reflexión sobre el papel de los partidos políticos en una soc¡edad que tanto ha cambiado, en la que han entrado en escena nuevas generaciones y en la que la crisis económica genera a diario paro e incertidumbres personales y colectivas, etcétera.

Pero el PSC tenía otros, más específicos. Uno de ellos es el debilitamiento de su propio liderazgo interno no tanto por razones personales, que también puede haberlas, como por el hecho de que desde hace algunos meses su máximo responsable, Raimon Obiols, dirigente experimentado, innovador, querido y respetado por la gran mayoría, había anunciado que no será candidato a las próximas elecciones autonómicas en Cataluña. Esto es una incógnita, y en política las incógnitas siempre son peligrosas porque generan inseguridad, sobre todo cuando no hay candidatos alternativos o cuando los que aparecen como tales están dedicados hoy a otras tareas muy importantes que no pueden abandonar así como así y que si lo hacen a destiempo pueden generar otras incertidumbres.

A ello hay que añadir que el PSC se encuentra en una situación singular: en Cataluña su máximo rival es Convergéncia i Unió, la fuerza que en las Cortes Generales asegura hoy por hoy la mayoría parlamentaria del partido socialista. Encontrar la línea divisoria exacta entre estas dos realidades y moverse a lo largo de esta línea con fuerza y con decisión no sólo en los grandes temas, sino también en la acción diaria en todos los niveles, no es tarea fácil. En definitiva, el PSC ejerce importantes funciones de gobierno no sólo en Cataluña, sino también en el conjunto de España, ha ganado todas las elecciones generales celebradas hasta ahora y también todas las elecciones municipales y sabe que para vencer en las únicas que hasta ahora ha perdido -las autonómicas tiene que movilizar plenamente a un electorado no del todo homogéneo, que va desde las zonas metropolitanas de mayor densidad obrera y de mayor inmigración hasta sectores muy importantes de las clases medias catalanistas que no comulgan con el nacionalismo pujolista.

Finalmente, es, indudable que en todos los. partidos que ejercen responsabilidades de gobierno se pueden producir contradicciones entre sus dirigentes y los miembros del partido que dirigen instituciones públicas en los diveros niveles. Esto puede originar y genera, sin duda, roces y hasta enfrentamientos personales que, en algunos casos, pueden convertirse en auténticos problemas de confrontación sobre liderazgos generales o parciales.

El PSC llegó al congreso de Sitges con estos problemas por delante. Y organizó un congreso en el que iodos y cada uno de los novecientos y pico de delegados decidían con voto personal y, si lo solicitaban, secreto. Esto no era nuevo, pero sí lo era su gene ralización en todas las instancias y votaciones. Se iniciaba una gran renovación en el método, pero el congreso se había preparado con otra lógica, de hecho, fruto de los problemas ya señala dos. Desde hacía días, los futuros delegados leían en la prensa los acuerdos a que ya se habían llegado para formar los nuevos órganos dirigentes, con los nombres de las personas y las tareas que se les iban a encomendar. El delegado que llegaba al congreso disponía, pues, de un instrumento magnífico, su voto, pero no sabía si era para decidir o para ratificar lo ya decidido por otros. Y esta ambigüedad se mantuvo a lo largo del congreso. En él hubo dos episodios decisivos. El primero ocurrió muy pronto, en la sección inicial. Cuando se sometió a votación individual y secreta el balance de la gestión de la comisión ejecutiva, realizado por Raimon Obiols, los delegados expresaron libremente su opinión aprobando dicha gestión por una mayoría relativa -el 47%-rechazándola por un 28% y absteniéndose en un 23%. La dirección del PSC reaccionó -reaccionamos, puesto que yo soy miembro de ella- mal y a destiempo. En vez de reconocer inmediatamente la primacía y la legitimidad del voto, o sea, en vez de felicitar a los delegados por el limpio ejercicio de su voto, dar las gracias por el apoyo y anunciar que entendía muy claramente la advertencia y el sentido de los votos de rechazo, lo entendió todo como una desautorización global, e incluso como una manipulación de unos contra otros, y abrió la crisis. A partir de entonces era inevitable que funcionaran dos lógicas distintas, dos congresos distintos. Uno, el de las sesiones normales de los delegados que siguió su tarea con inquietud y nerviosismo, pero con regularidad, discutió muchas e importantes enmiendas, aprobó con vastas mayorías y n repetidos casos por unanimidad as propuestas programáticas y laboró una serie de documentos sobre los problemas reales del país de notable calidad, de gran espíritu renovador y de alto vuelo político. El otro fue la tensa negociación en los pasillos y despachos entre los más altos dirigentes, os presidentes de delegación y otras personalidades para encontrar una salida a la crisis de dirección. Cuando estas negociaciones dieron, al fin, un resultado, los máximos negociadores se presentaron ante la asamblea y anunciaron que todo estaba, por fin, resuelto. Y entonces se produjo el segundo momento culminante del congreso, los delegados rechazaron dicha propuesta y exigieron a los negociadores que presentaran otra. Fue entonces cuando la lógica abierta por la renovación en los métodos mostró su auténtico sentido, a saber: que los acuerdos por arriba entre personas, grupos o fracciones ya no serán o serán cada vez menos el método de resolución de los problemas.

No digo que todo tenga que pasar por una legitimación asamblearia ni menos todavía que la renovación consista sólo en el voto personal y secreto. Lo que sí digo es que ambos elementos son importantes,- pero que lo decisivo será encontrar la manera de conformar la voluntad del partido con los métodos y la lógica del diálogo permanente, de la presencia activa de todos los dirigentes en todos los niveles, de la rotación de responsables, de la consulta constante y, en definitiva, de la relación fácil entre unos y otros. Esto es lo que se dice normalmente, pero ahora habrá que demostrarlo en la práctica.

Ya sé que esto puede parecer una visión ingenua de lo ocurrido y que inmediatamente me dirán que me olvido de tal o cual sector que organizó tal o cual votación, que me olvido también de los votos de castigo sufridos por los que tuvieron que protagonizar las negociaciones más difíciles y que no tengo en cuenta el hecho evidente de que la asamblea de los delegados tuvo que aceptar compromisos y tomar resoluciones que seguramente muchos no compartían. Pero ésta es una parte de la cuestión y no muy diferente de lo que ocurre en la vida cotidiana de todo tipo de organizaciones. Sé muy bien que una asamblea de estas -características, cohesionada en lo general, pero insegura y heterogénea en muchos aspectos particulares, con nuevas generaciones en escena -pues el PSC ha aumentado, notablemente su militancia y eran muchos los delegados que participaban en un congreso por primera vez, se puede prestar a manipulaciones parciales y puede llegar a caer en el más puro asambleísmo. No la idealizo. Pero el remedio a estos peligros no consiste en hacer marcha atrás y en privar a los congresistas de su voto individual y hasta secreto -aunque yo prefiero el voto público porque es el que permite dar la cara, cosa fundamental en política. El remedio es crear puntos de referencia sólidos antes, durante y después del congreso. Esto puede obtenerse a través de un líder personal muy fuerte o de un equipo muy sólido o de unas propuestas programáticas muy específicas y singulares que, aglutinen a la mayoría de los participantes y, desde luego, mejor con todo ello a la vez. Si estos elementos de agregación fallan es cuando se deja el terreno libre a la formación de grupos parciales o se cae en el puro y simple asambleísmo. El PSC está aprendiendo en la práctica -que es como se aprende- las posibilidades y las limitaciones de ese concepto abstracto que denominamos renovación. Y la conclusión es que la renovación sólo puede avanzar si somos capaces de conjugar la iniciativa creadora del partido en todos sus niveles con una orientación sólida y con unos puntos de referencia, personales y políticos, que generen confianza en el partido y fuera de él. Sólo los que así lo entiendan serán protagonistas del futuro.

Jordi Solé Tura es diputado por el PSC-PSOE.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_