Paraísos estupefacientes
Rogello López Cuenca (Nerja, 1959) militó en un inefable y desgarrado colectivo de agitación urbana, que fustigaba sin piedad la complacencia del lugar común, cultural o ideológico, en el Málaga de los ochenta. Con anterioridad, había echado sus primeros dientes creativos dentro de la tradición experimental de las poesías visuales. Ambas raíces han condicionado de modo decisivo el viaje desarrollado en solitario por el artista en el último lustro, así como la naturaleza y eficacia de las armas que su obra proyecta sobre el territorio actual de propuestas conceptuales.Desde un doble horizonte de lectura, la palabra da hoy origen, en la obra de López Cuenca, a un tejido en el que se superponen, de modo indisociable, el sentido literal del texto y las resonancias despertadas por su dimensión formal o los estereotipos gráficos a los que está asociado. Los juegos de palabras se encadenan as a juegos de imágenes, unos y otros vinculados a clichés que proceden, indistintamente, de la memoria de las vanguardias y del instrumental de la cultura de masas.
Rogelio López Cuenca
Galería Juana de Aizpuru.Barquillo, 44, 1º. Madrid. Hasta el 11 de febrero.
Ello permite obtener pastiches mordaces y perversos a través de mecanismos que enlazan con la estirpe del pop en su manipulación de arquetipos publicitarios o imágenes procedentes de los medios de masas en los que López Cuenca despliega un espejo, esperpéntico y ambivalente, frente a la "sociedad del espectáculo".
Paradise lots da título a la serie presentada por el artista malagueño en esta ocasión. Parcelas de paraíso en oferta, sueños estupefacientes que el dinero puede comprar, tienen su lectura gemela -su doble espectral- en la resonante sospecha de ese Edén irremisiblemente extraviado, y ya por siempre, en el laberinto de sus simulacros.
Sintéticos o vegetales, los alcaloides que incorpora a este juego de equívocos se convierten en metáfora de un melancólico viaje interior de insumisión, satanizados por el morro por los mismos que imponen y administran una economía general del deseo, ofertando un sinfín de paraísos artificiales de letal pacotilla. Pasión, por tanto -¿qué más queremos?-, de la de veras, que, puesta a darnos marcha, pide todo a cambio de nada. Tal como reza una de las telas de la serie, la estrategia es clara: crear uno, dos, cien Eurodisney.
Y todos, enganchados del pico irresistible de un nuevo orden Internacional, descerebrados pero contentos, metiéndonos por lo legal pura droga dura.
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