Año duro para Kohl
LOS PREPARATIVOS para la elección, el 23 de mayo, del presidente de la República son ilustrativos del ambiente electoral que comienza a percibirse en Alemania al comienzo del año. No podría ser de otro modo si se tiene en cuenta que en los próximos meses están previstas 19 consultas regionales y locales, además de las legislativas que, el 23 de octubre, decidirán el futuro político del país.El presidente de la República no tiene en Alemania poderes ejecutivos, pero su papel moral es importante, sobre todo si es persona de prestigio y tiene un apoyo amplio que trasciende las fronteras partidistas, como ha sido el caso de Richard von Weizsäcker. En la selección del candidato para ese cargo, Kohl ha sufrido un serio revés: presentó a Heitman, un político del Este, argumentando la ayuda que ello significaría para superar los residuos de la vieja división. Pero su candidato se descalificó a sí mismo con una serie de declaraciones misóginas, revisionistas del pasado alemán y claramente hostiles a los inmigrantes. Tras semanas de dudas, presentó a Roman Herzog, actual presidente del Tribunal Constitucional, un político democristiano, netamente conservador pero respetado en todo el arco parlamentario.
Herzog no tiene la elección muy segura: los liberales no le apoyan y mantienen su propio candidato. Y el respaldo público que le han dado los Republikaner (neofascistas) -que él ha rechazado con vehemencia- puede crearle dificultades: la elección es secreta y podrían producirse sorpresas incluso en las filas de aquellos partidos comprometidos a su favor. En todo caso, el dato más significativo en estos prolegómenos es la pérdida de autoridad de Kohl: después de 12 años como jefe de Gobierno y 20 al frente de su partido, su desgaste no deja de ser lógico. No obstante, su instinto de poder le ha salvado de no pocas crisis anteriores y siempre demostró ser superior a sus rivales en las pugnas internas.
Los sondeos indican que su popularidad está muy por debajo de la de Rudolf Scharping, el líder socialdemócrata que aspira esta vez, después de tres fracasos consecutivos de su partido, a reconquistar la cancillería. Es muy probable que ninguno de los dos grandes partidos cuente, con suficientes diputados para gobernar en solitario en Bonn. Por ello, un tema obligado en los debates políticos. es el de las diversas combinaciones que podrían permitir, en principio, al SPD ocupar la cancillería. El propio Scharping, en su land de Renania-Palatinado, gobierna con el Partido Liberal. Esta combinación funcionó bien en Bonn entre 1969 y 1982. Kinkel, el líder liberal y ministro de Exteriores de Kohl, se resiste a hablar de eventuales cambios de mayoría. Es previsible que opte de nuevo por una coalición con los democristianos de Kohl.
Entre las preocupaciones ante este año electoral de 1994 está el temor a que, tras un relativo estancamiento, vuelva a resurgir la extrema derecha, ante todo los Republikaner. No se puede descartar que superen la barrera del 5%, indispensable para entrar en el Parlamento. Si así ocurriese, podrían incrementarse las tentaciones de algún sector democristiano de captar estos votos para nuevas mayorías, rompiendo así el consenso antifascista que, por lo general, ha funcionado en la República Federal de Alemania desde la guerra. Por esta vía podría darse una derechización de la política de Bonn, en total contradicción. con el papel que a Alemania le corresponde desempeñar en los próximos años para avanzar hacia la Unión Europea.
Otro fenómeno bastante general es el surgimiento de pequeños partidos centristas, con objetivos exclusivamente locales, como el que hoy gobierna en Hamburgo con el SPI), la Stattpartei. Son la expresión de la crisis de los partidos tradicionales. De ellos se aleja el electorado de diversas formas: en la derecha, con el auge de partidos profascistas; en la izquierda, con la fuerza que conservan los ex comunistas en Alemania del Este. Son fórmulas políticas que, de momento, están muy lejos de conformar alternativas de Gobierno.
En esta situación, sobre todo en el caso del crecimiento de la extrema derecha, no resulta improbable la hipótesis de un retorno a la Gran Coalición, con socialistas y socialdemócratas gobernando juntos al término de la era de Kohl. En momentos de grandes decisiones europeas puede ser la mejor solución.
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