Una carta
Querido empresario: quiero dirigir me a usted en vísperas de la huelga para hacerle saber que nada tengo que ver en ella. Ustedes son los que deberían hacerla, que no sé cómo nos soportan, a los trabajadores, digo. Yo mismo tengo la desfachatez de cobrar trienios; de hecho constituyen una parte importante de misalario. Los trienios, ya ve usted, que fueron un invento de la dictadura, me parece, de cuando no había libertad de mercado ni nada. Menos mal que son ustedes imaginativos y tienen capacidad de reacción, porque es que, la verdad, con la cantidad de libertad que hace falta para ser competitivo, Franco podía haber acabado con ustedes. Bueno, y lo de los trienios es una tontería; imagínese que soy fijo, qué disparate, cuando ahora pueden contratar a un eventual por dos duros y a un discontinuo por tres. Pues soy fijo, se lo digo avergonzado e implorando su benevolencia. Por si fuera poco, en los años de la euforia económica, me di el capricho de te ner hijos, dos. Desde luego, no debe ser fácil aguantarnos, señores empresarios. Yo es que no sé de dónde me he sacado todas estas ambiciones, que hasta pretendía tener una casa: menos mal que la PSV me ha puesto los pies en la tierra. Y ahora queremos que ustedes o el mercado se hagan cargo de todos estos vicios. Qué paciencia tiene que tener el mercado con nosotros.
Por lo que a mí respecta, puede usted bajarme el sueldo y olvidarse de los trienios. Ya me arreglaré. Puede, incluso, hacerme un contrato eventual, porque es que yo creo que la seguridad me perjudica. No sé, me parece que el hecho de ser fijo me quita competitividad; no me dan ganas de asesinar a ningún compañero en los urinarios para ocupar su puesto. Me estoy afeminando: o sea, que si me ve en la huelga es por miedo a los piquetes, pero no soy partidario.
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