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Tribuna:EL PARO DEL 27-E
Tribuna
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Mis razones para no hacer huelga

Su condición de funcionario con un sueldo en manos del Gobierno, la convicción de que no se debe impedir un cambio de la política económica, la solidaridad con los parados y el respeto a la democracia, son las razones del autor para no ir a la huelga.

1. Me han bajado el sueldo. Soy funcionario. Mi sueldo lleva dos años congelado. La. inflación acumulada en 1992 y 1993 es más del 10% En esa medida ha disminuido mi poder adquisitivo. Si triunfa la huelga mi situación empeorará. La razón es sencilla. El Gobierno, para combatir la inflación y dar ejemplo, congela el sueldo de los funcionarios, que es una de las variables sobre las que tiene mayor control. Si triunfa la huelga, es decir, si los que la organizan consiguen sus fines, los sueldos nominales seguirán subiendo, sobre todo los de los trabajadores sindicados de las grandes empresas privadas y públicas (porque mientras los sueldos de los funcionarios están congelados, los de los trabajadores de empresas públicas, muchas de ellas fuertemente deficitarias, han subido por encima del 6% anual en esos años). Es posible que también suban los sueldos nominales de los funcionarios, aunque en menor medida; pero esto es casi seguro que ocurra en 1995 en todo caso, porque los funcionarios públicos ya estamos bastante castigados. De modo que el triunfo de la huelga a mí más bien me perjudicará: en primer lugar, porque el sueldo de los funcionarios subirá en 1995 en todo caso, con huelga o sin ella; en segundo lugar porque, si triunfa la huelga, subirán más los sueldos de otros colectivos sobre los que el Gobierno tiene menos control, la inflación seguirá creciendo, y mi poder adquisitivo disminuirá; y en tercer lugar, porque, a la larga, si la inflación sigue disparada, el Gobierno seguirá utilizando los sueldos de los funcionarios como variable de control, y mi sueldo siempre perderá la carrera.2. Para que cambie la política económica del Gobierno. Desde 1988, la política económica del Gobierno viene dictada por los que organizan esta huelga. Por razones que luego examinaremos, el Gobierno socialista, que tenía un plan económico abiertamente proclamado, renunció a él ante el éxito de la huelga del 14 de diciembre de ese año. Ese plan, por otra parte muy lógico, consistía en llevar a cabo una política de ajuste los años 1989 y 1990 y una política de expansión los años 1991 y 1992; tras el éxito esperado de los fastos del Quinto Centenario y las Olimpiadas en 1992, con una economía en expansión, se ganarían fácilmente las elecciones de 1993. Se trataba, en definitiva, del viejo ciclo político-económico: ajuste duro tras las elecciones, expansión ante las elecciones. Pero, como la economía estaba ya recalentada a finales de los ochenta, y habíamos contraído serios compromisos internacionales y comunitario s (el más visible, la entrada en el Sistema Monetario Europeo) al ingresar en la comunidad y suscribir el acuerdo de Maastricht, la razón era doble para aplicar el ajuste duro planeado. Ahora bien, el triunfo de los huelguistas en 1988 dio al traste con estos bien meditados planes. El Gobierno se asustó y renunció al ajuste duro: la inflación se disparé y no por eso disminuyó el paro. Al contrario, el progresivo deterioro de nuestra competitividad fue minando dos importantes factores de crecimiento del empleo: las exportaciones y el turismo. A la postre, las consecuencias de esta falta de rigor económico se hicieron sentir en medio de los fastos de 1992: la política de ajuste duro que no se había tomado a su tiempo empezó a practicarse en plena Expo. A manera anecdótica diré que en septiembre de 1992 fui desinvitado a participar en una mesa redonda durante la Expo de Sevilla, a la que se me había invitado con gran insistencia unos meses antes. No creo que la cosa fuera personal, ya que todo el programa (en el que había una veintena de participantes, mas de la mitad de extranjeros) fue suspendido por recortes presupuestarios. La cosa, repito, es puramente anecdótica; pero da una idea de la precipitación con la que se comportó el Gobierno en materia económica durante esos años. Todo les salió mal, incluso el triunfo en las elecciones, que les ha dejado con la necesidad de afrontar la crisis que ellos mismos han creado, por seguir el dictado de los huelguistas de 1988, pero con un Gobierno minoritario, débil y desorientado. Y encima con la oposición intransigente de aquellos ante los que cedieron.

El Gobierno, desde los batacazos económicos de 1992 y 1993, está intentando (de manera dubitativa y vergonzante) cambiar su política económica, visto el fracaso del modelo que se dejó imponer por los hombres del 14 de diciembre de 1988. La huelga tiene como objetivo impedir ese cambio. Los huelguistas quieren que siga la política que nos ha metido en el presente atolladero. Yo, funcionario perjudicado y economista crítico de la política del Gobierno, no puedo respaldar esa huelga.

3. Para que no paguen siempre los mismos el coste de la crisis. Si la huelga trata de mantener la política como hasta ahora, es evidente que se trata de que sigan pagando los mismos, es decir, los parados. Esto es natural: al fin y al cabo, la mayor parte de los parados ni cotizan ni pertenecen a ningún sindicato. Son un ejército de reserva con poco poder político. El triunfo de la huelga mantendrá altos los sueldos y salarios de los trabajadores empleados, que son los que van a hacer huelga, y muy difícil la renovación e in cluso la reestructuración de plantillas. Las consecuencias son bien conocidas. Las empresas fuertes a corto plazo continuarán como han venido ha ciendo: ofreciendo generosas subidas y congelando la plantilla, porque no tienen alternativa con la legislación laboral que ha venido rigiendo hasta ahora. Por ahí no vendrá un aumento del empleo. Muchas empresas débiles cerrarán por ser incapaces de hacer frente a los costes y rigideces laborales. Por ahí vendrá una reducción del empleo. A más largo plazo, las perspectivas serán peores, porque es claro ya que los inversores extranjeros, que habían pecado de optimismo hasta 1992, están escarmentados y siguen muy de cerca los avatares de nuestra política laboral. De triunfar la huelga se irán a Europa Oriental o a China, donde el mercado de trabajo es más flexible y los sueldos más acordes con la productividad. De modo que por ahí el futuro del volumen de empleo tampoco es halagüeño si triunfa la huelga. Otro tanto puede decirse del capital español, que se ha aprendido bien el camino de Portugal y de América, y que puede también encontrar el de los excomunistas ("ex" de derecho en Europa Oriental, de hecho en China). De modo que si se cumplen los objetivos de los huelguistas, malas son las perspectivas del empleo, y seguirán pagando la crisis los de siempre.

4. Porque estamos en democracia. Llevamos casi veinte años en democracia (por muchos defectos que tenga el actual sistema, que los tiene). Los sindicatos ya no gozan del aura que tenían bajo el franquismo, ni para los que luchamos contra la dictadura, ni mucho menos para las nuevas generaciones. Son unos sindicatos poco representativos, con las tasas de afiliación más bajas de Europa, mal organizados, sin ideas e incapaces de una acción coherente y eficaz (véase lo ocurrido con PSV cuando han tratado de modernizarse). La baja tasa de afiliación es su talón de Aquiles, porque les hace dependientes económicamente del Gobierno y maximalistas retóricos por falta de capacidad de acción. Sus armas son la cerrazón en banda y la huelga general. (Juan Díez del Moral, el historiador de las agitaciones campesinas, señalaba lo mismo en las asociaciones anarquistas: largos periodos de inacción por falta de estructura orgánica, y ocasionales estallidos con ribetes heroicos; el esquema es típico de sociedades atrasadas). Sin embargo, el Gobierno, procedente de un partido donde los nostálgicos tienen mucho peso, cede repetidamente ante las imposiciones de sus antiguos aliados, por una, mezcla de mala conciencia y temor reverencial. Pues si el Gobierno cede, yo no voy a ceder, porque soy tan demócrata como ellos y porque tengo el mismo derecho a trabajar que ellos a holgar.

Gabriel Tortella fue militante de la Agrupación Socialista Universitaria bajo la dictadura. Es catedrático de Universidad.

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