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El caos circulatorio se suma al desastre que sufre Los Ángeles por el terremoto

Antonio Caño

, El tráfico avanza a un ritmo de cuatro manzanas por hora en Los Ángeles. Nada podía afectar más a esta ciudad que el corte de una parte sustancial de su red de autopistas, en torno a la cual se mueve este gigante urbanístico que desde hace años es el máximo exponente mundial de la cultura del automóvil. Costará meses y cientos de millones de dólares poner en orden de nuevo todo el enjambre de carreteras que cruzan diariamente tres millones de vehículos.

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Mientras tanto, se calcula que se perderán miles de horas de trabajo, toneladas de gasolina y, lo peor de todo, aumentará el stress, las enfermedades cardiacas, disminuirá el tiempo que las personas pasan con sus familias, la gente será más infeliz y puede crecer el índice de violencia.Ésta es la peor consecuencia del fuerte terremoto que el lunes sacudió esta ciudad. La cifra de muertos ha ascendido ya a 44. Las pérdidas materiales llegan a los 15.000 millones de dólares (unos dos billones de pesetas), el doble que en el terremoto de 1989 en San Francisco. 20.000 personas están viviendo en los parques, y más de 80.000 carecen de energía eléctrica.

Pero lo que verdaderamente ha cambiado el rostro de la ciudad es la destrucción de varios segmentos de tres de las principales autopistas: la Santa Mónica Freeway, que cruza Los Angeles de este a oeste; la número 5, que une el norte y el sur, y la autopista de Simi Valley. Las dos primeras son las carreteras de mayor circulación de EE UU.

La policía, la prensa, la televisión y las autoridades municipales tratan de coordinarse para ofrecer a los automovilistas soluciones alternativas a las autopistas cortadas, pero nada servía ayer para evitar un caos circulatorio de proporciones dantescas. Miles de personas llegaron al trabajo con dos, tres o cuatro horas de retraso, pese a que una gran proporción de los habitantes de Los Ángeles habían desarrollado ya desde hace años la costumbre de desayunar, afeitarse y lavarse los dientes a bordo de su automóvil, en el camino de la oficina.

Los expertos calculan que aquellos que invertían hasta ahora tres o cuatro horas diarias en las autopistas tienen que estar preparados para gastar como mínimo el doble de tiempo. Construidas entre los años cinclienta y sesenta, las autopistas, particularmente la de Santa Mónica, eran un símbolo de Los Ángeles. Los ciudadanos habían establecido con ellas una relación de amor-odio. En cierta medida, perder la autopista de Santa Mónica es lo más próximo a perder las Ramblas en Barcelona.

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Sin transporte público

El transporte público es prácticamente inexistente en Los Ángeles y es casi imposible encontrar un taxi en la calle. Caminar es una palabra ausente del léxico nativo. El área de Los Ángeles y su extrarradios, donde viven alrededor de 10 millones de personas, están atravesados por unos 800 kilómetros de autopistas, que contrastan con una red de transporte subterráneo, inaugurada hace un año, que no llega a los siete kilómetros.Equipos de ingenieros y obreros están trabajando día y noche para mover las moles de cemento caídas y reconstruir los pilares y la pavimentación de las carreteras. Según el cálculo más optimista, no se espera que el tráfico se reanude en las zonas cortadas antes de ocho meses. La segunda preocupación del trabajo posterior al terremoto es la de dar techo a las personas que han perdido sus casas, casi en su totalidad de origen hispano.

Los obligados homeless tienen miedo de los ladrones y de nuevos temblores: ayer se registró uno de 4.4 en la escala Richter. 2.000 soldados de la Guardia Nacional patrullan la ciudad noche y día para evitar el crimen. Muchos de los emigrantes que han perdido todo lo que tan trabajosamente habían conseguido piensan en volver a sus países. Cuesta ya mucho esfuerzo seguir viendo Los Ángeles como la tierra de promisión que un día fue.

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