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Tribuna:DÍA A DÍA EN SARAJEVO
Tribuna
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Todo Sarajevo es un cementerio

La matemática de la muete amplía día a día el espacio para las tumbas en la capital de Bosnia-Herzegovina

Los muertos de Sarajevo se enseñorean palmo a palmo de la ciudad. Los cementerios están acabando con el espacio. Los supervivientes han limpiado los patios, los parques y el estadio de fútbol para hacer sitio a los cadáveres. Dos tercios del campo de fútbol cercano al complejo olímpico están cubiertos de tumbas. Quienes todavía se conservan con vida dicen que enseguida estará atestado. La matemática de la muerte se añade a un simple cálculo.Desde comienzos de año el monstruo de las cumbres, vomitando muerte por las bocas de sus centenares de cañones, ha exigido vidas todos los días: aproximadamente 200 habitantes de la ciudad desde que comenzó el año. En un número tres o cuatro veces mayor han resultado heridos. Pero la expresión "heridos" requiere una explicación. En pocos casos significa heridas que se curarán, sino caderas ' brazos y piernas destrozados, hechos jirones. Manos y dedos amputados están al orden del día.

Si esto continúa, y todo aquel con quien he hablado cree que éste será el impredecible futuro, significará de 3.000 a 5.000 muertos, y un número de heridos tres o cuatro veces mayor antes de fin de- año. ¿Dónde se acomodará a los muertos? Por todas partes en los parques públicos, de donde hace tiempo que han desaparecido los árboles, cortados para hacer leña, y la ramas desnudas se extienden por el suelo. Mientras tanto, los muertos están invadiendo los trechos asfaltados del centro de la ciudad. Incluso los jardines frente a las casas de las clases medias adineradas han sido sacrificados, así como los sembrados de hierba cercanos a los garajes y a las plazas públicas. Para los que visten de luto, ir al funeral significa arriesgar sus vidas. Los francotiradores se entrenan en los espacios abiertos, probando y poniendo a punto sus miras telescópicas con objetivos vivos y en movimiento.

La gente de aquí dice que se les paga de 400 a 500 marcos alemanes por cada blanco acertado. Normalmente, una docena de personas enlutadas se dirigen a paso rápido a la tumba recién excavada, musitando febrilmente un último adiós, arrojan sus flores a la tumba y corren sobre sus pasos, haciendo hueco al siguiente grupo de personas enlutadas que hacen cola. Los sepultureros se dedican a uno de los trabajos más seguros de la ciudad, pero, al mismo tiempo, uno de los más peligrosos. Un sepulturero calcula que excava 1,30 metros cúbicos al día, y la demanda crece. Como tiene que trabajar en un espacio abierto, es siempre un blanco y, a veces, acaba en el punto de mira de los francotiradores. Según los habitantes, el dragón de las cumbres ha devorado, desde el comienzo de la guerra, en abril de 1992, a unas 10.000 personas, 2.000 de ellas niños.

De alguna manera, los acontecimientos parecen independientes del reportero que está sobre el terreno en Sarajevo. Más independientes que para quienes ven la televisión en casa. El riesgo de ser alcanzado por una granada o por un francotirador está constantemente presente, ya no quedan cobijos seguros en esta ciudad. De modo harto curioso, estar muy cerca de los acontecimientos hace que uno se desoriente por completo. Lo que ofrecen los programas de televisión en casa es tan sólo una visión, una interpretación de los hechos. Y esto es precisamente lo que uno pierde aquí, en Sarajevo.

Cada pocos minutos estallan detonaciones y disparos de francotiradores. Es imposible incluso intentar conjeturar de donde proceden. ¿A quién alcanzará? ¿A cuántos? ¿Debemos ponernos a cubierto o correr? Se puede escuchar el ruido de una granada volando tres o cuatro segundos antes de que alcance su objetivo. Estos segundos dan tiempo para correr veinte metros, pero ¿en qué dirección? Son ruidos no familiares. Es necesario un día para acostumbrarse a ellos y una sabe que serán los últimos sonidos que algunos desventurados escucharán para siempre. Son esporádicos como truenos o relámpagos y casi igual de impredecibles.

La gente que ve la televisión en Europa consigue escuchar las noticias sobre dónde y cuántas personas han sido destrozadas uno o dos días antes que nosotros, los que estamos aquí, en Sarajevo. Aquí, en Sarajevo, la gente cuenta de un modo diferente.

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12 de enero de 1994. En este día se informa en las noticias de la muerte de cuatro personas. En Sarajevo, en la misma fecha, tres personas están reunidas alrededor de una mesa contando sus historias. Uno de ellos, corresponsal norteamericano, descubrió a una joven destrozada por una granada en un viaje de exploración. Otro colega encontró a un anciano muerto en un puente. Un periodista bosnio supo por teléfono que un familiar había resultado muerto por los disparos de un francotirador.

Alguien podría decir que el azar hizo a estos tres pares de ojos testigos de la muerte de tres personas ese día. Realmente sor" prendidos, preguntan vagamente si el total del que se informó era de verdad de sólo cuatro. Las noticias producen una historia mucho mejor, que la experiencia de primera mano. La gente en Sarajevo está interesada en los nombres, no en los números. Políticos y periodistas quieren cifras. Mientras sólo haya entre cinco y diez asesinados al día, la suma se añade a una situación estable.

Como la cuestión de la intervención: la gente en Europa puede salvarse de decir mentiras. Aquí en Sarajevo, la gente no espera nada de los europeos excepto paquetes. "Esto es la OTAN", dicen despectivamente cuando se oye un avión inidentificable por encima de las nubes. La broma parece simple y, en cualquier caso, es demasiado vieja para hacer reír a nadie. Han tenido dos años para ayudarnos. Ahora sabemos lo que podemos esperar. Nos han dado por perdidos. Los solemnes y sonoros discursos escuchados de los dirigentes occidentales en la cumbre de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) en Bruselas pueden descodificarse con una simple llave.

La amenaza de una intervención aérea, la cual fue presentada en titulares en los medios de comunicación, adolece de un pequeño detalle: alguna mención a un ultimátum. La breve palabra si fue el único mensaje desde Bruselas que llegó hasta Sarajevo. Fue tan ensordecedor como la caída de un alfiler. "Si Sarajevo es estrangulada por el asedio serbio, la decisión de la OTAN de agosto de 1993...". La gente en su hogar con los estómagos llenos puede, al menos, reírse de, ello. El condicional si usado por los caballeros de la OTAN ya ha pasado a un tiempo pretérito por el constante terror diario proveniente de las colinas de alrededor.

No hay agua, ni electricidad, ni prácticamente nada para comer. Cada adulto ha perdido entre diez y veinte kilos de peso. Un cocinero de la comunidad judía de cincuenta años, al que entrevisté hoy, es el cocinero más delgado que ha pasado' ante mi vista. Pesa tan poco como un niño. Y todo el mundo sabe que Sarajevo, el escenario de la miseria preferido por la prensa extranjera, es un país de leche y miel comparado con otras ciudades bosnias como Mostar, Tuzla, Vitez y otros pueblos sin nombre en los que sus habitantes ya están muriendo de hambre, en los que mujeres, niños y ancianos han sido despedazados vivos por haber cometido el crimen de pertenecer al grupo étnico equivocado.

¿Por qué no son los europeos al menos honestos? ¿Por qué no admiten que para ellos los derechos humanos en Bosnia no valen tanto como la vida de un sólo soldado europeo? Según la gente con la que he hablado, esto es una cuestión sobre la que se puede al menos discutir.

"De cualquier forma", dicen en la capital bosnia, "no será fácil explicar a tus hijos porqué las doce o quince naciones más poderosas del mundo no pudieron detener a un ejército pobremente armado, fanfarrón y psicópata, que constantemente les amenazaba con el inicio de la Tercera Guerra Mundial. Seguramente encontrarás una explicación. De cualquier manera, es menos probable que sobrevivamos a esa extremadamente interesante explicación".

Todo el que he conocido se ha rendido. Nadie. espera que un artículo que yo o cualquier otro escriba tenga ningún efecto. En Sarajevo aprendes que el simple hecho de estar aquí, de ser testigo, de sufrir con ellos no puede cambiar nada, pero es aceptado como un regalo.

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