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Persistencia de Goya

Antonio Muñoz Molina

Ahora mismo el pintor de máxima actualidad es don Francisco de Goya. En el Prado hay colas. desde hace meses para descubrir sus pinturas más inusuales, y en las salas de la Fundación Juan March la gente se agolpa educada y rumorosamente para mirar de nuevo, con la necesaria cercanía, las imágenes familiares de la Tauromaquia, de los Caprichos, de los Desastres de la guerra y de los Disparates, y la contemplación sucesiva no aturde ni tampoco mitiga el impacto de cada una de esas estampas, y nos parece que estamos viéndolas por primera vez, que la mano del pintor acaba de hendir la plancha de cobre con la saña y el luto de su caligrafia y que la tinta no acaba de secarse del todo sobre las lisuras y las asperezas del papel.Cuando se miran muy de cerca, bajo la luz exacta de los focos, los grabados revelan sus intensidades materiales de negros y grises y la ira y la perfección crispada del di bujo, una urgencia de incisiones y rayas que parece la de la escritura de alguien que quiere contar muy velozmento algo o dejar sobre un papel cualquiera los garabatos desesperados de un mensaje: en los Desastres de la guerra, Goya es el taquígrafo supremo del horror, el fotógrafo de unas matanzas de hace casi dos siglos que gracias a su mirada y a su voluntad de no olvidar siguen sucediendo delante de nuestros propios ojos, y tam bién de todas las matanzas que ha bían precedido a aquéllas y las que vinieron más tarde. Los Desastres de la guerra son como una enciclo pedia universal de la infan-iia, un catálogo extenuador de todas las posibilidades de la sinrazón, de la crueldad y la vileza, y uno, sobre cogido y atrapado de nuevo por la novedad inagotable de estos gra bados, no sabe de qué asombrarse más, si de la furia inmediata y de los tesoros de observación y maes tría que hay en dada uno de ellos o de los infiernos,de intolerable luci dez y constancia del horror que debió de atravesar Goya durante no sé cuánto tiempo para dar fin a la serie.

Sería testigo de los sórdidos apocalipsis que retrata, vería las pilas de cadáveres con las bocas abiertas amontonándose en los descampados, los torsos mutilados entre las ramas de árboles que tienen a su vez algo de muñones, la solenmidad siniestra de los fusilamientos y de las ejecuciones a garrote vil. Transitaría por un Madrid invernal de penuria y de guerra abrumado por la ruina de los mejores suefios ilustrados de su juventud y es posible que ni siquie ra necesitara un cuaderno en el que bosquejar rápidamente los in tolerables pormenores de lo que veía. Fue un testigo y un superviviente, pero en vez de elegir el olvido se dedicó durante años a la ta rea de recordarlo y de fijarlo todo, a una rememoración que nos parece más ardua porque la asociamos a la arte sanía obstinada y disciplinada del gra bado. Lamentar el dolor o maldecir la injusticia son actos comparativamente inocuos: empeñarse en dibujar y en grabar la manera exacta en la que un sable tala las ingles de un hombre-maniatado y desnudo, por ejemplo, o el delirio fanático con que una mujer hinca una navaja en el pe cho de un soldado, son decisiones que lindarían con la perversidad o con la locura si no estuvieran enal tecidas por una valerosa determi nación moral, por una rebeldía amarga y fracasada y obligatoriamenteescondida, pero inalterable: hay que imaginarse a Goya grabando y guardando las planchas de los Desastres de la guerra como una mercancía secreta, recluido en el doble aislamiento de la tiranía siniestra y clerical de Femando VII y de la absoluta sordera. Me acuerdo entonces de que Goya llevaba muchos años sin poder oír nada cuando grabó los Desastres y de pronto esas imágenes son como las de un documental más atroz, porque lo vemos sin sonido, sin oír los disparos de los fusiles ni los gritos que salen de las bocas abiertas: igual que en sus grabados, delante de la mirada de don Francisco.de Goya los hombres gesticulan y movían los labios y eran degollados y fusilados en silencio.

En el Guernica de Picasso, que tienetantas deudas con Goya, hay como una conge lación y un monumentalismo, una asepsia de intemporalidad que acaba estorbando la emoción. Tal vez el Guernica es tan frío porque lo que retrata es un estadio superiorde las tecnologías de la guerra en el que las matanzas se rigen por procedimientos industriales y se ejecutan a una escala de catástrofe natural: igual que en Hiroshirna y en Dresde, o que en Vietnam del Norte, en Guernica el exterminio caía del cielo, tan ecuánime y tan impersonal como las lluvias de fuego de los castigos bíblicos, o como el azufre nuclear de Chernóbil. En los Desastres de Goya, los verdugos están angustiosamente cerca de sus víctimas, con una proxinúdad de matarifes, tan cerca que muchas veces se confunden en un mismo amontonamiento de sombras. Cada lámina es él resultado de un trabajo cuidadoso de dibujo y de composición, y alude a cosas que ocurrieron hace mucho tiempo, pero el arte de Goya, a diferencia del de Picasso, nos las vuelve contemporáneas e inmediatas: lo que más nos hiere es la instanta.neidad de Polaroid de lo que estamos viendo, lo detallado y lo inextinguible de cada acto individual de crueldad, la vergüenza y el asco que el tiempo no puede abolir.

Dice Graham Greene que un escritor ha de tener mucho cuidado con las cosas que inventa, porque las inventa no sólo con los recuerdos de su pasado, sino también con los de su porvenir. El primer grabado de los Desastres se titula Tristes presentimientos de lo que ha de acontecer. En la calle, cuando uno sale de la exposición y encuentra en el periódico fotografías de Sarajevo o de Chiapas o de cualquiera de esas contiendas sanguinarias de nombre impronunciable, comprende que Goya, al inventar no sólo su propio pasado, sino también su porvenir, estaba recordando este presente sombrío de ahora mismo. Más que una colección de grabados, los Desastres de la guerra son un noticiario perpetuo y silencioso de la actualidad.

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