"Disparé al aire para avisar a la gente"
"iNo me pierdan a mi hermana!", exclamó Emilio, el mayor de los hermanos Izquierdo, presuntos autores del crimen múltiple de Puerto Hurracol cuando las dos mujeres, Ángela y Luciana, abandonaron la sala de la Sección Primera de la Audiencia Provincial de Badajoz, después de haberse acogido a su derecho, como hermanas, de no declarar en la vista. Emilio, un hombre cejijunto que en más de una ocasión imprecó a los acusadores particulares y al fiscal, y que por dos veces tuvo que ser amenazado de expulsión por el presidente del tribunal -"¡Puerto Hurraco es un pueblo malo!", gritó en algún momento-, se refería a Luciana, la más fuerte de las Izquierdo. Antonio, el otro hermano compañero de banquillo, afirma a su vez: "Yo disparé al aire para avisar a la gente".
Viene de la primera páginaVestidos con trajes pasados de moda -gris claro Antonio, azul marino Emilio-, con los pantalones algo cortos dejando ver impolutos calcetines blancos y zapatos negros nuevos, idénticos, los hermanos Izquierdo no se apartaron un ápice de la estrategia planeada por el defensor: Emilio, que según su hermano fue quien mató, afirma que no recuerda nada. De todas formas, admite su plena responsabilidad y autoría de los asesinatos "desde el momento en que me contaron lo que había pasado. Mi hermano no hizo nada".
Antonio dice que él disparó al aire para avisar a la gente, y ambos alegan que han estado en tratamiento psiquiátrico por insomnio, y que tienen la visión defectuosa.
El patético y sereno testimonio de los parientes de las víctimas abundó en la culpabilidad de ambos, y los peritos del fiscal desecharon la eximente de enfermedad mental, dejando lo suyo en "trastornos paranoides". De Ángela y Luciana aseguraron con rotundídad que padecen de "delirios paranoicos", que en ningún caso son genéticos. Cuando no intervenían, los hermanos Izquierdo parecían no estar más interesados en el desarrollo de la primera sesión del juicio, en el que se les acusa de nueve asesinatos y seis asesinatos frustrados, que en el vuelo de una mosca. Más bien se diría que todo aquello les resultaba fastidioso, inútil y, desde luego, injusto.
Ni una vez miraron al público -cacheado antes de entrar-, que abarrotaba la sala de 28 metros de largo por 5 de ancho hasta no dejar sitio ni para el aire, ni a la cincuentena de periodistas que ocupaban los primeros bancos.Resistieron impasibles la metralla de los fotógrafos y, en sus declaraciones, no se apartaron ni un ápice de la línea defensiva. Sin embargo, tanto Emilio como Antonio -en tono mucho menos bronco que su hermano- lanzaron varias airadas protestas, cuyo significado básico se resume en esta frase del mayor: "¡Puerto Hurraco es un pueblo malo!". Durante toda la jornada, las dos escopetas de repetición Franchi, usadas para perpetrar la carnicería, permanecieron sobre una mesita, frente al estrado. Ponían los pelos de punta.
Aunque los expertos comentan que las sesiones sólo durarán dos días, porque la culpabilidad de los acusados está clara y sólo hay que decidir si se les envía a la cárcel o a un establecimiento psiquiátrico, el proceso acumula toda la morbosidad posible. Sin embargo, ayer no se produjeron más alteraciones que las provocadas por los propios acusados y un par de intervenciones del público: alrededor de un centenar de personas que siguieron en tenso silencio los sucesivos testimonios. Pero en dos ocasiones rompieron el acongojado vacío. Cuando Emilio se refirió a la supuesta maldad de Puerto Hurraco, varias voces se alzaron gritando ¡"Mentira!", y un "¡Vaya mala puntería que tienes!" se alzó entre los murmullos cuando Antonio afirmó haber disparado sólo al aire una o dos veces para que los vecinos se pusieran a salvo, después de que su hermano abatiera a las dos primeras víctimas, las hermanas Encarna y Antonia Cabanillas Rivera, de 15 y 13. años, hijas de uno de sus enemigos.Esta sanguinaria venganza, incubada sordamente durante alrededor de 30 años -desde que un Cabanillas le rompiera un brazo a un Izquierdo, después de una discusión sobre lindes territoriales-, se inició con el asesinato de Amadeo Cabanillas, apunalado por Jerónimo Izquierdo, que fue a prisión, y fue alimentada por el fallecimiento de Isabel, la madre de los Izquierdo, en el incendio de su casa de Puerto Hurraco, que la familia de la víctima siempre atribuyó a los Cabanillas, aunque la causa fue sobreseída, por falta de pruebas.A raíz de la muerte de la madre se agravó el proceso de ensimismamiento de los Izquierdo, que dejaron Puerto Hurraco para residir en Monterrubio de la Serena -con excepción de Emilia, que vive en Cabeza de Buey-, y cultivaron lo que los psiquiatras del fiscal califican como "trastorno paranoide con sobrevaloración de una sola idea", la venganza, profundizando la sima que les separaba del mundo exterior, considerado por ellos como culpable de todas.
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