Difícil recuperación
LA ECONOMÍA española despidió 1993 con un balance cuya adversidad apenas admite paliativos. Está inmersa en una intensa recesión, con todos sus elementos característicos agravados por factores de incertidumbre. El paro y la inflación, los dos desequilibrios más importantes, han registrado sendos empeoramientos en diciembre. La caída generalizada en la actividad económica y en la demanda no ha impedido una subida de precios insólita para esta situación y significativamente superior a las de nuestros principales, socios comerciales.El registro de parados en las oficinas del Inem creció en 26.185 personas, lo que eleva la cifra total a 2.705.842. Esto equivale al 17,54% de la población activa, dos puntos por encima de la tasa registrada al final de 1992. En el conjunto del pasado año, 345.436 personas se inscribieron en las oficinas del Inem, la cifra más elevada de los últimos diez años.
La moderación relativa del aumento del desempleo en diciembre no supone indicio de cambio de tendencia. Tampoco la evolución moderadamente favorable que vienen experimentando las colocaciones visadas por el Inem desde el pasado julio. En diciembre fueron 347.734 las colocaciones registradas, un 9,8% por encima de las correspondientes al mismo mes de 1992. Pese a todo, la encuesta de población activa (EPA) del cuarto trimestre del año probablemente aportará resultados más directamente expresivos de la triste realidad del mercado de trabajo.
Por si fuera poco, la inflación vuelve a dar un susto. El índice de precios al consumo (IPC) correspondiente a diciembre rompe la tendencia desaceleradora de meses anteriores. El aumento de un 0,5% cierra el año con una tasa interanual del 4,9%, por encima de todas las previsiones, incluida la del Gobierno.
Con estas cifras parece difícil creer en la inminente recuperación que el Gobierno asegura adivinar ya. Cierto es que la tasa de crecimiento real del PIB del 0,3% en el tercer trimestre de 1993 es la primera tasa trimestral positiva desde el segundo trimestre de 1992. Pero no puede interpretarse como él principio del fin de la crisis. Ese crecimiento estuvo amparado en un fuerte aumento de las existencias y en la aportación del saldo exterior, factores ambos que difícilmente van a contribuir con la misma intensidad en los meses siguientes.
Hay que dejar de hacer ejercicios de voluntarismo y asumir claramente las dificultades que tiene la economía española para salir de la recesión. Los ríos de tinta que han corrido a causa de Banesto y su ex presidente y la huelga general del día 27 no aumentan precisamente las ansias inversoras ni dentro ni fuera. La situación general, el entorno intemacional y los nuevos factores de incertidumbre ponen en tela de juicio las expectativas de crecimiento del Gobierno, que contrastan con los de otras instituciones. La reactivación de la demanda interna, y en especial de la inversión privada, sigue maniatada por la falta de confianza. En diciembre, por tercer mes consecutivo, la caída del crédito interno a empresas y familias ha sido del 3,2%, rebajando a un 1% el crecimiento de todo el año.
Si es cierto que el Gobierno no puede por sí sólo estimular la actividad, no lo es menos que debe redoblar su decisión de aplicar con urgencia las reformas estructurales pendientes. Ésta sería su mejor contribución a la mejora del clima económico. Las reformas del mercado de trabajo han sido un primer paso en la dirección correcta. Deben tener rápida continuidad en las previstas, en aquel programa de convergencia, cuyo capítulo cuarto sigue conservando toda su vigencia.
Esa modificación de las condiciones básicas de funcionamiento del sistema económico español es urgente. Con la continuidad del descenso de los tipos de interés y la estricta vigilancia sobre la política presupuestaria, es una de las condiciones imprescindibles para reforzar la credibilidad de la Política económica. Sólo así podrá vislumbrarse al fin la ansiada recuperación estable.
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