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Entrevista:

"Siempre he sido un extranjero en Tánger"

Juan Cruz

Ser extranjero en Tánger era, hasta los años sesenta, vivir en un paraíso al que acudieron hippies, intelectuales y bohemios atraídos por los elementos que hacían barata y fácil una existencia sin fronteras. Mucho antes que aquella avalancha, allí estaba, como faro de los visitantes que se sucedieron, un norteamericano rubio y elusivo, irónico y ensimismado. Era Paul Bowles, que ha permanecido 63 años en Tánger. Extranjero de todas partes, por nada del mundo volvería a Nueva York, la tierra de su juventud y, según él, una de las ciudades más terribles del mundo.Pregunta. ¿Cómo era el Tánger al que usted llegó hace 63 años?

Respuesta. Era una ciudad de otro siglo. Como uno se imagina que debía de ser Europa en la Edad Media. Me parecía maravillosa. Casi no había gente en las calles y como no había automóviles el silencio era roto sólo por los carruajes de caballos. Era muy distinto a Nueva York. Uno podía comprar cualquier cosa que precisara porque aquí llegaban cosas de todo el mundo. Los naturales de Tánger se vestían aún con los ropajes tradicionales de la región, de modo que los hombres llevaban blusas brillantes y sus bombachos, mientras que las mujeres se cubrían enteramente, dejando únicamente un ojo libre. Estaba prohibido que los hombres subieran a las azoteas, que era un privilegio sólo dispuesto para las señoras, que no podían ver de otro modo la calle. Las mujeres sólo pisaban las aceras en tres ocasiones: al nacer, al casarse y en el momento de la muerte. La interpretación de la ley era internacional, de modo que si un norteamericano tenía un problema con la policía, era un juez de su propia nacionalidad el que decidía sobre su encarcelamiento o sobre su inocencia. Eso otorgaba una gran libertad, y por mucho tiempo, a los extranjeros residentes en Tánger. Era típico de una era colonial, aunque Marruecos no fuera considerada una colonia, sino un protectorado.

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¿Y qué hubiera sido de Albert Camus?

P. Fuera de Tánger y de los países del Magreb se tiene la impresión de que el islamismo es cada vez más fuerte y ser extranjero es un problema real en esta parte del mundo. ¿Qué es hoy ser un extranjero aquí?

R. No me corresponde criticar lo que pasa, pues no soy musulmán y éste, por consiguiente, no es un asunto de mi incumbencia. De todos modos, este fundamentalismo creciente en otros lugares de la zona no es demasiado aparente en Marruecos. En cualquier caso, el integrismo y el fundamentalismo son cuestiones políticas, no religiosas. En lo que insisten los fundamentalistas es en que ellos no son europeos ni cristianos, ni lo quieren ser, y que, sobre todo, no quieren ver alrededor a ningún cristiano. Los expulsarían a todos si pudieran, y de hecho en Argelia han ido matando europeos cada día, lo cual es impensable aquí, por fortuna.

P. ¿Así que usted piensa que el ensimismamiento que se vive en estas sociedades es más socioeconómico que religioso?

R. Por supuesto que no es religioso, aunque ellos lo expliquen en términos religiosos. Tampoco está la economía en el origen. El problema es político, como digo. Los fundamentalistas quieren el poder, cualquiera que Sea. Y ellos piensan que el poder debe ser musulmán, pero no sólo aquí sino en todo el mundo, porque piensan que allí donde no tienen el poder es porque otros se lo han arrebatado.

P. ¿Cree que el peligro del fundamentalismo está centrado en Argelia? ¿No puede cernirse también sobre Marruecos y sobre el resto del Magreb?

R. Es una posibilidad, sí, pero el Gobierno de Marruecos considera que Argelia es un enemigo porque, durante muchos años ha estado en guerra contra el Polisario y el Polisario es considerado argelino, así que lo que viene de ahí no es nunca bien recibido. Los fundamentalistas están haciendo lo que pueden en Túnez y en Egipto, y en todos los lugares su gran enemigo es la democracia: es una invención judía, para ellos. No creen en el progreso: eso genera ideas en la mente de la gente, y ellos no quieren más ideas que las que ya están en el Corán.

P. Esta es la tierra de personajes cuyas actitudes son especialmente universales, como el argelino Albert Camus. ¿Este tipo de gente es posible hoy?

R. Por supuesto que sí. Pero el problema general ahora es que los fundamentalistas están en contra de cualquier pensamiento: se supone que la gente tiene que aceptar sin pensar por su cuenta.

P. ¿En el futuro esta cultura, pues, será cada vez más introvertida?

R. No. Pienso que las ideas europeas son demasiado fuertes como para que se acreciente ese ensimismamiento. Tengo la impresión de que los más jóvenes no van a seguir por la senda del integrismo, en absoluto. Son gente cuya educación les va a señalar no sólo de qué trata el mundo, sino cómo deben usar su propio cerebro para pensar. Y una vez que empiecen a pensar por su cuenta ya no podrán parar jamás.

P. ¿Y cuál es el papel de Marruecos en ese universo que usted describe?

R. Un país que siempre fue bárbaro, pero que ha escapado quizá por su proximidad a Europa y a las ideas de Europa sobre cómo se debe usar el cerebro humano. Ellos quieren ser cada vez más europeos, además, para mejorar su situación y sobre todo su economía. No sé cómo lo lograrán, porque todos los miembros de su Gobierno son deshonestos, gente que tiene cuentas en Suiza y que pretenden ser europeos mientras quieren seguir con sus depravaciones.

P. ¿Se siente cómodo aquí?

R. Sí. Mucho más que en Nueva York, que es mi casa y que es una ciudad terrible. Aquí he hecho lo posible por sentirme cálido. Los marroquíes quieren frío y abren las ventanas y las puertas, y yo quiero calor y me encierro en la casa y lo encuentro. Como extranjero, a veces me han hecho sentir incómodo, en los años sesenta y setenta, cuando ya había acabado la ley internacional y debía renovar mi pasaporte cada año. Entonces me decían si no consideraba que ya había vivido aquí lo suficiente, como si me invitaran a marcharme sin- decirlo. Pensaban que yo era un espía, no se para qué potencia. No entendían que realmente quería quedarme aquí.

P. Después de 63 años viviendo aquí, ¿es usted todavía un extranjero en Tánger?

R. Por supuesto. Y no trato de ser ninguna otra cosa. Siempre he sido un extranjero, me da igual si me gusta o no o si me, aceptan o no: es un hecho. No me preocupa. Durante los sesenta vinieron aquí muchos extranjeros, americanos, alemanes, holandeses, que pretendían ser marroquíes, utilizando las ropas propias de este país, tratando de aprender este idioma, tocando sus tambores... Pero todo resultaba erróneo y ridículo y movía a la risa más que a la simpatía. Yo nunca quise hacer nada de eso y aquí sigo, como un extranjero.

P. Y en el mundo en general, ¿usted se siente un extranjero?

R. No. Es imposible tener ese sentimiento. En realidad no me siento extranjero del mundo: me siento amenazado por el mundo. Pero sé que cuando las cosas se pongan demasiado mal ya yo estaré muerto.

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