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Cultura catalana y cultura española

Mencionaré al galope, como preámbulo, los títulos que me autorizan para exponer responsablemente lo que voy a decir: ser un español que desde que como tal se analizó a sí mismo ha visto a España como entidad histórica una y diversa; la enriquecedora amistad que durante años sostuve con Carles Riba, Marià Manent y Maurici Serrahima, y, dentro de lo que en su caso era posible, con Salvador Espriu; la invitación, propiciada por Carles Riba, a mantener una amplia y cordial conversación con el abad Escarré acerca del porvenir de la cultura catalana, seguida de una conferencia sobre La esperanza de Maragall ante la comunidad de monjes de Montserrat; mi amplio prólogo -escrito a instancias de Biblioteca Selecta- al segundo volumen de las Obres completes de Joan Maragall;. mi asistencia -con Dionisio Ridruejo- a las semiclandestinas reuniones literarias que Triadú organizaba en Cantonigròs; mi posprandial discurso en la Generalitat, al término de la trobada de escritores castellanos y catalanes que promovió Jordi Pujol; mis artículos Lo que yo haría y Lo que yo hago, ampliamente utilizados por Ana Moll en su defensa de los derechos del idioma catalán; mi prólogo a la edición castellana de Per la concòrdia, de Cambó... Apoyado en esa inequívoca y dilatada actitud ante la lengua y la cultura de Cataluña, ¿puedo expresar mis temores y mis esperanzas ante el debate -debate y problema es hoy, por desgracia- implícito en el epígrafe precedente?La cultura española. Pienso que, en el más amplio sentido del término, cultura es el conjunto de las expresiones en que se manifiesta la forma de vida característica de un grupo humano, y, por tanto, su posición ante la realidad: lengua, literatura, arte, pensamiento, religiosidad, derecho, folclore ... ; y, en su acepción más difundida, las relativas a la lengua, la literatura, el arte y el pensamiento.

Cultura española será, por consiguiente, todo lo que en lo tocante a la lengua, la literatura, el arte y el pensamiento haya dado de sí la entidad histórica que llamamos España. Ahora bien: tal entidad histórica, ¿debe ser entendida como Estado multinacional, cómo nación de naciones o como Estado federal? No entro a discutirlo. Cualquiera que sea la respuesta, el hecho mismo de plantear tal problema indica que existen entidades históricas monoculturales (Suecia, Finlandia) y entidades históricas multiculturales (Suiza, España, Estado Unidos). Lo cual plantea una nueva interrogación: ¿en qué consistirá -o deberá consistir- la cultura de estas últimas?

Dos son las posibles respuestas. Una: esa cultura será el resultado de unirse aditivamente, como en mosaico, las diversas culturas particulares, Otra: la cultura del país en su conjunto deberá ser el resultado de una integración de las varias culturas particulares en una totalidad que, sin mengua de la respectiva peculiaridad de cada una, a todas ellas las unifique. En el primer caso, el iodo no es más que una suma de partes. Así sucedió en el viejo Imperio Austro-Húngaro. En uno de mis viajes a Viena, me contó el dueño de la pensión donde me alojaba, antiguo recaudador de contribuciones en la época de Francisco José, que debía hablar ocho o diez lenguas distintas para cumplir su misión desde Praga hasta Sarajevo y desde Innsbruck hasta Lemberg. En el segundo caso, el todo es más que la suma de las partes, y no sólo en el orden sentimental, Tal es el de España, a mi modo de ver. Lo cual me obliga a decir cómo entiendo yo esa integración de las varias culturas particulares que deben constituir el todo de la española.

La cultura catalana. Según lo dicho, la cultura catalana es el conjunto de las expresiones en que se manifiesta la actitud ante la naturaleza cósmica y la vida humana -más radicalmente: ante la realidad- vigente en la entidad histórica a que damos el nombre de Cataluña, y muy especialmente las tocantes a la lengua, la literatura, el arte y el pensamiento.

Una nueva interrogación surge ahora: en lo tocante a la literatura y al pensamiento, ¿sólo lo escrito en catalán pertenece a la cultura catalana?

Pienso que no. Sin Balmes, Pi i Margall, Milá y Fontanals, Rubió, medio Maragall, medio Pla y tres cuartos de Ors; sin PiJoan, Guimerá, Riber, Gaziel, Segarra, Barral, Gil de Biedma Turró, Pi i Sunyer, Pedro Pons, Trueta, tantos más, entre los de ayer, y sin Martín de Riquer Vernet, Mendoza, Vázquez Montalbán, Marsé, Porcell, Perucho, Santos Torroella, Gironella, Badosa, los Goytisolo Trias, Gimferrer en castellano y otros, entre los de hoy, ¿no es cierto que la imagen de la cultura catalana quedaría gravemente incompleta? Por otra parte: sin remontarnos a Joanot Martorell, Ramón Llul y Ausias March, ¿es concebible una cultura real y verdaderamente española en cuyo ámbito no figuren, desde Verdaguer hasta Mercé Rodoreda y Pere Gimferrer, los nombres de cuantos con tanta eminencia han escrito y pensado en catalán, desde hace siglo y medio?

En mi opinión, hasta los que gritan en inglés, para no decirlo en castellano, su Freedom for Catalonia! deberían dar una rotunda respuesta afirmativa a la primera de esas dos interrogaciones y otra negativa, no menos enérgica, a la segunda. El problema consiste en saber cómo deben ser armoniosamente enlazadas entre sí las dos entidades culturales que nombra el título de mi artículo. Varias respuestas son posibles. Yo daré la mía, distinguiendo metódicamente sus presupuestos, su meta y las vías conducentes al logro de ésta.

Los presupuestos. Dos actitudes principales veo ante tan delicado problema; una es la disputa y otra -que los irónicos y seudoavisados no sonrían leyendo esta palabra- el amor. Cuando los discrepantes en una discusión se obstinan en no entender ni admitir las posibles razones del adversario, pronto la discusión se convierte en disputa. Entre los catalanes sensu stricto y los lato sensu castellanos -quiero decir: los que como lengua materna hablan el castellano-, no pocas veces ha ocurrido y está ocurriendo así. Y la disputa puede degenerar en pelea, en el peor de los casos, o terminar en pacto, en el caso más favorable. Disputa y pacto parece que ha habido en el peliagudo pleito del reparto del IRPF. Bien venido sea si es para bien. Ante las perspectivas de esa disputa, yo me limito a decir del pacto lo que respondió Cristina de Suecia, católica en Roma, a quienes le pedían volver al trono protestante de Estocolmo: "Non mi bisogna e non mi basta". Puesto que no soy político ni sociolingüista, tal resolución non mi bisogna. Puesto que soy español ambi-

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Pedro Laín Entralgo es miembro de la Real Academia Española.

Cultura catalana y cultura la espanola

Viene de la página anteriorcioso, el simple y receloso pacto non mi basta.

Otro es para mí el caso de la vigencia de la cultura en castellano dentro de Cataluña y de la presencia de la cultura catalana en el resto de España. Alguien dirá que la resolución de ese problema no me necesita, porque no soy ni sociobilingüista ni político. Tal vez. Con todo, yo replicaré que sobre él tengo alguna idea, y que salir del trance con un mal pacto no me basta, precisamente porque mi ambición de español de todas las Españas pide bastante más.

, Lo pide mi ambición respecto a lo que puede y debe ser la cultura española, entendida como antes apunté. Todo lo modesto que se quiera, me siento heredero del Menéndez Pelayo que pronunció un discurso en catalán ante la Reina Regente, del Cajal que en su incipiente madurez conoció con gratitud el encanto de Barcelona, del Unamuno correspondiente de Maragall y traductor de La vaca cega, del Ortega que para explicar lo que es la metáfora eligió un verso catalán de López Picó, de los intelectuales madrileños que en banquete famoso se reunieron con los intelectuales catalanes poco antes de caer la dictadura de Primo de Rivera, del Dámaso Alonso conferenciante en el Palau de la Música barcelonés. Más diré: por haber vivido la historia de España durante dos periodos decisivos en el devenir de las reivindicaciones de Cataluña, el franquismo y la monarquía parlamentaria, vivo más intensamente que todos ellos el problema de la integración de Cataluña en una España que se siente como nunca en el deber de afirmar el carácter plural de su realidad. Soy ambicioso respecto a lo que en el futuro puede ser la cultura española, tras la crisis en que la puso la guerra civil; y dentro de ese marco, también respecto a la perfección de la cultura catalana.

Mi ambición, ya lo dije, está basada en el amor a una España posible, de cuya perfección debe ser parte la de la Cataluña que habla en catalán y en castellano. Todos los egregios españoles que acabo de citar así lo sintieron. Y con ellos, desde el otro lado del Cinca, y en catalán, no pocos catalanes igualmente egregios. El Maragall del Himne ibèric: "En cada platja fa son cant I'onade, / mes terra endins se sent un sol ressò / que de l'un cap a l'altre a amor convide / i es va tornant un cant de germanor".

El Espriu de La pell de brau, afirmando primero en pasado y luego en futuro la antigua realidad y la esperanza de ese amor vinculante: "Diversos son els homes y diverses les parles, / i convindrán molts noms a un sol amor". Y no en verso, sino en clara prosa política -por tanto, en demanda de un pacto de mutua conveniencia y mutuo amor-, el Cambó de Per la concòrdia. Este mutuo sentir, ¿es hoy posible? Diré cómo veo tal posibilidad. Antes debo exponer la meta a que mi doble ambición aspira.

La meta. Enunciaré de nuevo sus líneas generales: una España más satisfactoria que la inmediatamente anterior a la, muerte de Franco, e incluso a la guerra civil; una cultura española en la cual se integran mejor que entonces todas nuestras culturas particulares; una cultura catalana integrada en la totalidad de la española. Dentro de esa meta global deben inscribirse la tocante a Cataluña y la relativa a la España castellanohablante.

El camino hacia ellas debe tener su punto de partida en la afirmación sin reservas de un hecho histórico y social: que el catalán es la lengua de los cata lanes, su lengua, en el sentido más fuerte de la expresión, en todos los órdenes de la vida. Tienen, pues, pleno derecho a hablarla, a cultivarla y a enseñarla; y si en verdad son conscientes de su identidad cultural, incluso el deber de hacerlo. Pero a la vez, y en virtud de lo que de hace siglos es la realidad social de Cataluña y de lo que, la conveniencia y la perfección de Cataluña perentoriamente exigen, los catalanes deben asimismo pensar que el castellano es una lengua también suya. Más precisamente: los catalanes catalanohablantes deben tener por más suya la lengua catalana y por también suya la lengua castellana. Y, cualquiera que sea su proporción dentro de Cataluña, los catalanes que hoy todavía quieren que su idioma familiar sea el castellano deben tener a éste por más suyo, y por también suyo el catalán.

Todo esto, ¿es una utopía hija de la ingenuidad del opinante o una meta realmente alcanzable? Hace pocas semanas daba Miquel Roca el que, a mi juicio, debe ser el primer término de la respuesta: "El catalán que no sabe hablar el castellano es un analfabeto". Ni siquiera tanto diría yo, porque muy bien sé que, in mente o ex ore, algunos catalanes le habrán replicado así: "¿Es analfabeto un inglés por el hecho de no saber hablar el castellano?". Agradeciendo sinceramente a Miquel Roca la rotundidad de ese juicio, yo necesito distinguir entre dos modos de hablar un idioma distinto del materno: poseerlo como "Iengua de uso" y vivirlo como "lengua también propia". Un hablante para quien el castellano sea su lengua materna podrá moverse en París con entera competencia idiomática; pero, salvo muy contadas excepciones, ¿dirá que posee el francés como "lengua también propia"?, y no como "Iengua de uso" correctamente dominada?

Un primer grado en la posesión de algo como propio es, sí, la capacidad para manejarlo con soltura; pero sólo por obra del amor llegará a ser plenaria esa posesión. Amor a la lengua castellana debe haber en los catalanes que la hablen como "también suya", y amor a la lengua catalana en los que como lengua "también suya" hablen el catalán.

De nuevo la misma pregunta: alcanzar esa meta, ¿es tan sólo una ingenua y panfílica utopía? Salvo que el opinante quiera ser ciego a la realidad, rotundamente lo niego. Como también suyo escribió Maragall el castellano en su producción en prosa. Y leyendo la excelente pros a castellana de varios egregios poetas catalanes posteriores a Maragall -Carner, Riba, Manent, Espriu, Gimferrer-, cuando por la razón que sea han querido usarla, necesariamente tengo que pensar que como también suya escribían ellos la lengua de Castilla. Para no hablar de los historiadores (Milá, Rubió, Vicens Vives), los científicos (Turró, Pi i Sunyer, Trueta), los filósofos (los Carreras, Xirau, Trias), los periodistas (Gaziel, Pla) y los políticos (Cambó, Ventosa, Pujol, Roca), cuando en castellano han hablado o escrito. Dígaseme si no es posible extender ese juicio a todo catalán culto, y si lo que hasta ayer mismo ha sido un hecho -un fet de la realitat, diría Josep Pla- no debe seguir siendo una meta para los actuales educadores de Cataluña.

Mas también la España castellanohablante debe tener su parte, su no pequeña parte, en esa común empresa. Otro día diré cómo la veo yo.

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