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Tribuna
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Qué mal lo hacían y qué buenos eran

Estaba yo tan tranquilo en el Cabaret Galáctico, platicando con la maniquí de mi corazón, echando unos tragos con monjes alucinados, amigos míos llegados de la República de A para visitar la Catedral, cuando tuve la primera noticia. Un arlequín apostado en la barra lanzaba miradas enigmáticas camuflado tras su antifaz y un os gestos al ralentí. Comprendí que se dirigía a alguien tan singular como su misma presencia. Y, en efecto, en el ángulo oscuro del local, medio en penumbra descubrí a la Conciencia en su vaporosa plenitud. Imaginé barcos veleros y jardines misteriosos y no tardó en hacerse la luz y un gran rótulo iluminó la escena: Antaviana.Inmediatamente una pareja de jóvenes progres le contaba a un caballo vestido de primera comunión el argumento de la obra y el nombre del criminal. En este caso eran varios los culpables y el niño tardó varios días en desenmascararlos a todos. Andaba por allí un tal Pere Calders, cuentista de pro, y unos comediantes apellidados Dagoll Dagom. Se produjo el milagro. Descendí por una temporada del Séptimo Cielo y fui feliz, intensamente feliz, en aquel viaje a ritmo de habanera saltimbanqui.

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Fiesta de cumpleaños para Dagoll Dagom

¡Qué mal lo hacían y qué buenos eran! Yo estaba encantado tocando los palillos chinos. Cuán auténtica se me ofrecía la mentira del teatro. ¡Cuánta ilusión! Brujas disfrazadas de hadas, entrañables asesinos, manos voladoras, ambiguos mayordomos, vendedoras de plantas casi carnívoras, serenos, abuelitas y hasta Papá Noel en persona. El mundo real sería eso, y el resto, fantasía, nos decíamos.

Con el tiempo todo pasa, y ahora parece que algunos personajes han resucitado. Me alegro por ellos y me alegro por Dagoll Dagom. Con 20 años encima se ha cumplido el sueño: llenan teatros y son los mejores en la comedia musical. Os quiero.

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