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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La nueva OTAN

EN LA cumbre de la OTAN que comienza hoy en Bruselas son dos las cuestiones de máximo interés: primero, Clinton tiene que definir su política europea, zona particularmente vaga hasta ahora de su política exterior. Si su esfuerzo por coordinar a los países asiáticos, con la reunión de Seattle, ha sido visible, y asimismo su empeño por la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) en América del Norte, de Europa se ha ocupado poco y mal. En los casos más graves, como Bosnia, con posiciones contradictorias que en nada han elevado el prestigio norteamericano. El secretario de Estado, Warren Christopher, ha propugnado claramente el paso a una política centrada en Asia. Concuerda esto con la preocupación casi obsesiva de Clinton por Rusia y concretamente por dar a Yeltsin un apoyo total). Si EE UU adoptase un eje asiático en su política mundial, sería lógico que de Europa le interesase fundamentalmente Rusia.Si bien los dirigentes de EE UU han reiterado en vísperas de esta cumbre la prioridad otorgada a la relación con nuestro continente, está por ver hasta qué punto la nueva Administración tiene una auténtica política europea y no sólo retórica coyuntural. Los nuevos e ingentes retos a la seguridad europea la hacen imprescindible.

Es aquí donde surge la otra gran cuestión: la transformación que la OTAN necesita realizar para adaptarse a la Europa de hoy. Reuniones anteriores ya han dejado claro que la OTAN ha perdido su razón de ser fundacional: la URSS y la amenaza comunista a escala mundial ya no existen. Ahora se trata de superar la ilusoria visión optimista que siguió al fin de la guerra fría: no estamos, en un mundo limpio de amenazas de guerra, en el que la democracia se instala sin problemas en los Estados ex comunistas. El resurgir de los nacionalismos y la proliferación, de armas de destrucción masiva hacen del problema de la seguridad una prioridad en Europa. En ese marco, el caso Zhirinovski -por sus extremismos grotescos- es quizá el menos peligroso. Pero en la política rusa hay un peso creciente de querencias nacionalistas: paso atrás en los puntos para negociar sobre las Kuriles deseo de conservar la hegemonía en las repúblicas ex soviéticas, nueva doctrina militar que asigna al Ejército ruso misiones de seguridad en esas zonas. Todo ello suscita en países como Polonia, la República Checa o Hungría el lógico deseo de ingresar en la OTAN para garantizar su seguridad.

Ante este problema, Clinton propone crear una Asociación para la Paz, en la que los países de la OTAN y los del antiguo Pacto de Varsovia, incluida Rusia, cooperen en temas de seguridad. Christopher la define como "una forma evolutiva de extender la OTAN". La reacción en varios países del Este ha sido positiva siempre que se trate de un régimen transitorio hacia la plena pertenencia. Su viabilidad depende de su aplicación concreta.

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En esta coyuntura, Occidente debe superar dos formas de razonar obsoletas, heredadas del pasado: una es la idea de que Rusia sigue siendo la amenaza de siempre, destacando de la realidad rusa sólo lo que indica recaída en métodos imperiales, del zarismo o del comunismo. Y ver en el ensanche de la OTAN una respuesta militar a esa amenaza. Lo más grave de tal actitud es que nos llevaría a una nueva división de Europa.

La otra concepción que urge superar es la aceptación, por acción u omisión, de que Rusia debe ser, por razones históricas, la potencia hegemónica en el Este europeo. Cierta incondicionalidad en el apoyo a Yeltsin ha dado la sensación de que Occidente es indiferente ante las recaídas nacionalistas de la política rusa. Esto es negativo, no sólo por lo que supone de frustración para los sectores más democráticos de la sociedad rusa, sino por la desconfianza hacia Occidente que provoca en pueblos del Este que, como los polacos, los checos o los húngaros, tienen raíces históricas y culturales muy ligadas a nuestra Europa.

Por mucho que pese en la reunión de Bruselas la transformación de la OTAN, sería un grave error plantearla sin definir claramente el contexto de la seguridad europea en su conjunto -y la percepción de esta seguridad en los países de Centroeuropa-, desligándolo de asuntos de acuciante actualidad como el de Bosnia. Si no se logra un acuerdo para una acción más operativa de los cascos azules, las intenciones de dar una estructura más eficaz a la seguridad europea quedarían en ridículo. También cualquier política europea común. El abismo que se puede mantener entre las palabras y los hechos -lo dicho en reuniones solemnes y la conducta práctica de los Gobiernos- tiene ciertos límites que no conviene superar. La OTAN depende tanto de su unidad como de su credibilidad.

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