1994
Diez años atado a esta columna. Esta vez me fallan las cuerdas vocales y no me sale desearles un próspero 1994. En la bola de cristal sólo veo a un nuevo Gran Hermano síntesis de neoliberalismo y neoautoritarismo, un fascista de mucho cuidado con la ley de la oferta y la demanda pertrechada por el principio filosófico del "o crece o muere". El sistema lleva casi 300 años eligiendo a sus instrumentos de dominio histórico más adecuados para cada ocasión, y si en los interregnos fascistas de este siglo tuvo que valerse de mascaritas pardas, negras o azules, los nuevos intermediarios del autoritarismo fascista neoliberal pueden llevar pantalones tejanos de firma y chaquetas de cachemir, e incluso hacerle ascos a los fascistas de choque, con sus cabezas rapadas y sus canesús de cuero. Unos y otros persiguen al mismo perdedor y necesitan del mismo perdedor para autolegitimarse y legitimar una nueva división de clases, independiente del pavoroso incremento del perdedor, millones, aquí y en la miserablemente fértil Singapur. Y el lenguaje vendrá cual auxilio balsámico a llamar "asiatización de las relaciones de producción" a lo que ya es y será puramente una merienda de mano de obra en precario, y pobre mano de obra si, reivindica pautas culturales de protesta, por que los neoliberales fascistas neoautoritarios recurrirán a toda clase de represiones si les falla la que ya están practicando sistemáticamente: extirparle al enemigo de clase las glándulas de su propia identidad. De momento funciona. Pero si algún día los desesperados asaltan las grandes superficies comerciales" de la tierra, entonces el Gran Hermano ametrallará lo estrictamente necesario para recuperar la sonrisa y la palabra ante las cámaras de te levisión. Tal vez ocurra en 1994. En cualquier caso, que llueva, porque la sequía lo empeora todo.
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