Mitómanos a la madrileña
Bajo el asfalto están los mitos. Son lo profundo de una ciudad superficial. Son la quinta columna de una ciudad imaginaria, y más reales que sus atascos de pesadilla. Poseen algo que ya no conseguiremos muchos: un hermoso cadáver. Mantienen su belleza mientras la ciudad, cada día, se reconoce más en la celestina vocacional que siempre fue. Madrid trapichea con su virgo, perdido hace unos cuantos siglos. La ciudad nos chulea y nos gusta. La defendemos alimentando mitos; a la descosida le ponemos los remiendos que nuestra imaginación inventa.Comparto con Ramón Irigoyen -un madrileñista de Pamplona- un cierto afán provocador y una admiración pública por el poeta Jaime Gil de Biedma, otro mito de nuestra juventud. Un poema de Jaime Gil dedicado a su entrada a Madrid en coche se llama De aquí a la eternidad, otra hermosa mentira.
Pequeñas mitologías que vienen a cuento, sin Navidad, desde uno de los últimos refugios de los mitómanos madrileños: el bar Chicote. Desde su barra, en sus mesas, se han construido muchos de los mejores mitos de esta ciudad. Desde Chicote se puede hacer mitología de una ciudad en guerra, con sacos terreros en sus ventanas.
Dos Passos, Hemingway y Auden resistían al fascismo bebiendo la última barrica de whisky.
Conozco a más de uno que al atardecer se toma dos martinis dry -uno es poco, tres son demasiados- pensando que los comparte con Buñuel. Pero de todos los mitos que mantiene esta ciudad y este bar conoció, ninguno como el de Ava Gardner. Por ella, por esa mirada que nunca nos miró, por esa mujer pantera, por su belleza animal, hacen peregrinación hasta Chicote escritores que quieren escapar de la tiranía de los héroes. Míticas noches madrileñas de un mito camal que nunca podrá ser triste. Todos podemos seguir soñando beber con Ava; soñando compartir su ardor en las noches de un Madrid perfecto para no hacer nada, ser rica y deseada. Los deseantes debemos seguir alimentando nuestros sueños de eternidad. Están bien, porque duran poco. Algo así como un trago largo en Chicote. El mismo bar de las puertas giratorias que nunca se atrevió a traspasar un joven Terenci Moix que hacía la mili y construía mitos. Nunca supo si por aquellas puertas vio pasar a Sofia Loren o a Charlton Heston. Puertas giratorias, eterno retomo de una ciudad, de un bar donde habitan los mitos.
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