En el espacio inverso
Per Barelay es un artista noruego (Oslo, 1955), que vive y trabaja en Italia desde la segunda mitad de los años ochenta. Se ha llamado, en ese sentido, la atención sobre la huella que puede haber dejado, en el desarrollo de su obra reciente, el encuentro entre dos tradiciones y sensibilidades que, en términos geográficos, suponen puntos literalmente extremos en esa dualidad norte-sur que tradicionalmente se atribuye a las interpretaciones del mapa cultural europeo. La idea es sugerente y con seguridad acertada en relación a ciertos rasgos del trabajo de Barclay, aunque sólo fuera como indicativo de esa. condición de mestizaje que suele estar asociada a la génesis de personalidades complejas.El trabajo de Barclay se sitúa en esa vertiente de renovación más radical de la escultura de las dos últimas décadas, cuyas raíces parten de lo que se dio en llamar la generación posminimalista. Aunque, en su caso, me parece también acertada la mención al arte povera, en la medida en que, como modelo, implica un sesgo poético muy particular dentro de las rupturas conceptuales en el debate escultórico. De hecho, las propuestas de Barclay parecen corresponder, en su impresión más inmediata, a esas corrientes frías que definen una de las modas dominantes en el panorama de los últimos años. Y, sin embargo, pese a la similitud aparente que proporcionan ciertos recursos en el método de trabajo, una lectura más precisa revela de inmediato en su obra un territorio poético de acentos emocionales más conflictivos, vinculados, sin duda, a esa noción de mestizaje a la que me he referido.
Per Barclay
Galería Oliva Arauna. Claudio Coello, 19. Madrid. Hasta el 12 de enero.
En la exposición que presenta en Madrid -y que es la primera del artista noruego entre nosotros- destaca una gran pieza instalación que recrea en cristal el esquema elemental de una casa o cabaña, en cuyo interior ha situado tres tambores, golpeados cíclicamente por unos mazos mecanizados. En apariencia, este trabajo parece alejarse, en parte, de los rasgos dominantes en la obra de los últimos anos, pero incide, de hecho, en un tipo de metáforas y asociaciones que han constituido el eje central de su poética. La idea de un espacio que sólo es penetrable por medio de la mirada, o la vibración que los tambores confieren, en la lámina de cristal, al límite que lo separa de ese otro espacio del espectador, son, bajo formulaciones distintas, temas omnipresentes en el Barclay anterior.
De hecho, las cuatro piezas que completan la muestra ilustran esa relación, a través de uno de los rasgos más característicos de su lenguaje: el uso de aceite industrial para obtener superficies reflectantes, que nos devuelven la imagen de otros espacios impenetrables desde el temblor que tensa la piel del fluido. En una de ellas, la imagen fotográfica tras el cristal nos remite a una de las visiones más inquietantes del trabajo de Barclay. Es ese Interior holandés donde el apagado espejo de aceite desdobla, invertido, el vacío de una habitación blanca. En un emblema impecable, contiene todo el equívoco de ese espejo mítico en el que se contemplan, fascinados, el Norte y el Sur.
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