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Reportaje:

Los muros del odio siguen en pie en el Ulster

Los 'marines' británicos mantienen un gigantesco puesto de control entre el feudo protestante y el gueto católico de Belfast

Enric González

Shankill Road y Falls Road, las dos grandes arterias urbanas del oeste de Belfast, distan apenas 50 metros. Entre ambas avenidas hay un enorme muro de hormigón y un gigantesco puesto de control. Los marines británicos, por parejas y annados hasta los dientes, registran minuciosamente al rarísimo transeúnte que quiere pasar de un lado a otro. En Shankill, irreductible feudo protestante, hay odio. En Falls, gueto católico, hay odio. Los soldados tienen el detalle de desear feliz Navidad tras el registro, pero la buena voluntad se acaba ahí. Desde el muro, corazón de la violencia sectaria, el plan de paz para Irlanda del Norte o Ulster se ve con enorme pesimismo.

Es en el lado católico, en Falls, donde se advierte algún indicio de fatiga, un cierto empacho de odio. Han aparecido unas pocas pintadas por la paz junto a los viejos murales de guerra. En Green Cross (Cruz Verde), la librería nacionalista y republicana, un grupo de personas mayores compra felicitaciones navideñas, supuestamente distintas a las que se venden al otro lado y, en cualquier caso, destinadas a recaudar fondos para los presos del IRA. "¿Paz? Esto tardará mucho en arreglarse", suspira una mujer.

Los viejos republicanos, los que han soportado desde el principio los 25 años de guerra, parecen más partidarios de un arreglo. Entre los más jóvenes, los que no recuerdan otra cosa que muros y muerte, paz equivale a rendición. La división de opiniones en el gueto refleja, muy probablemente, lo que debe estar ocurriendo ahora en la estructura militar del IRA. Los jefes, cuarentones y cincuentones en su gran mayoría, llevan diez meses en contacto con el Gobierno británico. Y eso, por más que se disfracen las palabras, es una negociación. La tropa, la muchachada que pone las bombas, sigue aferrada al objetivo militar: derrota del enemigo, cueste los muertos que cueste.

Siniestra Navidad

El enemigo son los soldados británicos, supuesta fuerza de ocupación, y los vecinos de enfrente. Al otro lado del muro, en Shankill Road, el sentimiento es recíproco. Una gran pintada, encarada al lado católico, expresa el ,sentimiento de los locales: -¡Guerra hasta el fin!". Ahí mismo, como recordatorio, queda el solar donde hasta el 23 de octubre hubo una pescadería. Una bomba del Ejército Republicano 'Irlandés (IRA) mató ese sábado a diez personas y hundió por completo el edificio. El comercio contiguo, una floristeria, ha aprovechado el vacío para ampliar su escaparate. Sobre unas tablas de aglomerado se exponen pequeñas coronas de flores. Son para la decoración navideña, ,pero componen una estampa siniestra. Es la Navidad de Belfast.En la siguiente esquina de Shankill está el Berlin Arnis, un tradicional abrevadero de los paramilitares unionistas. Los parroquianos trasiegan cerveza y cuentan viejas historias de la guerra, parecidas a las que deben oirse en cualquier club de oficiales. Sólo que esta guerra es civil, y aparentemente interminable. No quieren saber nada del plan de paz anglo-irlandés. Todas las respuestas son la misma: "Es una oferta para el IRA. No hay nada para nosotros".

Shankill Road, y toda la comunidad unionista norirlandesa, vive en una situación amarga. Se sienten británicos hasta la médula, más británicos que los ingleses o los escoceses. Pero son irlandeses. Desde Londres les dicen que son, y seguirán siendo si quieren, tan parte de la Unión como Birmingham o Brighton. Y, sin embargo, el Gobierno de Londres no deja de sugerirles las bondades de la autodeterminación y lo cómodos que podrían estar en una Irlanda unificada.

Es inevitable que se sientan como invitados indeseables en la mesa de la Unión. Ellos, que enarbolan la bandera británica a la menor ocasión. En cierto sentido, encarnan el patriotismo más rancio, un chauvinismo anticatólico y antieuropeo muy común en el imperio victoriano, pero ya en vías de extinción en la moderna Gran Bretaña.

La paz parece imposible en los guetos, y muy dificil fuera de ellos. Un sondeo efectuado el viernes entre 5.000 norirlandeses demuestra el nivel de escepticismo: un 51% de los preguntados cree que el plan Major-Reynols "puede suponer un primer paso". El otro 49% piensa que todo seguirá igual y el plan, como tantos otros anteriores, quedará en el olvido. Por si sirve para algo, el Gobierno británico ha enviado a la región 250.000 folletos con el texto de la propuesta. Se distribuyen gratuitamente en las oficinas de Correos, las bibliotecas y otros centros públicos. A juzgar por los que se ven en las papeleras, poca gente decide guardarlos.

El escepticismo se extiende al fragmento más sensible de la población, la juventud. Un estudio de la Universidad de Belfast revela que la primera intención de los estudiantes, una vez graduados, es emigrar a Gran Bretaña o a cualquier otro sitio. Quedarse es la última opción.

El plan anglo-irlandés ha causado, de momento, un curioso efecto secundario: ha abierto un debate sobre la fertilidad local. La autoderminación está sobre la mesa y, hoy por hoy, no puede existir duda sobre el resultado de un hipotético referéndum, ya que los protestantes son mayoría' y es difícil concebir a uno solo de ellos votando a favor de la unificación con la república del sur. Pero, ¿cuánta mayoría y por cuánto tiempo? No está nada claro.

Boicoteo de censos

Los censos de población son sistemáticamente boicoteados por el sector más radical de los católicos norirlandeses, por lo que hay que hacer estimaciones. El censo de 1991 establece que el 38,4% de la población de Irlanda del Norte es de religión católica, pero se calcula que la cifra real debe estar en torno al 43%.De acuerdo con varios estudios demográficos, los católicos tienen más hijos que los protestantes, en proporción aproximada de tres a dos, no tanto por seguir la consigna papal contra los anticonceptivos como por su promedio de edad.

Son más jóvenes y, por tanto, potencialmente más fértiles que la otra comunidad. De seguir esa tendencia, se puede fijar una fecha en la que los habitantes católicos serán la mitad más uno en Irlanda del Norte: el día establecido por el ordenador es el 1 de enero de 2035.

Para consuelo de la población protestante, esa progresión puede truncarse repentinamente si la economía británica vuelve a registrar una expansión como en años anteriores: los católicos son más pobres y tienden a emigrar en grandes números.

De cualquier modo, no es razonable equiparar a los católicos con los nacionalistas panirlandeses. Es una realidad política que la clase media católica tiende a votar por los unionistas. Pero la propia existencia del debate demuestra hasta qué punto la provincia de Irlanda del Norte sigue dividida. Los muros permanecen, y no hay perdón en ninguno de los dos lados.

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