Absurda ausencia de España
LA NEGATIVA de España a incorporarse al grupo de países de la Unión Europea (Francia, Italia, Alemania, Reino Unido, Holanda y Dinamarca) que han decidido establecer relaciones diplomáticas con Macedonia es un ejemplo de las indecisiones que salpican la trayectoria de nuestra política exterior. La frase de Felipe González en Bruselas, diciendo que la postura española no estaba decidida, refleja esa tendencia a la indecisión.El deseo de hacer un gesto amistoso hacia Grecia es natural. Pero hay que saber a qué precio se hace. Y en el caso de Macedonia, el problema de fondo está en que es un país amenazado. Milosevic no ha escondido su deseo de avanzar las fronteras serbias para tener un contacto directo con Grecia. En Macedonia hay una minúscula minoría serbia fácil de manipular desde Belgrado. Hay, además, una gran minoría albanesa de más del 25% de la población total, cada vez más tentada a buscar una Gran Albania, visto el éxito logrado por Serbia en su expansión ante los ojos del mundo.
La comunidad internacional ha sido sensible a esta amenaza: hay en Macedonia unos 700 cascos azules de la ONU encargados de vigilar la frontera y EE UU tiene un batallón de unos 260 hombres con idéntica misión de observación: es el único caso en que tropas de tierra norteamericanas han sido enviadas a la antigua Yugoslavia.
En el plano diplomático, Ia ONU admitió -en la sesión de abril de este año- a Macedonia con un apoyo unánime: ello requirió negociar un nombre provisional (el de "república ex yugoslava de Macedonia"), ya que la oposición de Grecia se centraba en una cuestión nominal. El nuevo Gobierno griego ha reforzado ahora su presión en la Unión Europea para obligar a ésta a aceptar las tesis griegas.
El principal argumento griego (por no decir el único) es que el uso de la palabra Macedonia refleja una voluntad agresiva, la de quitar a Grecia su provincia macedonia. Es poco serio que Grecia, miembro de la OTAN y la UE, tema una expansión de la misérrima y débil Macedonia. Lo que sucede es que el anterior Gobierno griego destapó el tarro de las esencias nacionalistas en esta cuestión cuando podía haber sido el protector de este pequeño país. Ahora, como suele suceder, Atenas está presa de las pasiones de la calle.
Con su intransigencia, Grecia ha dejado a este pequeño y frágil Estado en un limbo peligroso. La UE debe buscar un acuerdo entre Grecia y Macedonia; pero nadie puede obstaculizar la decisión política esencial de dar a un país amenazado el reconocimiento internacional. Éste llega con retraso. Ahora se hace precipitadamente, antes de que comience con el año la presidencia griega de la UE.
Hay una razón política poderosa que debe empujar a España a superar su indecisión: la negativa griega a que Macedonia regularice sus relaciones con Europa sólo es útil a todos aquellos vecinos con ambiciones sobre su territorio, ante todo a Serbia. España no puede dar una impresión de ambigüedad en esa opción. Mostrar amistad a Grecia es natural. Pero no hasta un límite en que nuestras orientaciones de política exterior queden en entredicho.
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