El Ulster vasco
Entre las muchas cosas que se están diciendo estos días para forzar un paralelismo vasco-irlandés tiende a olvidarse el detalle de que es la autodeterminación de la mayoría protestante de la población lo que impide la unificación del Ulster con la República de Irlanda. Se pronunciaron contra ella, en 1921, los seis condados que hoy constituyen Irlanda del Norte, y todas las elecciones celebradas desde entonces han confirmado que la mayoría sigue siendo contraria a esa integración.No se entiende, por ello, el regocijo con que algunos sectores nacionalistas vascos han acogido la mención a la autodeterminación incluida en el acuerdo entre los primeros ministros del Reino Unido y de Irlanda. Lo que esa mención significa es el reconocimiento de que la integración en Irlanda no es algo indiscutible, como sostenía el nacionalismo radical a ambos lados de la frontera, sino supeditado a un pronunciamiento de la mayoría en tal sentido. Y esa mayoría es, hoy por hoy, opuesta a la unificación.
La cuestión no se plantea, por tanto, en relación a Gran Bretaña, sino entre dos comunidades que conviven -malamente- en el mismo territorio desde hace siglos (unos ocho siglos). Porque, por lo demás, a la población de Gran Bretaña el asunto no le apasiona: según una encuesta reciente, sólo el 17% defiende el actual statu-quo.
Uno de los puntos débiles de la autodeterminación es la dificultad de fijar el sujeto al que se le reconoce la capacidad de ejercerla. Los católicos son mayoritarios en Irlanda, pero minoritarios en los seis condados de la actual Irlanda del Norte, aunque mayoritarios en determinadas zonas, comarcas, barrios, ciudades de ese territorio. Si de autodeterminación se trata, ¿cuál sería la entidad mínima autodeterminable? ¿Dónde pondríamos el límite? En 1988 había en el mundo unas 5.000 lenguas y 1.305 categorías étnicas, pero sólo 165 Estados soberanos, de los que los étnicamente homogéneos no llegaban a la veintena. La imposibilidad de hacer coincidir una cosa y otra, señalada por los expertos hace muchos años -aunque los doctrinarios nacionalistas han hecho como que no se enteraban- explica que la eficacia del concepto de autodeterminación sea hoy muy cuestionada.No se entiende, por ello, ese entusiasmo de algunos nacionalista vascos cada vez que, ya sea en Palestina, en Belfast o en Sarajevo, alguien invo ca la palabra. En Euskadi, un planteamiento autodeterminista supondría un paso atrás respecto a la actual situación: un paso hacia la ulsterización, es decir, hacia la escisión de la sociedad en dos comunidades diferenciadas y enfrentadas No se sabe con exactitud cuál sería el resultado de un referéndum que forzase a los vascos a pronunciarse entre la independencia y el statu-quo actual -autonomía constitucional-, pero es seguro que ese referéndum sería el punto de partida de la liquidación del sueño nacionalista: no ya sólo de la patria vasca imaginada por Arana sino de cualquier Euskadi política. Y ello porque, como sabe cualquier observador que no cierre los ojos, de la prueba saldría una patria reducida, como mucho, a una provincia y media. El resto sería el Ulster vasco. ¿Es eso lo que quieren los patriotas que estos días exhiben los recortes de la prensa inglesa con aire desafiante?
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