El Madrid mete al Barça en la nevera
El equipo madridista se adjudica la Supercopa al empatar en el Camp Nou
El Madrid dio la vuelta al Camp Nou cinco años después de su último paseíllo por el estadio del Barça (1988). No fue completa. El grupo dio marcha atrás a medio festejo dada la animadversión de la grada azulgrana. Los blancos enfilaron los vestuarios a la carrera mientras Núñez pedía explicaciones por no entender qué celebraban los forasteros. El éxito madridista en la contienda, se mire por donde se quiera, resultó incuestionable, y de ahí su orgullo. Y, asumiendo que el Barça es el mejor equipo, nada mejor que ganarle para presumir. El Madrid, así, fue buen recaudador en la ida y mejor administrador en la vuelta.La superioridad del grupo blanco sobre el azulgrana en los mano a mano disputados en el último trienio es tan manifiesta como la hegemonía catalana en los torneos regulares. No hay consenso para explicar el fenómeno. Existe, eso sí, una tesis según la cual Cruyff, cuya única cuenta por saldar es ganar en el Bernabéu, pierde su instinto de ganador cuando tiene enfrente el manual de Floró. Piensa y cambia, y sale un Barça que no es el Barça de Cruyff. Es más: el técnico asturiano asegura que lo único que le diferencia del holandés es que Cruyff tiene bula y más suerte.
El método de Floro es como un corsé para el talento de Cruyff. El entrenador madridista no engaña a nadie. Su fútbol no tiene truco. No se inmuta ni cuando el contrario es el Barça. Es un equipo muy espeso que resulta tan difícil de ganar como que te gane. Cruyff lleva tiempo buscándole el punto débil y, a diferencia de otros, no lo encuentra. Quiso jugar ayer sin extremo izquierdo, con un zurdo como ala derecha (Stoichkov), y Goikoetxea calzado como lateral por detrás de Sergi, metido en el flanco izquierdo para tapar a Michel. Tampoco resultó.
No le costó mucho al Madrid meter en la nevera a un Barça muy caliente de salida. El grupo azulgrana, es cierto, salió a todo trapo: Stoichkov remató al palo, Romario erró un remate sobre la salida de Buyo, y un juez de línea se convirtió en el mejor lateral del Madrid por su desconocimiento del fuera de juego. Fue un cuarto de hora trepidante. El Madrid, sin embargo, acabó pronto con el caminar del pavo real azulgrana. Zamorano retrató a Busquets en un balón cruzado y el partido cambió de rumbo. Hierro, Prosinecki y Milla encerraron a Guardiola en su cuarto de máquinas y torpedearon el discurso barcelonista. El choque cogió un ritmo muy frío y pesado, a gusto del grupo de Floro. El Barcelona nunca supo jugar con un marcador en contra, y menos ante un rival que presume de tener lo único que a él le falta. El orden que impera en el vestuario del Camp Nou no se extiende sobre la hierba.
Parado el flujo de pases interiores para un Romario muy vago y despistado, ausentes los extremos -regalaron las bandas- y especialmente atados los jugadores de segunda posición (Amor, Bakero y Begiristain), el Madrid fue tejiendo piano piano su fútbol. La austeridad forastera se impuso sin excusa ante la generosidad local. La grada comenzó a preguntar entonces por Laudrup. El danés calentaba banquillo al igual que Butragueño. Hoy corren malos tiempos para según qué artistas. Laudrup no arregló nada. Ni él, ni la polivalencia de Goikoetxea, ni la bicicleta de Quique, ni la bota de Koeman, ni la cabeza de Cruyff.
El Barça estuvo en manos de Bakero. No es siempre una buena señal. El medio centro está para pegar la defensa con la delantera, para estimular al grupo y no para llevar el partido. Bakero estuvo ayer muy solo. Y de ahí que el Barça acabara agonizando como un colectivo racial, agresivo, destemplado. No es ese su carnet de identidad. El genio del centrocampista evitó, al menos, la derrota local. La victoria era inalcanzable. Los artistas azulgrana fueron absorbidos por la organización madridista. Y el Madrid, en época de austeridad, acabó por celebrar por todo lo alto la Supercopa mientras el Barça se pavoneaba de ser tricampeón liguero.
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