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EL CAMBIO EN RUSIA

El alma de un 'zar' de baja cuna

La autobiografía de Zhirinovski descubre un espíritu elemental que sueña con resucitar la vieja Rusia

Pilar Bonet

Cada noche, el presidente de Rusia, Borís Yeltsin, lee una página de La última ofensiva hacia el Sur, según ha manifestado Vladímir Zhirinovski, el autor de esta autobiografía política, que es la sensación editorial de estos días en la capital de Rusia. El libro es, según su autor, la primera parte de un cuarteto "conceptual-geoestratégico" destinado a hacer desaparecer "todas las preguntas" sobre él y su pensamiento. En un collage de reflexiones filosóficas y relato autobiográfico, Zhirinovski da una imagen de sí mismo que, en algunos aspectos, coincide con la imagen que Yeltsin daba en su autobiografía en 1990.En ambas obras aparecen niños conflictivos que se rebelan contra el entorno, pero Zhirinovski hace una descripción mucho más complicada y detallada de su relación con el ambiente, sin ahorrar detalles escatológicos y de su vida sexual, insólitos en las memorias políticas en Rusia.Si Yeltsin estuvo a punto de ahogarse en la pila bautismal por descuido del sacerdote, las primeras andanzas de Zhirinovski no le anduvieron a la zaga. Tenía tanta "prisa" por llegar al mundo que nació en su casa, de Almá Atá, en Kazajstán, antes de que llegara la ambulancia, y Su cordón umbilical fue cortado con «un cuchillo de cocina". Su infancia, en una vivienda colectiva, fue "triste" y la pasó "privado de la más elemental comodidad familiar y calor humano". Fue el sexto y último hijo de Aleksandra PavIona Zhirinóvskaia, una "mujer rusa", que se casó dos veces y convivió después con un hombre 15 años más joven que ella, según la descripción que hace el político de su familia, a la que califica de "familia rusa típica". Zhirinovski, único hijo de Wolf Andreievich, un jurista en la administración ferroviaria, sentía celos del amante de su madre. "En 1950, mamá ya no podía vivir sola, tenía sólo 38 años, era aún joven y necesitaba un hombre. Trajo a casa a un estudiante de 23 años". "Cuando había que elegir entre nosotros, ella le elegía a él, porque él era su amante", señala.

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Zhirinovski se recuerda a sí mismo de niño, permanentemente hambriento, mal vestido, mal calzado, pasando frío y durmiendo en el sofá de una habitación de paso. "Frente al aseo siempre había cola y siempre había fetidez, porque en el aseo siempre huele mal, si no hay algún ambientador, y mucho más si la gente acude allí uno detrás de otro. Si por la mañana van diez u once personas al aseo, incluso el ambientador es inútil". Al no tener baño, el niño Zhirinovski acudía a los baños públicos, de los que recuerda los "calzoncillos idénticos" de todos los hombres.

Si Borís Yeltsin perdió dos dedos con un petardo, Zhirinovski tuvo más suerte cuando, en busca de "aventuras", lanzaba "cartuchos explosivos humeantes en el interior del trolebús".

Recuerda el ahora hombre del momento sus primeros besos de adolescente, y el retraso en el desarrollo de su actividad sexual en relación a los chicos de Moscú. "Los primeros intentos de realizar el acto sexual", escribe, "fueron un fracaso. A los 17-18 años yo era muy tímido, y me acuerdo que en Sochi, en el mar Negro, en una residencia a la que había ido con mi curso, me metí en la cama con una chica, que iba en traje de baño ( ... ) Le pedí que se quitara las bragas (sic). Pero, ¿qué chica se quita las bragas por iniciativa propia? No sabía que debía hacerlo yo mismo, ayudarla, y también me avergoncé". -

"Esta timidez no me permitió comenzar la vida sexual cuando ya me apetecía. Después, más tarde, puede ser que incluso llegara a ser muy descarado en mi comportamiento con las mujeres, pero en los primeros tiempos todo era muy limpio".

La esposa de Zhirinovski aparece como una figura nebulosa, apenas esbozada. El autor se limita a lamentar que no quisiera seguirle en sus viajes de trabajo por Oriente Próximo y el Cáucaso.

Rusia es para Zhirinovski un Estado que ha recibido "nombres artificiales", como la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas o la Comunidad de Estado Independientes, "con una superficie de 22 millones de kilómetros cuadrados" (la superficie actual del Estado ruso es de 17 millones de kilómetros cuadrados), y que llegará hasta el océano Índico: "Cuando realicemos nuestra última ofensiva hacia el Sur", anuncia. Zhirinovski desarrolla la tesis de que Rusia salvará al mundo y exhorta a sus conciudadanos: "Rusos, pueblo orgulloso, el siglo XXI nos pertenece. En los siete años que quedan [hasta fin de siglo] acabaremos definitivamente con todas las revoluciones, con todas las perestroikas, con todas las gorbostroikas [término inventado a partir del apellido Gorbachov y el adjetivo "jorobado" en ruso], acabaremos con el yeltsinismo y con el burbulismo [neologismo referido al ex secretario de Estado de Rusia Guenadi Búrbulis]. Se irán los Poltaranin y los Gaidar. Todo esto desaparecerá. En el siglo XXI vendremos diferentes y limpios. Ahora estamos en el baño. Nos limpiamos la costra, la suciedad que se ha acumulado en el siglo XX. A veces, esto produce sangre. Esto es malo, pero, por lo visto, ha sido necesario para nosotros, y para nuestro amargo país, para limpiarlo definitivamente de la peste, de lo satánico que hemos heredado desde principios de siglo, lo que fue arrojado al centro de Rusia desde Occidente para envenenar el país, para quebrantarlo desde dentro mediante el comunismo, el nacionalismo, el cosmopolitismo, mediante la influencia de religiones ajenas, ideas ajenas y un modo de vida ajeno. Acabaremos con esto. Nos convertiremos en el país más endurecido".

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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