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Salir de la arutopista

(Respuesta a Mario Vargas Llosa)Te entrego las armas, Mario. "El antiamericanismo basado en mitos ideológicos", dices, "hace que el debate se desvíe de la cuestión de fondo". Es cierto. Dejemos, pues, este revólver de seis balas que juzga antes de comprender. En los medios intelectuales, entre 1945 y 1970, no era de buen tono ser antisoviético. ¿Ocurrirá lo mismo en el 2050 con los antichinos? Cada momento de ortodoxia tiene su anatema. En la actualidad, ser antiamericano supone la excomunión. Esta etiqueta, que transforma a todo oponente al nuevo orden en alguien que sufre en su carácter una fobia persistente y lamentable, sirve a sus adversarios para descalificarle y no responder a sus argumentos. Dejemos el terrorismo de los estereotipos para las películas del Oeste y los cerebros estalinistas. Rechazo a EE UU como modelo, y me alimento de su cultura. Eurodisney me aburre y California me encanta. No confundo la sociedad estadounidense, y su democrática vitalidad, con la supremacía de EE UU, tan frecuentemente mortífera. Y me río, como tú, de esa mitología mágico-policiaca que transforma en "conspiración" o en "tejemanejes secretos" lo que es un banal efecto del exceso de fuerza. Toda hegemonía es producto de un engranaje, de una mecánica de fuerzas, y no de una psicología de las intenciones. ¿Dónde y cuándo he denunciado yo una maquinación? Levanto acta de una lógica sonámbula, la del "cada vez más", que es la lógica de siempre, la de todos los imperios, y Hamo a una resistencia lúcida y generosa como la que debe encontrar todo sistema de dominación ciega, ayer, hoy y mañana, ya sea estadounidense, español, alemán o francés.

El debate entre "la libertad de comercio y la cultura" no enfrenta a Europa y EE UU, sino a Occidente consigo mismo, que es menos peligroso, pero más grave. En 1935, Husserl evocaba "la crisis de la humanidad europea", que incluía para él el otro lado del Atlántico. La primera víctima de la americanización es precisamente EE UU; esta crisis opone lo mejor de EE UU a sus peores características. De forma inmediata, coloca a la vieja y obesa Europa ante el espejo. Ojalá descubra en él su fragilidad íntima, y el rostro cultural de los pequeños pueblos que antes despreciaba, aquellos cuya existencia, decía Kundera, "puede ser cuestionada en todo inomento". ¿Puede la tragedia de la Europa central de antaño, amputada en su polifonía, privada de sus imágenes y de sus voces, convertirse un día en la tragedia de toda Europa?

Opones el mercado mundial a la tribu como el neutro al exaltado, el hospitalario al belicoso, el abierto al cerrado. Pero recuerda que también el mercado expulsa, degüella y lleva a la desesperación. Por millones. Una sociedad de mercado puro supondría la exclusión de una de cada tres personas en la "megatienda Virgin" que sueñas para Europa, y de dos de cada tres si hablamos de un hipermercado planetario, donde un quinto de la población mundial acapara los cuatro quintos del capital y del poder adquisitivo. La risueña modernización que te encanta es también la de las desigualdades, y supone un alejamiento creciente entre el centro y la periferia. ¿Qué significa la libre competencia entre el cine africano y el estadounidense? La asfixia del primero ante la indiferencia del segundo. Confiar la emancipación del hombre -quiero decir la educación, la creación y la investigación- sólo a los mecanismos del mercado puede más bien despertar en todos las peores tendencias insulares. Porque la nueva mundialidad que te entusiasma no quita vigencia a la vieja ley imperial de las fuerzas, sino que modifica sus métodos. Sustituye, como decía ayer Zbigniew Brzezinski referiéndose a nuestra "aldea mundial", la diplomacia de las cañoneras por la de las redes de distribución (aunque la primera sigue siendo útil de vez en cuando). Pero, más que nunca, la cultura dominante sigue siendo la cultura de la economía dominante, y de las cañoneras más grandes. De ahí viene seguramente su arrogancia. "Mercado" no es una palabra más neutra que "tribu". No quiero poner al mercado en la picota, pero tampoco hagamos de ese mal necesario una panacea, ni mucho menos una pantalla de humo de un supernacionalismo dominador y seguro de sí mismo. En cualquier caso, no es mi único principio de realidad, y me cuidaría mucho de convertirlo en la directriz filosófica del siglo XXI. Entretanto, confiar el mundo de las imágenes y los valores a la simple mecánica de la oferta y la demanda sería una variante del nihilismo en su versión importación-exportación. En un mercado, el principio de equivalencia hace que todo pueda intercambiarse por todo. Pero la cultura es ese raro ámbito donde cualquier cosa no es igual que cualquier otra: los pueblos, los poemas, las películas o la música.

Todo poder excesivo engendra un contrapoder, y toda marea engendra un dique. Aquí, el dique se llama cuotas de difusión, subvenciones públicas, fondos de apoyo. Se trata, en todo el planeta, de la supervivencia del otro, una especie en vías de desaparicion, y ante todo de una cierta idea de "humanidad europea". Sabes que Husserl atribuía su nacimiento a una extraña pasión que se extendió hace mucho tiempo en el mar Egeo: "La pasión de conocer". Y de crear. La pasión de ganar dinero reinaba en Cartago y en Fenicia, pero Occidente nació en Grecia. ¿Hay que acabar con estos orígenes? No tengo nada contra el progreso del consumo. Pero perdóname si no puedo ver en él el camino que garantiza la emancipación, igual que no veo un ágora en un autoservicio, ni un "espacio público" en un espacio publicitario.

Sería asfixiante dejarse encerrar en la alternativa exclusiva entre tribu y mercado. En primer lugar, la historia de este siglo nos muestra que puede tenerse al mismo tiempo la peste y el cólera: la Alemania nazi, la Francia de Pétain, el Chile de Pinochet. Además, aparte de Kim Il Sung, nadie piensa para responder al hipercapitalismo en ese hiperdirigismo que denuncias acertadamente, y que sólo hace estragos en Corea del Norte. Entre esa dinámica y la dictadura del mercado, ¿no puede abrirse una tercera vía? Me parece que se pasa del fomento a la exclusión cuando, en nombre de la libre circulación de las mercancías, se convierte a las obras en meros productos, se sacrifica el derecho moral inalienable del creador al copyright del empresario, y la película de autor a la película de productor. Esta operación de fuerza invoca la world culture o cultura universal. Pero la palabra mágica de internacionalización ya no funciona como apertura al otro, sino como exclusión del otro. Es exponiéndose y oponiéndose a su vecino como cada uno alcanza su propia realidad, forjándose una lengua propia. No conozco una cultura esperanto ni un pensamiento volapük. "Si quieres ser universal", decía Machado, "háblanos de tu pueblo". Ante nuestros ojos, "internacional" se convierte en lo contrario de "universal".

Alabas la armoniosa circulación mundial de los signos y las imágenes, similar a la libre circulación de los capitales, que comenzaría apaciblemente a irrigar el planeta. Pero desgraciadamente el mercado mundial es, como lo es EE UU, un sistema de autopistas (entre ellas, la nueva autopista informática en construcción). Resulta útil, pero no creo que cualquier salida de la autopista, carretera de enlace o rodeo lleve necesariamente a un "arquéodromo" o a una purificación étnica. Todo lo que está fuera de las autopistas lo llamas "prehistoria", folclor y patologías. ¿Por qué no llamarlo simplemente "historia"? El hombre es un ser histórico inscrito en un lugar y un tiempo. ¿Acaso sacrifica un palestino de 1993 la idea de humanidad a la de tribu por querer una nación y un territorio? Es por esa condición particular por la que realiza su esencia universal de ser humano, y al hacerlo no niega la unidad de la especie humana, del mismo modo que no lo hacía el judío de 1947, harto de ser de todas partes y de ningún sitio, al dotarse de una patria. Oponerse a la idea viva de nación en nombre de la estupidez del nacionalismo es promover de forma garantizada la idea mortal de tribu (que es lo contrario de la nación, si las pa

Pasa a la página siguiente

Salir de la autopista

Viene de la página anteriorlabras significan algo). Identificar a un hombre por su nacionalidad, como se le cuelga una etiqueta a un animal, es la actitud tribal e inhumana de los fascismos: lleva a los adversarios a los campos de concentración y a los supervivientes a un museo de historia natural. Pero despojar a los hombres de su memoria y de su pertenencia en nombre del género humano es la actitud mercantil e inhumana de un capitalismo ebrio. Un hombre no es libre si no es él mismo: ¿es por ello necesario tribalizarlo? ¿Dónde está el etnocentrismo: en los que quieren transformar todos los países del mundo en provincias de una sola capital o en los que quieren que el mundo tenga varias capitales? Si la unificación del planeta por la ley de hierro de las mercancías tiene que producirse por reducción al mínimo común denominador, la audiencia y los beneficios, entonces el Gran Hermano ha cambiado de chaqueta, y ya no corre por la izquierda, sino por la derecha. Los dos sabemos bien que Orwell no triunfará nunca. Que la novela no puede morir, como tampoco la ambigüedad humana ni la pluralidad de lenguas. Entre las "dos cosas que amenazan al mundo: el orden y el desorden", el mercado y las tribus, cada época las dosifica para alcanzar su diversidad óptima, más acá de la cual el imperio del momento provoca la desertización y más allá del cual las tribus provocan el caos.

Creo que no hay que satanizar ninguna de las dos fuerzas opuestas y complementarias que moldean la humanidad. Las que "tienden a mantener e incluso acentuar los particularismos" y las que "actúan en el sentido de la convergencia y la afinidad". Cito aquí a Lévi-Strauss, porque la investigación antropológica a largo plazo ha demostrado que los progresos de la civilización nacen de una coalición de culturas diferentes, "coalición que es tanto más fecunda cuanto más diversas sean las culturas entre as que se forme". Los centros espirituales de Europa central, Viena, Trieste o Praga, fueron, efectivamente, ciudades de coalición (más multinacionales en ese sentido que cosmopolitas), como lo son en la actualidad Nueva York, París, Madrid o Barcelona. ¿No crees que las coaliciones humanas ganan al ampliarse continuamente con nuevos socios, para acrecentar el contacto y el intercambio? Llámalos tribus, si quieres; lo importante es que todos nuestros congéneres no estén atados a una visión única, con una única banda de asfalto en el horizonte.

América, Europa, Asia, África: tenemos vocación de vivir juntos, sí, pero no constreñidos por la uniformidad.

es escritor francés.

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