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Entre el miedo y la esperanza

La gran fiesta de la paz, defraudada por la falta de acuerdo de Rabin y Arafat en El Cairo

ENVIADA ESPECIAL "Mañana, forzosamente, será otro día", decía el joven soldado judío que acababa de almorzar en un café del centro de Jerusalén, refiriéndose al histórico día de hoy, del que todos esperaban o temían cambios. Y añadió: "Pero pasado mañana puede ser el día de Hamás". Al final, no hubo tal, ya que Yasir Arafat e Isaac Rabin decidieron en El Cairo que la fruta no estaba madura y que era mejor dejarla madurar algún tiempo en el árbol.

La parte oriental, musulmana, de esta ciudad sagrada, dividida y disputada, amaneció con los escaparates sembrados de carteles que anuncian el inminente inicio de una semana de movilización en favor del regreso de los 10.000 prisioneros palestinos encerrados en cárceles israelíes, muchos de ellos por delitos que ya no lo son desde que se firmó el acuerdo de paz, en Washington, el pasado 13 de septiembre.

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Hoy ya no constituye un crimen colocar en lugar público una bandera palestina, y la calle Saladino revienta de llaveros con los colores de la patria perdida, que se reproducen en indescriptibles jerseis para señora y hasta e n sillones para ejecutivos.

Cada bando de esta guerra ha desarrollado su propia iconografía. Así, en la zona judía, más frecuentada durante la mañana del domingo, entre familias que tomaban refrescos sentadas al sol y judíos soviéticos que tocaban el acordeón para ganarse unas monedas -una mujer mayor, ajena al proceso de paz, canturreaba una melancólica canción rusa, y la gente dejaba caer unos sheckeIs (moneda israelí) frente a ella, en el suelo-, podían adquirirse camisetas en las que aparece el primer ministro israelí, Isaac Rabin, tocado con una kufia, el tradicional pañuelo palestino, y carteles en donde él y Arafat se dan la mano.

"Shalom"

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"Yo quiero la shalom [paz], la demando, pero no va a funcionar. Es como si tú y yo nos sentamos y yo te prometo que te voy a dar la botiga, ¿eso qué te va a valer? Ellos, agora, tendrán un país encerrado en medio del nuestro, saldrán a matar y luego se refugiarán allí y no habrá quien los coja", declaró expresándose en ladino (el español de los sefardíes), el sabra Beni Zion, nacido hace más de 60 años en el edificio donde aún trabaja. "Es claro que su economía depende de la nuestra, y si no se portan bien, se van a pasar el resto de su vida comiendo humus (puré de garbanzos con aceite)".

El joven soldado, que es quien va a tener que vérselas con Hamás si esta organización extremista palestina decide boicotear a fondo el proyecto de paz, hace votos: "Tiene que salir bien, pero una cosa es el papel y otra muy distinta la vida real".

"¿La realidad?", se pregunta Raed, un muchacho palestino que vende pizzas en Nahalat Shiva, una calle del corazón judío de Jerusalén. "La realidad es que yo estoy aquí, ellos también, y nadie debe decidir quién tiene derecho y quién no a quedarse. Yo tengo amigos judíos que piensan como yo".Raed, cuyo nombre significa explorador, vive en Belén y, como palestino, cada mañana tiene que pasar los controles del Ejército israelí, dotado de un permiso previo, para trabajar en esta ciudad que considera suya. "Hoy me han hecho esperar 40 minutos". Reconoce que es una vida terrible, a la que él y algunos de sus amigos judíos quisieran dar fin.

En la tienda de artículos militares de Mr. T, donde es posible adquirir manoplas de acero; puñales del Ejército; "las auténticas botas grunge de los soldados israelíes (unisex)"' y todo tipo de parafernalia bélica, además del libro Holocausto, el propio Mr. T., curiosamente, se declara un devoto del proceso de paz y muestra la camiseta de moda de la temporada, en donde aparecen un judío y un palestino silueteados en los respectivos colores de sus banderas. "Ya verás que la cosa saldrá bien. Pero no faltan los fanáticos. La otra noche entró un ruso, que se indignó al ver que vendo esta camiseta". Calle abajo, Rodolfo, el propietario, judío argentino, de una tienda de ropa y recuerdos dice: "Hará falta tiempo para que esto se arregle y, cuando eso ocurra, los palestinos se pelearán entre ellos, y nosotros tendremos que encarar las diferencias que separan a los judíos religiosos de los normales. Ahora mismo, yo quiero pasear y comprar durante el sábado. Pero mira lo que ocurre en sábado, que los religiosos bloquean las calles y si te pones a conducir un coche te apedrean, igual que los palestinos".em0

Presos

Mustafá, que posee un bazar en el sector árabe de la ciudad amurallada -junto a la casa del ex ministro de Defensa Ariel Sharon, hoy señalada por una extrella de David-, recuerda que al menos 20 amigos y conocidos suyos permanecen, aún en las prisiones israelíes. "El proceso debe comenzar con cosas concretas. Ya sé que es dificil, pero tenemos que notarlo, no todo puede ser tinta en los periódicos. Que liberen a los presos y se retiren los soldados. Esa es la señal de buena voluntad que estamos esperando".

Como fondo de las voces de esperanza y temor de unos y otros, las notas de un trombón en plena calle de Jerusalén. Sergei Garbarian, un judío armenio de Georgia que se vino a la Tierra Prometida creyendo en el futuro que le ofrecía el Gobierno israelí, era ayer sólo un comparsa, menos interesado en lo que ocurrirá hoy que en solucionar sus propios problemas de supervivencia. "Yo me volvería a Georgia, porque extraño mi país, pero allí las cosas están muy feas". Garbarián no ha cumplido los 30 años y luce una barba bien recortada. No resulta dificil imaginarlo vestido con un frac, tocando el trombón en la orquesta sinfónica de Georgia, su anterior empleo. Ha dejado a Schubert y ahora interpreta Extraños en la noche, a lo mejor a sabiendas de que el más ajeno en esta Ciudad Santa llena de enemigos y cómplices es él mismo, que sólo espera un puñado de shekels.

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