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Los pioneros

LUIS MARÍA RETOLAZAEl autor recuerda los difíciles comienzos de la policía vasca, en que desempeñaron un papel básico personas luego asesinadas por ETA.

Falta por escribir aún la historia de la Ertzaintza. Tal vez por el hecho obvio de que aún no se ha completado su gestación. Pocos tienen idea del calvario que ha supuesto el ir haciendo la policía vasca hasta su situación actual, porque, después de la batalla jurídico-política de su definición estatutaria y de su plasmación en un texto legal, vino el pulso real, casi diario, de la puesta en práctica del proyecto: el número de sus componentes, los berrocis, la Academia, mandos, armamento, la retirada de la Guardia Civil de Tráfico, competencias..., hasta la crisis en torno a la compra de una determinada marca de motocicletas.Cada uno de los mil pasos dados hasta el día de hoy parecía generar poco menos que una crisis de Estado. Nadie hubiéramos podido imaginar la gran cantidad de reticencias, temores, sospechas que la creación de este cuerpo policial iba a despertar en ámbitos tan dispares. Mientras para unos era el embrión oculto de un futuro ejército vasco, para otros era un cuerpo colaboracionista sometido en última instancia a los mismos que manejaban las Fuerzas de Seguridad del Estado.

Pero el capítulo más delicado de su creación fue, sin duda, el reclutamiento del componente humano. Por un lado el evitar la infiltración, que iba a darse presumiblemente, tanto desde el lado de ETA como desde servicios del Estado que podrían verse tentados a actuar desde su interior. Una policía vasca sólo debía estar vinculada a las legítimas autoridades vascas. Era además un cuerpo policial nuevo, sin experiencia, ya que sus antecesores históricos habían operado en circunstancias diferentes casi cincuenta años antes, y sus mandos o habían muerto o no se hallaban ya en edad hábil para las difíciles labores de una refundación. Era pues esencial contar con un núcleo fundador que compartiera plenamente la idea y que accediera al cuerpo lejos de cualquier postura mercenaria.

Aquel grupo fundacional fue realmente heroico. No vino del paro, como sucedería más adelante con muchos. Dejaron su trabajo, a veces seguro y bien remunerado, para lanzarse a lo desconocido. Superaron el miedo, suplieron las carencias, a veces sangrantes, y desde la inexperiencia, pero con derroche de voluntad y de sacrificio, fueron el embrión de la actualmente potente policía vasca, hoy admirada por muchos, aun de fuera de nuestras fronteras, por su seriedad, preparación y eficacia.

De aquel grupo inicial faltan hoy dos. Justamente los que han abierto las páginas del martirologio que la Ertzaintza, como toda policía, ha comenzado a firmar con sangre. El primero fue Genaro. Así, a secas. Un hombre que da el paso al frente cuando entraba en edad de jubilación, cuando le esperaba una vida tranquila con una muy pingüe jubilación. Genaro fue leyenda. Le tocó hacer de todo, cuando eran tan pocos los que querían hacer algo. Eran tiempos que los que parecían estar capacitados para el mando no querían dar el paso por miedo, propio o el de sus esposas. Genaro suplió a todos. A sus años, estaba las 24 horas del día en pie de guerra. Y murió por liberar a otro gudari de la guerra contra Franco, Lucio Aguinagalde. En aquella acción de Saldropo estaba también Joseba Goikoetxea. Ninguno de los dos odiaba a los de enfrente. Pero se les respondió con odio. Y con balas.

No sería justo olvidar aquí a otro mártir de la Ertzaintza, al teniente coronel Díaz Arcocha. Era vasco y pertenecía al Ejército español. Vino para formar parte del cupo de oficiales del Ejército preceptivos, según el pacto estatutario y durante un periodo transitorio, para crear el cuerpo de mandos de la Ertzaintza. Vino en contra de la voluntad de sus mandos militares. ETA le asesinó. Su féretro estuvo cubierto con la bandera vasca, con escándalo de más de un mando militar y no militar. Forma también parte junto a Patxeko, Hortelano y Mentxaka del martirologio de la Ertzaintza. Sin gentes como ellos, tampoco podríamos contar hoy con una policía vasca.

Joseba era también leyenda. Y han matado la leyenda. La han matado en nombre del pueblo. Pero han matado al pueblo. Joseba formaba parte del pueblo humilde, del más humilde. Han matado a un patriota en nombre de la patria. Pero Joseba era lisa y llanamente patriota. Sin refinamientos ideológicos. Y los que han matado a Joseba se entienden mejor con las gentes del Movimiento Comunista o de la Liga Revolucionaria de la IV Internacional, o con los estalinistas que con un patriota liso y llano. Hablan otro lenguaje, hablan de otra patria. Como dijo Arzalluz en Sukarrieta, éstos hablan de la patria soviética, la patria del odio, del color rojo y del puño amenazador.

Mala suerte la de nuestro pueblo. Siempre surge algún integrismo, algún marxismo-leninismo, algún progresismo, que arrasa, con cualquier pretexto ideológico, el patriotismo liso y llano. Fanatismo, intolerancia, y manos oscuras que manejan nuestros defectos contra nosotros.

Decía en mi reciente artículo, hablando de los Rezolas, que con su muerte desaparecía una generación que lo dio todo sin pedir nada. Afortunadamente para Euzkadi no es cierto. Hay quienes siguen dando todo por nada. Eso hizo Genaro, eso ha hecho Joseba Goikoetxea. Y por lo que estamos viendo estos días, hay muchos que, como ellos, creen en una causa. Muchos que, a cara descubierta, y frente a las pistolas del odio que les apuntan desde la oscuridad, siguen luchando por su patria y contra cualquier tiranía. Aunque ésta se camufle con el nombre del pueblo o de la patria.

es presidente de la Ejecutiva del PNV de Vizcaya y fue consejero vasco del Interior.

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