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La feria del secuestro

Más de cien personas desafiaron el frío para presenciar en la calle el desarrollo del suceso

Francisco Peregil

En el momento en que los geos acariciaban el gatillo de sus pistolas encomendándose a los santos más eficaces acontecían las situaciones más grotescas a los pies del edificio acordonado.Un hombre bien entrado en los cincuenta se empeñaba en atravesar el muro policial sobre las ocho de la tarde con un jamón enfundado en bolsa blanca y colgado al hombro.

-Comprenda usted que es imposible, señor, tenemos órdenes de que no pase nadie que no viva en ese bloque -le explicaba un agente.

-Oiga, que vengo desde muy lejos y tengo que dejar el jamón ahí, que me están esperando.

-Váyase, señor; haga el favor, váyase.

Con buen humor el hombre se marchó abriéndose paso entre miradas de anhelo hacia su cargamento. Cuando sólo se veía a lo lejos la bolsa blanca del jamón que se alejaba recortándose en la niebla, algunos vecinos reían aún, y el abuelo de los niños secuestrados lloraba y pedía noticias frescas a la policía. Todo ello bajo el sonido de los petardos que hacían estallar los niños del barrio.

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Buscando a Crespo

Las autoridades optaron por permitir sólo a la prensa permanecer al lado de la cinta de plástico que cortaba el paso hacia la manzana del secuestro. El resto de los espectadores tuvo que sufrir el frío en la acera de enfrente. Algún vecino del barrio se pasaba de una acera a la otra para preguntar a los periodistas: "¿Oiga, se llama usted Crespo?". Y un agente le espetó: "Pásese a la otra acera, hombre, pásese, que ha venido usted ya más de veinte veces aquí con el mismo cuento". Hubo ocasión hasta para presenciar una pelea entre un vecino ebrio y el propietario de un coche que intentaba sacar el vehículo del arcén donde más gente había. Los miembros del Cuerpo Nacional de Policía se apresuraron a separarlos mientras que los cámaras de televisión y fotógrafos se empeñaban en inmortalizar la escena. Los amigos y vecinos de los que se peleaban se interpusieron entre los focos y los luchadores: "¿De qué vais?, ¿por qué tenéis que sacar imágenes?".

Después, el borracho se empecinó en pasar a su casa. Un policía se encaró con él, y el otro amenazó al agente entre las risas de sus amigos: "Conmigo no te pongas chulo que te pego un trancazo y te parto".

De vez en cuando aparecía algún familiar de los rehenes y todos los focos y el público se agolpaban alrededor. Así sucedió con la hermana de la mujer retenida, que a las once de la noche acaparó la atención de todos. "Lleva la pobre mujer llorando, toda la noche", se quejaba una policía, "y sólo ahora os habéis dado cuenta los periodistas de que es familiar".

Pero el marasmo mayor de público y redactores se produjo sobre la medianoche, cuando llegó el padre de los niños secuestrados.

La feria del secuestro concluyó una hora antes que el secuestro mismo. A las 3.15, cuando salían los delincuentes en los coches de la policía, sólo quedaba una veintena de vecinos, que esperaban, eso sí, verdaderamente indignados, para increpar a los delincuentes. Con ellos no pudo el frío.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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