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Un jubilado acogió gustoso el centro policial de operaciones

Ramón Carabañas García, un pensionista de 64 años, se convirtió en un testigo excepcional de todo lo que ocurría en el número 10 de la calle de Luis Buñuel. Su casa está situada en la séptima planta, la misma donde se halla el piso en que se refugiaron los atracadores. Y la policía la escogió para dirigir desde allí las operaciones.La cruz que adorna la cabecera del dormitorio, contiguo a la vivienda tomada por los secuestradores, se vio rodeada de "cables y aparatos, como altavoces, pegados a la pared; se ve", explicaba ayer Carabañas, "que era para escuchar lo que decía la gente en la otra casa".

En las 13 horas que duró el secuestro, Carabañas escuchó varias veces hablar a los dos chiquillos tomados como rehenes, pero no entendía lo que decían.

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"Me pidieron utilizar la casa; para una necesidad como ésta, me pareció muy bien". El hombre recuerda: "La policía habló mucho con los delincuentes; miento, no con los dos, sólo con uno, siempre con el mismo". El teléfono móvil lo introdujeron en el piso a través de la terraza, enganchado a una barra de madera; "y por debajo de la puerta, la droga o lo que fuese aquello".

El jubilado que acogió en su casa a los agentes recuerda también un diálogo que le impresionó:

-Entregaos, que no os va a pasar nada -gritó un geo (miembro de los Grupos Especiales de Operaciones)- Ya lo tenéis todo ahí [lo que habían pedido: el teléfono, la heroína, pero faltaba el coche], ¿qué más queréis?

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-Que os vayáis uno de los secuestradores.

-Dejad a los niños salir.

-No. Iros vosotros, que ya saldremos.

Hacia las dos de la madrugada, los geos (algunos de los cuales llegaron al inmueble vestidos de paisano y se colocaron los chalecos antibalas en casa del jubilado) pidieron silencio absoluto. Al rato se escuchó un disparo. La incertidumbre encogió todos los estómagos.

-¿A qué has disparado? -inquirió un agente desde la casa de Cabañas.

"Ese fue el momento peor", precisaba ayer el jefe de la Brigada Provincial, Eugenio Peñalver. "Creíamos que le había dado a un niño".

-Para que sepáis que estoy armado -respondió.

Después de 13 horas de tensión, los delincuentes pactaron su entrega. Los primeros en franquear la puerta fueron los niños. "Salieron llorando; después los metí en mi casa y se calmaron", destacó Carabañas; "la madre estaba muy nerviosa. Gritaba y lloraba, y le dieron un calinante". El jubilado Carabañas regresaba ya a su vida habitual.

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