Ser A y B en un centro de justicia juvenil
En 1992 fueron detenidos 20.286 menores de 18 años, y más de menores de 16 años están en centros de reforma. Según los expertos, el sistema judicial para los menores busca su resocialización más que su castigo
Están en una pequeña aula dibujando. Uno, una imagen. Otro, curiosas composiciones para diseñar las letras del abecedario. En otra sala, tres están fumando un cigarrillo. Son chavales de 13, 14, 15 y 16 años que han cometido delitos graves. Están en La Alsina, un centro de la Dirección General de Justicia Juvenil de la Generalitat, porque así lo ha decidido un juez de menores. No estarán más de dos años, aunque es probable que vuelvan. Hay ladrones, también homicidas, traficantes de droga y algún violador.Son, a su manera, los A y B españoles pero con mejor suerte, ya que en España el sistema judicial para los menores es más progresista. El objetivo: su resocialización. El método: un sistema educativo individualizado y la constante tutela de asistentes, pedagogos, psicólogos y también un seguimiento estrecho ¿le juez y fiscal. El peligro: que al salir vuelven a un medio conflictivo.
No se les ve como jóvenes presos, sino como chavales. Hablan de competiciones, de ganar a los de otro centro corriendo y son muchos los que dicen que han engordado. "Cuando llegué pesaba 48 kilos y ahora estoy en 86", dice un adolescente que repara la depuradora de la piscina. En La Alsina no hay droga.
Paradójicamente, los jóvenes que cometen un delito grave -como A y B- son más recuperables con un adecuado tratamiento que los que ya son delincuentes habituales por robos o por tráfico de droga. Es una opinión compartida por expertos de la Dirección General de Justicia Juvenil de Cataluña, comunidad que posee una de las mejores redes de centros del Estado dedicados a la recuperación de menores delincuentes. Prueba de ello es que los casos difíciles de otras comunidades españolas son remitidos a los nueve centros con los que cuenta Cataluña: dos cerrados, cinco semiabiertos y dos abiertos, que son residencias mixtas en las que conviven chicos y chicas.
Hay un total de 1.154 menores en manos de Justicia Juvenil en Cataluña. No todos están en centros, ya que hay intervenciones puntuales que con seguimientos de delegados de Asistencia al Menor no requieren más pasos. Muchas veces la infracción se zanja con la reparación del daño hecho a la víctima o con la libertad vigilada.
La Alsina es uno de los dos centros cerrados próximo a Barcelona. Tiene un gran espacio natural con piscina, canchas de balonmano y un circuito de bicicross hecho por los mismos jóvenes.
No es una cárcel para menores delincuentes, aunque sus habitantes tengan limitados sus movimientos y no puedan salir del establecimiento si no es con permiso judicial y, muchas veces, acompañados de educadores. Hay medidas de seguridad para intentar evitar incidentes o intentos de fugas. Los guardas llevan porras, pero no armas de fuego. La mayoría de los moradores tienen entre 12 y 16 años y otros -entre 16 y 18 años- están internados por decisión del juez, que sustituye así el cumplimiento de la condena en la cárcel.
"Los jueces cada vez son más sensibles y nos remiten al joven condenado aunque tenga 17 o 18 años. Pero a veces es excesivamente conflictivo en ocasiones no se pueden ni quieren acoplar. Entonces hay que devolverle a la cárcel", explica Pere Led, director general de Justicia Juvenil de la Generalitat. Led es tajante con lo ocurrido en el Reino Unido, no sólo por la condena de A y B, sino por la decisión de revelar la dentidad: "El anonimato es la única forma de rehacerse".
"Se trata de reeducarles, de conseguir apartarles de su forma de vida anterior. Es curioso ver cómo un chaval muy inteligente y que en la calle ha sido un traficante de droga de bastante nivel aprende a leer, escribir y avanza en los estudios con una velocidad vertiginosa", explica el director del centro, César García. En la práctica, el triunfo del trabajo con los jóvenes depende, entre otras cosas, de mucho personal. En La Alsina hay actualmente 27 jóvenes en manos de 34 educadores. También trabajan en una pequeña granja y en los talleres.
El pasado viernes había cierto revuelo en el edificio de la segunda fase, la clasificación que comporta un determinado tipo de vida cotidiana como poder salir al exterior cuatro horas al día. La escuela, una hora y media por la mañana; luego, comida y un rato de descanso.
. "Es que no hay suficientes jerseys y se quejan", explica un educador. Un chaval de 17 años que ya ha estado más de una vez internado, añade: "Ni calcetines, ni calzoncillos". La mayoría de los jóvenes proceden de estratos sociales bajos, tanto que llegan muy delgados. Tampoco tienen ropa, por lo que aquí se les facilita. "Pero todavía no han aprobado la partida presupuestaria", apunta el director del centro ante la mirada un tanto escéptica de un chaval. Otro se presenta: "Yo estoy casado. Los gitanos somos así y nos casamos muy pronto. Mi mujer tiene 17 años, pero no tengo hijos". Cerca, escucha la conversación un gigantón de sólo 14 años que ingresó en el centro a los 13 por violación.
Los internos ubicados en la denominada primera fase (aquellos que han cometido alguna infracción) son sancionados con puntos. "Cada día se gana uno si se portan bien. Así, hasta llegar a cero, con lo que recuperaran la situación normal", cuenta un educador. La primera fase es el edificio más austero de los que componen La Alsina. Las habitaciones -que no celdas- están peladas, la cama y nada más. Allí no se les deja los efectos personales. Se levantan antes que los demás y se acuestan a las nueve. "Se trata de que no les guste nada, para motivarles a ganar puntos y salir del edificio cuanto antes" insiste un trabajador.
Hay otras tres fases todas ellas caracterizadas por sus edificios y todas ellas, aunque con ligeros cambios, con mobiliario y pintura diferentes-, con niveles disciplinarios también distintos y decrecientes, los últimos muy parecidos a la cotidiana. La última es la mejor. Le llaman la finalista. Las puertas de ese edificio están abiertas, igual que las habitaciones. Los jóvenes que están en esa fase disfrutan o disfrutarán de permisos de salida. Primero, con educadores y luego solos. Eso, si lo autoriza el juez.
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