Robert y Jon inician su condena sin límite
El 'caso Bulger' abre una polémica sobre la influencia de los vídeos violentos en la infancia
Robert Thompson y Jon Venables, ambos de 11 años, dieron comienzo ayer al resto de sus vidas. Sentenciados a cadena perpetua y unánimemente vilipendiados por la sociedad británic a, los dos asesinos del pequeño James Bulger cumplieron el primer día de confinamiento casi solitario, mientras empezaba a percibirse que Thompson, el llamado A durante el jui cio, iba a tenerlo mucho más difícil que Venables, el llamado B, a causa de las muy negativas evaluaciones psiquiátricas y la opinión forjada por la policía. Para médicos y policías, Thompson fue el insti gador del crimen y la personificación perfecta del asesino en miniatura. Los políticos, a su vez, intentaron terciar en la tragedia con un debate sobre la violencia en el cine y su influencia sobre los niños.
Robert y Jon permanecerá en distintos centros especiales del noroeste de Inglaterra al cuidado de psicólogos y asistentes sociales, hasta cumplir los 14 años. Entonces serán trasladados a correccionales de máxima seguridad y, cuatro años más tarde, si es necesario, irán a parar a una cárcel para adultos. Sus casos serán revisados por primera vez en cuestión de siete años, pero lo más probable es que cumplan un mínimo de 10. Si a los 21 años el Ministerio del Interior les considerara aún un peligro para el público, podrían seguir en prisión hasta cumplir la treintena, y, en teoría, hasta su muerte.El juez Morland, que les sentenció a prisión, según la fórmula británica, "hasta que Su Majestad se diera por satisfecha", abrió la caja de los truenos al señalar en su sentencia que la visión de vídeos violentos por parte de los niños "podría ser parte de la explicación" del incomprensible crimen.
La prensa sensacionalista se agarró inmediatamente a la frase para esgrimir que Neil Venables, padre de Jon, había alquilado poco antes del crimen en el videoclub del barrio la película Juego de niños 3. Se trataba de un gancho perfecto: en la película, un muñeco se convertía en asesino y, tras diversas atrocidades, recibía una muerte especialmente sangrienta junto a una vía de tren. La conclusión era obvia: Thompson y Venables se habían inspirado en Juego de niños 3.
Exigir responsabilidades
Fue inútil que los niños, los psiquiatras que les examinaron, los policías que les interrogaron y el propio Neil Venables manifestaran que ni Robert ni Jon habían visto la película en cuestión. También fue inútil que la policía y los psiquiatras dieran por completamente marginal la influencia cinematográfica.Ayer, la cuestión era exigir responsabilidades. Un diputado liberal-demócrata de Liverpool exigió un debate nacional inmediato sobre el cine violento, y Mary Whitehouse, célebre defensora de la censura, entonó airadamente el "ya lo decía yo". Esto ocurría en un país donde la pornografía dura está prohibida y donde el nivel de violencia en televisión es risible comparado con, por ejemplo, el de las cadenas españolas.
El propio ministro del Interior, el thacherista Michael Howard, tuvo que pedir calma en la Cámara de los Comunes. "Comparto la preocupación general, pero no es bueno tomar decisiones precipitadas, y mi ministerio no emprenderá ninguna acción sobre el asunto (la violencia en las pantallas) hasta oir la opinión del juez y de los psiquiatras que han colaborado en el juicio".
Mucho más lógica fue la reacción de Denise Bulger, la madre del niño asesinado, que expresó su odio inextinguible hacia los dos condenados y hacia sus familias. "Deberían meterlos para siempre en una cárcel de adultos, y aun así no pagarían lo que hicieron", declaró.
Un hermano de Denise y tío de la víctima fue igualmente expresivo el miércoles, en los juzgados de Preston, cuando el juez Morland acabó de dictar sentencia: "¿Cómo os sentís ahora, pequeños bastardos?", gritó desde su asiento.
El nuevo hijo de los Bulger, cuyo nacimiento está previsto para dentro de un mes, contribuirá seguramente a calmar la ira y el dolor de la familia. El futuro niño se beneficiará probablemente, a su vez, del dinero generado por la venta de entrevistas exclusivas por parte de los padres (a revistas como Hello!, filial británica de ¡Hola!, por ejemplo) y el que generará el libro que está escribiendo Denise Bulger sobre su drama personal. Al menos, otros dos libros sobre el caso Bulger, escritos por periodistas, se publicarán en las próximas semanas.
Las familias de los dos convictos no estaban ayer menos destrozadas que los Bulger. Los Venables, gente estimada por sus vecinos y cuya actuación fue calificada como "ejemplar desde el principio hasta el final del proceso" por un portavoz policial, anunciaron que respaldarían a su hijo durante el encarcelamiento, durara lo que durara. Jon era hasta este año el normal de sus tres hijos: los otros dos, uno mayor y una niña menor que Jon, sufren un ligero retraso mental.
El retrato efectuado por los psiquiatras sobre la debilidad del carácter de Jon (no muy distinta a la de su padre, un conductor en paro siempre a la sombra de su enérgica esposa Susan), y su obvio arrepentimiento, permiten a la familia concebir la esperanza de una condena no muy larga, no superior a los 10 años.
Aún peor era la situación de Ann Mary Thompson, la madre de Robert, detestada por la mayoría de sus vecinos y aún incapaz de asumir que su hijo pudiera asesinar a alguien. Robert Thompson, líder indiscutible del dúo, fue definido por psiquiatras y policías como "un niño con terribles problemas de conducta" y con "muchas de las características del criminal adulto". Su estancia en prisión podría ser larga y complicada.
Ann Mary Thompson, abandonada hace años por su marido y cuyos cinco hijos mayores están a cargo de la asistencia social (por delitos menores y, en un caso, por deseo expreso del chico, incapaz de seguir viviendo con su madre) se definió ayer como "una mujer sola contra el mundo".
Las dos familias recibieron ayer mismo nuevos domicilios, secretos, proporcionados por el Gobierno. Asimismo, se les ofreció la posibilidad de cambiar sus nombres y adquirir una nueva identidad para reconstruir sus vidas.
La situación en que quedaron los Thompson y los Venables, viviseccionados hasta el último detalle por la prensa y señalados con el dedo por la sociedad, suscitó una polémica secundaria sobre la decisión judicial de suprimir la orden de anonimato. Uno de los abogados defensores opinó que la publicación de los nombres no hacía bien a nadie, y ponía en cambio en situación muy difícil a personas inocentes.
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