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Islam y democracia

EMILIO MENÉNDEZ DEL VALLEEl autor sostiene que los palestinos no se pueden permitir la abstención en las elecciones para la autonomía de Gaza y Jericó, porque los enemigos del proceso de paz, en Occidente y en Oriente, pueden comenzar a airear que islam y democracia son incompatibles. Lospalestinos que participen no sólo han de organizar las elecciones sino lograr que sus gentes participen

Emilio Menéndez del Valle

Noviembre de 1993 ha sido testigo de sendas elecciones municipales en dos ciudades universales. Aunque distintas y distantes, Nueva York y Jerusalén han protagonizado unos comicios que merece la pena comentar paralelamente, entre otras razones porque, aunque lejanas en la geografía, se relacionan significativamente en función de uno de los conflictos más graves de nuestro tiempo, el israelo-palestino. No tanto por la tradicional y decisiva política norteamericana de sostén de Israel, que se gesta en Washington, sino por la también tradicional relación entre la fuerte comunidad judía neoyorquina -la más poderosa fuera del Estado hebreo- y Jerusalén. De ambas votaciones se ha derivado una importante consecuencia extramunicipal. En uno y otro caso, los partidos políticos de los respectivos candidatos a alcalde perdedores han resultado indirectamente afectados y también, de alguna manera, los respectivos jefes del Ejecutivo en Estados Unidos y en Israel.

Clinton y Rabin se habían implicado considerablemente en las campañas electorales de los alcaldes, ahora salientes, de Nueva York, Dinkins, demócrata como Clinton, y de Jerusalén, Kollek, laborista como Rabin.

Otra circunstancia común es que la derrota del hasta hoy alcalde de Jerusalén, el octogenario Kollek, y la del alcalde negro de Nueva York, Dinkins, pone fin a 28 años de Gobierno municipal ininterrumpido en la ciudad medio-oriental y a un par de décadas en la norteamericana.

La carne en el asador electoral municipal puesta por Clinton se explica por la relevancia de esa megalópolis, cultural, económica y política (sede de la ONU), a nivel interno e internacional. Probablemente, aun para quienes nunca la hayan visitado, Nueva York es la ciudad más y mejor conocida, simultáneamente, por los norteamericanos y por los extranjeros. Por su parte, el jefe del Gobierno israelí, Rabin, había explicitado que consideraba el comicio en Jerusalén un instrumento para evaluar, siquiera parcialmente, el grado de apoyo popular al acuerdo de paz logrado al final del verano entre su Gobierno y la OLP.

Aquí terminan las semejanzas. La derrota de Dinkins a manos del republicano Giuliani ha tenido lugar por sólo tres puntos de diferencia y con un electorado bipolarizado: 51% contra 48%. Impuestos elevados, criminalidad creciente y distintas concepciones para combatir ésta han sido los temas de la campaña. Frente al partido del exquisito respeto por las libertades, el demócrata, su rival republicano ha venido a decir: si los ciudadanos neoyorquinos no se sienten seguros ni en su propia casa, si tienen miedo de salir a la calle en muchos barrios y a muchas horas, ¿qué sentido tiene hablar de otras libertades?, acusando a los demócratas de disfrazar de derecho civil la "libertad de la violencia". Dinkins mantuvo en la campaña que él prefería emplear más dinero para más escuelas que para más policías. Aunque no por mucha diferencia, Dinkins ha perdido, justo en un momento en que el presidente Clinton intenta hacer prosperar a nivel federal una legislación que restrinja la facilidad con la que los norteamericanos pueden comprar un arma de fuego.

¿Qué decir de los comicios habidos en la ciudad de las tres religiones? Que el alcalde Kollek -que durante casi tres décadas ha luchado tenazmente por promover en Je-rusalen la coexistencia árabe-israelí, cosa obviamente difícil organizar cuando uno tiene en su propia ciudad un Ejército de ocupación- ha obtenido el 41% frente a su oponente conservador, Olmert, que ha logrado el 55%. Que, a diferencia de las municipales en Nueva York, la abstención ha sido enorme: sólo el 40% del censo ha votado, dato que los laboristas resaltan para rebajar el sentido político del voto. Pero, en mi opinión, el dato más sintomático es que únicamente un 6,9% de los más de 100.000 palestinos con derecho a voto en Jerusalén lo haya ejercido, siendo el voto árabe el único que, dada la relación de fuerzas, podría haber dado la victoria al alcalde laborista. Ignoro si por mala conciencia o con intención de despistar, inmediatemente después de las votaciones algún dirigente de la OLP parece haber declarado que éstas eran un asunto interno de los israelíes.

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La cuestión no es baladí si se tienen en cuenta dos factores clave. Uno, que, en virtud del acuerdo oficial palestino-israelí, el próximo julio se celebrarán elecciones democráticas en Gaza y Jericó. Dos, la ecuación islam y democracia. Ambos factores están interrelacionados, y los palestinos, OLP incluida, se juegan su prestigio en el proceso.

Una vez que han sabido poner en marcha una vía pacífica para liberarse de la ocupación, deben convencer a la opinión pública internacional de que son competentes y eficaces, no ya para organizar unas elecciones, sino para hacer que la gente participe.

Los palestinos -que han venido proclamando que, a diferencia de la mayoría de los Estados árabes, su futuro Estado sería democrático y que, durante años, han dado ejemplo de ejercicio democrático en el seno de su Consejo Nacional, esto es, su Parlamento en el exilio- no pueden permitirse el lujo de que en unas elecciones municipales cargadas de fuerte contenido político y donde se jugaban algo importante los copatrocinadores del acuerdo de Oslo, los potenciales votantes árabes no voten.

No se lo pueden permitir, porque los enemigos del proceso de paz, en Occidente y en Oriente, pueden comenzar a airear que islam y democracia son incompatibles, y que el islam es consustancial con el modelo autoritario de Gobierno. Que en el mundo árabe se permite a los grupos políticos de oposición participar en unas elecciones, pero no ganarlas. Que el islam rechaza el concepto democracia porque es occidental, porque sustrae a Dios el Gobierno y la soberanía y se lo entrega a los hombres, hecho aceptable en la cultura y sociedad occidentales porque son antropocéntricas, pero no en la islámica, porque el centro de referencia, también el político, es Dios. Que en la democracia islámica, como decía Jomeini, las leyes no se hacen por la voluntad del pueblo -que no es soberano, sólo Dios lo es-, sino según el Corán y las tradiciones del profeta.

En fin, los palestinos tienen que persuadirse de que en una época como la actual, en que la mayoría de los regímenes árabes ni son democráticos ni poseen el carisma ideológico revolucionario tipo naseriano, la falta de entusiasmo por la participación política puede ser presentada como prueba de que la cultura árabo-islámica es antidemocrática, de que el islam es, como dice Kepel, un cuerpo extraño en la vía general de afianzamiento de la democracia.

La década de los años noventa -en que factores estructurales y coyunturales han potenciado la exigencia de derechos y libertades- ha de ser la de la democratización y derechos humanos en él mundo árabe. Como ha escrito Jean Daniel, los árabes necesitan desquitarse con la historia. Pero cuando se ha decidido la vía política, añadimos nosotros, y se tiene el derecho y el privilegio de votar, tal desquite no se puede lograr sin participación.

En este sentido, es malo que en las recién celebradas elecciones de Jerusalén se hayan producido una abstención palestina del 93,1%. Tan malo como que en el referéndum de hace unas semanas para reelegir al presidente Mubarak, éste haya obtenido, según datos del Ministerio egipcio del Interior, nada menos que el 96,28% de los votos emitidos.

El afortunado contrapunto lo acaban de proporcionar, el día que escribo, las elecciones generales celebradas en la vecina Jordania. El 8 de noviembre -como consecuencia de una inteligente decisión del rey Hussein, que decidió mantener los comicios previstos, que algún sector quería aplazar por temer una reedición argelina en el país medio-oriental- no sólo se ha producido un importante descenso de los Hermanos Musulmanes en beneficio de las posturas moderadas, sino que la participación electoral ha alcanzado el 68%. E incluso una de las tres únicas mujeres candidatas, precisamente la progresista y liberal, ha sido elegida. Todo un síntoma en un Estado cuya población es en casi dos tercios de origen palestino. De la consolidación de fenómenos como éste depende que islam y democracia sean compatibles.

es embajador de España en Italia y lo ha sido en Jordania

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