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Un parado vive bajo un puente de la Castellana desde hace año y medio

Lleva una semana sin comer caliente y año y medio durmiendo al sereno. Ambrosio, Jiménez García es un vecino poco clásico del barrio de Salamanca, pródigo en señoronas y ejecutivos. Vive entre la calle de Serrano y el paseo de la Castellana, un sitio excelente si no fuera porque su casa es un rincón junto al paso elevado de Eduardo Dato. Tuvo que disputarle el espacio a yonquis y travestidos, pero desde que él está los vecinos han tenido un respiro con las jeringuillas. Los zaguanes de lujo a veces se abren y le dan un poco de calor. "Un trabaio y un cuartito", pide.

Ambrosio tiene 42 años, pero los últimos cuatro han estado gafados. Desde que en 1967 se vino de su pueblo, Luciana (Ciudad Real), había ido trampeando como albañil o jardinero. Arreglando las matas del Liceo Francés estuvo año y medio con contrato. No se lo renovaron y fue al paro. Cobró el subsidio un año y luego, el ingreso madrileño de integración (IMI o salario de pobreza), 37.000 pesetas durante seis meses. Pero también se acabó y con ello se fue el derecho a cuarto en una pensión.Cuenta Ambrosio que el verano del 92, cuando la soga apretaba mucho el cuello, descubrió este rincón con vecinos poderosos. El edificio de seguros La Estrella le da techo siempre que no llueva racheado. En la sede del Banco Saudí-Español le guardan el equipaje y él se ha hecho amigo hasta del guarda de la Embajada norteamericana, situada a pocos metros.

Dice un vigilante del barrio que los responsables de las oficinas cercanas están encantados con Ambrosio, porque evita presencias indeseadas.

"Cuando me instalé aquí tuve que limpiar el suelo con lejía y aguafuerte, porque estaba lleno de jeringuillas y cosas raras. Cuando venían los travestidos, esos que parecen mujeres pero son hombres, y los drogadictos con las jeringas, yo les decía que aquí no", explica. Ambrosio no entiende por qué hay gente que se droga, pero tampoco comprende por qué es imposible encontrar un trabajo que le dé un techo. Ni siquiera suspira por un piso, se conforma con una habitación.

'Despensa' vacía

En su rincón urbano, entre oficinas bancarias y un centro de adelgazamiento, Ambrosio ha instalado un limpísimo y ordenado cuarto con cama, mesa, un par de sillas, palangana y hasta papelera. Un carrito de la compra le sirve de despensa, pero difícilmente se llena. Todo, sobre dos alfombras viejas. Lava en un cubo y aclara en la fuente del museo de escultura que cobija el paso elevado.A pocos metros de los escaparates de lujo, el hombre se prepara un bocadillo de salchichón: se lo han regalado hoy en el mercado de Diego de León. "Suelo ir todas las mañanas a ver si me dan algún encargo que hacer y me cae alguna propinilla a cambio".

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Entre esto y alguna chapuza de albañil que le da un "pistolero" (encargado de obra), va tirando algo. Estuvo en la vendimia en Valdepeñas en septiembre; "pero me quedó muy poco". Eso sí, trajo unas botellas de vino y un queso a sus amigos los vigilantes. "Para una vez que puedo corresponder... ".

Un día y otro, año y medio ya. "Me levanto sobre las siete y media de la mañana y no sé a donde ir. Si tengo dinero, intento tomar un café caliente para entonarme. Luego voy al mercado y por la tarde ya me quedo aquí. Cuando cae la noche, me meto en el saco de dormir y hasta el día sigiente".

Ambrosio tiene la rutina de la falta de rutina. A veces siente una punzada de envidia cuando ve a la gente que se dirige apresurada al trabajo: él no tiene a donde ir, ni apoyo familiar, "y eso es una historia gordísima".

"La gente pasa y le da lo mismo si has comido o no, si tienes frío o no. Alguna vez alguien me trae un bocadillo, pero no tengo gran ayuda, ni siquiera de los curas o las asistentes sociales. La caridad para mí no existe", dice.

No pisa los comedores para pobres, ni los albergues. "Es que no me gustan". Tampoco pide: "Yo no sirvo para eso". Asegura que no ha tenido problemas de justicia. "¿Robar? Ni se me ocurre, aunque no tenga un duro en el bolsillo". Ambrosio no pierde la esperanza, por eso, aleja la amargura. "Algunas veces pienso y otras prefierono hacerlo. Esto no es vida".

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