Color y caligrafía de una música callada
La figura de Paul Klee no puede ser ya objeto de la crítica, pertenece desde hace más de medio siglo a la historia del arte, siendo la importancia de su obra indiscutiblemente aceptada y creciendo su prestigio hasta ser considerada uno de los más importantes pintores de este siglo; por tanto, no procede aquí más que indicar algunas claves para la contemplación de esta hermosa muestra que ahora se presenta.Es Paul Klee uno de los personajes del arte contemporáneo más complejos y difíciles de entender, aunque su obra, por poseer un aura mágica que encantará a todo el mundo, sea objeto de múltiples ediciones de populares carteles y postales, lo cual puede hacer pensar erróneamente que es masivamente comprendida. Paul Klee fue un artista profundamente individualista; su obra, imposible de encasillar en ninguna de las grandes corrientes artísticas, aunque tangente a varias de ellas, va a situarse entre la abstracción y la figuración, entre la invocación mágica y una ingenua geometría pitagórica, entre el drama y la ironía, participando de todas estas características a la vez.
Podríamos reconocer en su obra casi una docena de estilos diferentes a través de los que desarrolla un caudal inagotable de ideas plásticas siempre originales, y, sin embargo, hay un único estilo personalísimo que hace a cualquiera de sus obras inconfundible. Tal vez lo que caracterice mejor su genio artístico sea la desbordante imaginación de que hizo gala en todo su trabajo, como si poseyera un don para generar imágenes que sólo pueden ser creadas por una mente poética absolutamente única.
Estas dotes imaginativas se apoyaban en una enorme destreza técnica y un inusitado afán de investigación formal. En sus obras, como se puede ver en la exposición, combina diferentes procedimientos superpuestos con una libertad característica en la que las figuras dibujadas y las superficies de color no siempre tienen por qué corresponderse.
Estas técnicas y procedimientos, muy elaborados, son empleados en un tipo de obra que tanto por su reducido tamaño como por el soporte utilizado, generalmente papel o cartón, resulta particularmente intimista, fenómeno que, unido al simbolismo hermético de sus imágenes, confiere a su trabajo un innegable carácter poético.
El color, que en sus manos cobra una particular transparencia, tiene una importancia fundamental en su obra. Con él configura superficies que forman desde sencillas cuadrículas hasta irreales paisajes. El color, sin embargo, no es un mero procedimiento plástico, sino una metáfora de la luz, aplicado en forma de veladuras, desvanecidos o como planos minuciosamente puntillistas, parece siempre irradiar una luz que proviene del interior de los cuadros.
Ritmos del dibujo
Pero donde demuestra su talla de artista es en el manejo de la línea, en las múltiples técnicas de dibujo y grabado que le emparentan con la tradición alemana de pintores como Durero. Con una impresionante destreza y aparente facilidad, Klee superpone a las superficies de color unos trazos pulsionales en los que la línea teje unas caligrafías sensuales que parecen moverse rítmicamente. Uno de los cuadros, From the song fo songs (1921), nos desvela parte de la naturaleza extraña de su pintura; en él podemos contemplar, sobre unos campos de color limitados por finas líneas horizontales, una serie de versos que son a la vez escritura, dibujo y caligrafía, que hacen referencia al Cantar de los cantares, al ámbito de la poética musical. Es la música, sin duda alguna, el gran motor de una buena parte de sus ideas. Aparece en sus cuadros como tema y como recurso compositivo, de tal manera que los ritmos del dibujo y los matices de los colores configuran estas sinfonías plásticas cuya rareza parece desvelarse cuando comprendemos que el artista no pretende la representación de lo visual, sino la visualización de sentimientos que anidan en el mundo del sonido, en el alma de la música. La sombra de Alexander Skriavin, con sus sonidos coloreados, y la de Arnold Schoenberg, con sus escalas de timbres, planean tras el alegre dibujo melódico de su admirado Mozart.
La desbordada libertad de la que hacen gala sus cuadros no puede encubrir el espíritu metódico que anidaba en el artista. De las casi 9.000 obras que Paul Klee produjo, la mayoría lo son en diversos tipos de papel. Se trata de pequeñas piezas en las que el artista trazaba dos finas y tensas líneas horizontales, una en la parte superior de la obra y otra bajo ella, como si quisiera poner unos límites concretos a su fascinador mundo de ensoñaciones, y en esta línea inferior colocaba la fecha, el título y la firma.
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