Un revés de Hassan
LA CONSTITUCIÓN del nuevo Gobierno marroquí, con una continuidad en los cargos fundamentales (presidente, ministro del Interior e Información, ministro de Exteriores) de las mismas personas que los ocupaban, y sin ninguna representación de los partidos de oposición que ganaron las elecciones de junio pasado, significa un revés para los planes que el rey Hassan anuncié a principios de año en el sentido de que Marruecos se orientaba hacia una democracia más auténtica. Este revés ¿se debe a la intransigencia de la oposición, o a unas reformas demasiado tímidas de Hassan, que no se ha decidido a aceptar que la opinión de los ciudadanos sea el factor determinante de la política del país?El sistema de elección del Parlamento tiene en sí mismo una deficiencia gravísima: sólo 222 diputados (sobre 333) son elegidos por sufragio universal. El resto, 111 diputados, son designados por electores escogidos por los ayuntamientos y las organizaciones económicas y corporativas. El 25 de junio, cuando los ciudadanos se expresaron, la victoria de los partidos de oposición, sobre todo la Unión Socialista de Fuerzas Populares (USFP) y el Istiqlal, fue clara: el primero pasó de 6 a 48 diputados; el segundo, de 24 a 43. En cambio, el principal partido oficial, la Unión Constitucional, perdió más de la mitad de sus escaños. En aquel momento, todos los comentarios decían que la oposición pasaría al Gobierno, aunque tuviese que buscar una alianza con algún partido oficial para tener mayoría suficiente.
Todo cambió cuando en la segunda vuelta, el 17 de septiembre, las trampas del Gobierno dieron 90 diputados sobre 111 a los partidos oficiales. Así se podían trastocar las mayorías en el Parlamento, y robar a la oposición una victoria que los ciudadanos le habían dado. El veterano líder de la USFP, Yusufi, dimitió como protesta contra las irregularidades cometidas por la Administración.
En esas condiciones, el rey Hassan no renunció a sus planes de convencer a la oposición de que participase en el Gobierno, pero sus gestiones fracasaron, y el rey expresó su decepción de manera pública, en un discurso retransmitido por radio y televisión. Ahora, ese largo proceso concluye con la formación de un nuevo Gobierno presidido por Karim Lamrani, con Dris Basri en Interior e Información (desde 1979 ocupa el primer ministerio y desde 1985 el segundo), con Filali en Exteriores y con Ahmed Alaui de ministro de Estado. Al margen de la valía de estos ministros, que colaboran de manera eficaz con España en los numerosos temas comunes que interesan a los dos países, es evidente que la continuidad en los puestos fundamentales del Gobierno indica que Hassan no ha estado en condiciones de incorporar nuevas fuerzas al Ejecutivo. La creación de un Ministerio de Derechos Humanos no modifica el carácter sustancialmente inmovilista del nuevo Gobierno.
¿Han cometido un error los socialistas y los nacionalistas marroquíes al rechazar las ofertas del rey Hassan de participar en el Gobierno? Sus argumentos para justificar esta actitud tienen bastante peso. Aspiran a que se instaure en Marruecos una democracia auténtica, en la que el pueblo decida con sus votos las opciones políticas. Entrar ahora en el Gobierno significaría refrendar un proceso político en el cual, al margen de los métodos empleados, el resultado es que el voto de los ciudadanos queda completamente frustrado. El argumento contrario se basa en la posibilidad que tendrían, si participasen, de influir sobre la política marroquí. Es notable que, en esta situación, el Istiqlal y la USFP, a pesar de sus grandes diferencias ideológicas, se mantengan en este asunto en una posición coincidente. Esta unidad representa para Hassan una presión que quizá le empuje a dar a sus planes reformistas mayor hondura.
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